¿Anticuados o revolucionarios?

I.L.H. / Burgos
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El realismo de los hermanos LópezHernández, Antonio López, Carmen Laffón, Amalia Avia o Cristóbal Toral fue visto por unos como antiguo y a contracorriente por otros. Las visitas guiadas de la Fundación Círculo lo ponen en contexto

‘El hombre tumbado’, escultura de tamaño natural de Antonio López. - Foto: Valdivielso

A mediados del siglo pasado la corriente 'de moda' en el arte español era el informalismo como el que protagonizaba el grupo El Paso - el de Millares, Chirino, Saura o Canogar-. La vanguardia estaba en auge y el realismo era cosa del pasado. Sin embargo, un grupo de artistas apostó por plasmar la realidad que tenían más cerca, la suya y la de sus vecinos, la que les conmovía, asustaba, preocupaba o emocionaba. Durante los primeros años hubo quien consideró que participar de esa corriente les hacía anticuados, mientras que otros lo veían como una forma de ir a contracorriente, una mirada rebelde o revolucionaria sobre lo que estaba considerado el arte del siglo XX.

Las visitas guiadas a la exposición Infinita realidad, que está abierta hasta el 12 de noviembre en la sala Pedro Torrecilla de la Fundación Círculo (en colaboración con Ibercaja), sitúan al espectador en ese contexto para adentrarse en la obra de diez de los artistas más destacados del realismo, los que pertenecen al grupo Realistas de Madrid y otros tres colegas que compartieron esa mirada seria, ambiciosa y sin prejuicios.

Mientras la lluvia caía el jueves por la mañana de forma intensa en el exterior de la sala de la plaza España, Paula Sancho daba cobijo  a un grupo del Centro de Educación de Adultos del Círculo, que se interesaba por la obra de los hermanos Julio y Francisco López Hernández, Antonio López,  Esperanza Parada, Amalia Avia, María Moreno e Isabel Quintanilla (los siete Realistas de Madrid), junto a Carmen Laffón, Cristóbal Toral y José Hernández.

Durante una hora las explicaciones ayudaron a percatares de las pequeñas similitudes entre algunos artistas por sus lazos de amistad y familiares (además de amigos, hay hermanos y matrimonios) y accedieron a la obra de cinco mujeres que en sus primeros años no tuvieron tanta visibilidad.

Entre obra y obra surgieron comentarios y preguntas por los detalles en las esculturas de Julio López sobre su hija y su mujer; los bodegones misteriosos de Esperanza Parada; la pintura de las ausencias de Amalia Avia; la precisión de Isabel Quintanilla, o el enorme tríptico en poliéster de Francisco López.

La obra de su colega Antonio, con el que comparte apellido pero no sangre, fue la que suscitó más interés por ser el autor de las puertas de la Catedral y encontrarse entre las piezas cedidas por los artistas o sus familias el relieve de un bodegón en bronce y la escultura a tamaño natural de El hombre tumbado. Aunque también despertó curiosidad el boceto con trozos de papel cebolla junto al cuadro terminado, así como la narración del paso del tiempo con dos cuadros de flores y, por supuesto, el dibujo de uno de sus membrillos.

El Jardín de poniente de María Moreno que sirve de cartel a la exposición fue admirado con detenimiento, al igual que el armario de baño hecho en bronce por Carmen Laffón. El pasado de delineante de José Hernández dio las pistas para entender alguna de sus obras y los sentimientos de angustia, traslado y soledad que transmite Cristóbal Toral -único artista vivo junto a Antonio López- con sus famosas maletas. Empaquetado para viajar es una de las obras más impactantes.