Garoña, la cuenta atrás

A.C.-P.C.P. / Garoña
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Diario de Burgos accede a las zonas más comprometidas de la central nuclear, ahora en manos de Enresa y en proceso de desmantelamiento, que se acelerará a lo largo del próximo año

La piscina donde se custodia bajo estrictos controles de diversa índole el combustible con el que funcionó la planta atómica. - Foto: Miguel Ángel Valdivielso

La Empresa Nacional de Residuos Radiactivos, S.A. (Enresa) desembarcó en Santa María de Garoña el pasado 19 de julio, al formalizarse su transferencia de titularidad de Nuclenor (Endesa e Iberdrola) a la empresa pública. Pero el comienzo de los trabajos de desmantelamiento de la primera fase (2023-2026) transcurre a velocidad de crucero. Hasta el verano de 2024 se realizarán multitud de preparativos y será en el segundo semestre del próximo año cuando se alcance «un movimiento de trabajo intenso» en el interior de la central nuclear burgalesa, siempre que ningún retraso sobrevenido obligue a reprogramar los plazos. Tras ello, los mayores picos de actividad en esta etapa inicial se alcanzarán en 2025, tal y como avanza a DB el presidente de Enresa, José Luis Navarro.

Eso sí, insiste una y otra vez en la necesidad de tener «cautela» a la hora de fijar plazos y recuerda cómo en 2020 Enresa solicitó al Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) la autorización de la primera fase del desmantelamiento con la previsión de que la respuesta llegara en 2022, pero no fue hasta mayo del 23 cuando el regulador nuclear dio su visto bueno. A finales de 2024, según el cronograma actual de Enresa, se volverá a acudir al CSN, esta vez para pedir el permiso de la segunda fase de la operación, cuya documentación se está preparando y que se estima durará otros 7 años, de 2027 a 2033. Navarro explica como la previsión es que el CSN responda en 2026 para ya iniciar esta nueva etapa de los trabajos en 2027.

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Buzo, guantes, gorro, casco, calzado y gafas de protección, y un dosímetro de bolsillo. Tras caminar por pasillos con techos plagados de conducciones y tuberías y franquear varias puertas de seguridad, la señal con código naranja que se divisa a lo lejos indica la proximidad, relativa, del corazón nuclear que dejó de latir hace más de 10 años, pero que, paradójicamente, sigue con vida y requerirá de los cuidados de decenas de especialistas antes de exhalar su último aliento, dentro de una década.

En Garoña la ubicación no se mide por plantas, sino con respecto al nivel del mar. Cuatro contenedores, diseñados para guardar durante al menos 50 años el combustible gastado todavía con radiactividad, esperan su turno en el Almacén Temporal Individualizado (ATI), construido dentro del recinto, pero al aire libre. La operación de carga, que solo se ha realizado una vez, arranca con su traslado hasta el edificio central, en el que se introducen por la planta 518. De ahí se izan con una grúa a la 546, unos 4 pisos de 7 metros de altura cada uno, hasta la piscina que guarda los elementos irradiados.

Cada uno de los 2.453 cilindros custodiados en ella mide 4 metros de largo y en su interior alberga varillas de uranio, un residuo radiactivo de alta actividad. Todos están numerados -con unos códigos que recuerdan al juego de Hundir la flota- y su distribución en los 48 contenedores que quedan por llenar pautada según criterios técnicos.

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(Más información sobre estos y otros asuntos, así como amplio reportaje gráfico, en la edición impresa de este jueves de Diario de Burgos o aquí)