La meta era la vida

GADEA G. UBIERNA / Burgos
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A la exatleta Albina Gallo le diagnosticaron en 2013, pero no cogió ni la baja. Siguió compitiendo y dando clases en la autoescuela, gracias al apoyo de su familia: supieron respetar su decisión de apartarse y darle todo el espacio que necesitaba

Albina Gallo y su hija, Sara Carrillo, cuentan su experiencia con el cáncer. Una, como enferma y la otra, como madre e hija de enfermos. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

Toda la vida de Albina Gallo ha sido competición. Como exatleta, exentrenadora y matriarca de una estirpe que supera sus marcas -es abuela de Lucía Carrillo- parte de que o se gana o se pierde. Y como profesora de autoescuela que fue, se aprueba o se suspende. Así ha planteado todo, salvo su diagnóstico de cáncer de mama. «No lo tomé como una competición porque en la pista sabes que puedes no ganar y, para mí, esa no era opción», dice, añadiendo que «te juro que en ningún momento se me pasó por la cabeza que fuera a ir mal o que me fuera a morir. Pensaba que ya habíamos tenido bastante y lo tomé como algo personal: una lucha a muerte».

Quienes conocen a Gallo saben que con estas palabras se está refiriendo a su nieto Mario, que murió en febrero de 2008, con apenas 3 años, por un tumor en las glándulas suprarrenales. «Lloro todos los días desde entonces, porque no puedo con ello. Me llevé tal disgusto que, estoy segura, me enfermó. Lo que yo tenía dentro era insoportable», confiesa la exatleta, antes de añadir que «igual, si no hubiera vivido lo de Mario, lo mío lo hubiera llevado de otra forma. Todo el mundo piensa en quitárselo de encima [el cáncer], pero yo, además, tenía ganas de venganza. Y me puse peleona, aunque sin rabia».

Frente a Gallo está su hija Sara y madre de Mario, quien escucha, asiente y añade que, en realidad, el diagnóstico de Albina era casi esperado. «Es que mientras estábamos en el hospital con el niño, ella decía todo el rato, a grito pelado: 'Me lo quiero quedar yo, atrévete conmigo'. Lo pidió y la vida, al final, te lo concede», dice Sara, mientras Albina puntualiza que «a todas horas, todos los días» deseó cambiarse por su nieto. Así que, cuando después de una de las mamografías del cribado de la Consejería de Sanidad, en 2013, la llamaron para comunicarle que tenía que ir a una consulta al hospital, ya sabía lo que había. «Iba preparada. Lo tenía asumido. Y también el pelear. Viví una batalla campal contra la enfermedad, pero para eso tuve que estar sola. Y por eso aparté a todos de mi lado», afirma Gallo, quien solo hizo excepción con su marido, que preparaba la comida, hizo las compras y resolvió otras tantas cuestiones cotidianas. «A mis hijos y demás familia les dije que fuera, que si necesitaba algo ya llamaría. Pero que, si no, no molestaran». Y ellos lo respetaron.

Sara Carrillo explica en este sentido que «ella dijo que lo hacía sola, pues sola. Es muy cabal, no está loca ni es tonta, así que confiamos. Porque no es tanto ayudar, que nadie puede hacerlo, como dar espacio y estar a lo que la otra persona demande. Y va a ser sincera, porque es una situación tan dura... ». Algo que ella sabe por experiencia, y de ahí que pensara que «si yo supe lo que necesitaba mientras estuve con Mario, también ella sabía. Al final, es respeto a lo que esa persona quiere, necesita y pide. Y si quieres estar ahí, bien, pero, si no, es mejor que no estés».

Así que solo en la primera consulta, la del diagnóstico, Albina pidió a Sara que la acompañara al hospital. «Yo estaba embarazada de mi cuarto hijo, David, y tenía plena confianza. Lloramos dos minutos, pero lo que tardó el ascensor en bajar. Según abrió las puertas, ya estábamos en lo práctico, en el 'ahora, bien'», dice, recordando que lo primero que hicieron tras salir del hospital aquel día fue ir al peluquero, a que Albina se cortara el pelo y encargara la peluca. El resto, lo gestionó por su cuenta. «No cogí ni la baja. Salía de la quimioterapia y me iba a dar clases a la autoescuela, toda chula», recuerda Albina, mientras Sara aprovecha para matizar que ese es uno de los ejemplos del tipo de soporte que la familia dio a la matriarca durante su enfermedad: «Es verdad que lo hizo sola, y sobre todo la aceptación, porque eso hay que hacerlo desde la soledad  y mirando hacia  dentro, pero mi hermano, que tenía la autoescuela, la apoyó muchísimo en que siguiera a lo suyo:si llamaba porque quería dar clase, la ponía a dar clase». A lo que Albina replica que «lo hice con el mismo genio y con el mismo aire de siempre. Y aprobaban todos».

Pero es que Gallo tampoco dejó de competir. Desde que le confirmaron que tenía cáncer hasta la operación pasaron unas semanas en las que se celebraron «unos campeonatos de Castilla y León de clubes y yo era la entrenadora, pero lanzaba la jabalina más fuerte que mis atletas; sin ningún esfuerzo, solo con la técnica de toda la vida, y puntué para el club. Y luego en disco, igual». A lo que Sara dice: «Mi madre no dejó de vivir».

(El reportale completo, en la edición impresa de este martes de Diario de Burgos o aquí)