A unos 15 kilómetros del estadio de Obras Sanitarias, donde el San Pablo se jugará mañana la Copa Intercontinental ante el Quimsa, se encuentra ‘La Bombonerita’, como se conoce la cancha de Boca Juniors. Allí, Jasiel Rivero es un ídolo. La afición xeneize aún recuerda la campaña 2018/19, en la que el ala-pívot cubano se convirtió en el gran referente del equipo y acabó como el máximo anotador de liga argentina. Aunque no pudo conquistar el título, exhibición tras exhibición metió a los suyos en cuartos de final. Hoy, dos años después de aquello, regresa a Buenos Aires como uno de los líderes del San Pablo y un jugador asentado en la mejor liga de Europa. «Siempre es bonito volver, compartí momentos muy lindos con mucha gente aquí», recuerda con cierta nostalgia.
Antes de que explotara en el Boca, Albano Martínez, director deportivo azulón, ya le había echado el lazo. Le seguía desde hace algún tiempo y había dejado destellos de su indudable calidad con el Estudiantes Concordia argentino. «Mi agente me dijo que había la posibilidad de fichar por un equipo ACB y, cuando me enteré, la alegría fue enorme. Uno siempre sueña con estar entre los mejores. La verdad es que en Concordia hice un año buenísimo y acabé entre los mejores jugadores de la liga. Fue una temporada muy positiva», rememora Rivero, que se quedó cedido un año en el Boca antes de cruzar el charco.
Sin embargo, el camino hasta el éxito no fue fácil. La historia de Rivero tiene mucho trabajo detrás y también una dosis de casualidad, sobre todo por cómo empezó en el mundillo del baloncesto. «Un entrenador se encontró con mi papá, que es alto, y le preguntó si tenía un hijo para jugar al baloncesto. Le dijo que sí y que me vendría bien jugar para distraerme un poco. Si no se llega a producir ese encuentro, igual no estaba hoy aquí», cuenta entre risas.
Así fue cómo comenzó su historia. Empezó a jugar al baloncesto tanto en la escuela como en la calle. Dice que en La Habana, su ciudad natal, hay alguna que otra pista por la calle y, si no, se buscaba la vida para conseguir una canasta: «Solíamos coger un poste y le poníamos una rueda de bicicleta hueca. Ese era el aro. Recuerdo que yo también cogía una silla de hierro, quitaba las patas, hacía un agujero, ponía en un palo y lo utilizaba para encestar. Jugábamos en cualquier esquina».
Pero aquel chaval de La Habana no tenía ni la envergadura ni la fuerza que tiene hoy. Era más bien bajito, así que ejerció durante un buen tiempo como director de juego, experiencia que le sirvió para desarrollar algunas de sus habilidades. «Jugaba de base y también de alero porque había chicos que medían 1.90. Después, con 14 o 15 años, pegué el estirón y me pusieron de ‘4’».
Para entonces, Rivero ya formaba parte de la escuela deportiva de la ciudad, una especie de residencia que existe en todas las provincias de la isla. «Allí vivía cinco días por semana. Iba a la escuela y luego jugaba al baloncesto», rememora.
Sus actuaciones empezaron a llamar la atención y se incorporó al Capitalinos, un club amateur de La Habana que juega en la liga de Cuba. Su sueldo durante aquella época era de 38 dólares, pero sus maneras ya apuntaban que podía labrarse un futuro fuera de la isla y que esa cifra se podía disparar.
La oportunidad no tardó en llegar (...).
(Reportaje completo, en la edición impresa de Diario de Burgos de este viernes)