«¿Pues cómo va a ser vivir en la calle? ¡Una puta mierda! Vivir en la calle hace que dejes de ser persona». No se anda por las ramas Seon Min, coreano que llegó a España cuando era un niño y lleva varios años viviendo en Burgos, cuando recuerda el tiempo en el que por circunstancias de la vida no tuvo un sitio donde dormir, ducharse, ver la televisión o pasar el tiempo mirando las musarañas, un tiempo el que no tuvo una casa. «Se pasa frío, se pasa hambre, tienes temor de que alguien te agreda, casi no te sientes persona», cuenta este hombre de 46 años, extremadamente delgado a pesar de que físicamente se ha recuperado bastante de cómo llegó a Cáritas, en cuyo albergue duerme desde hace nueve meses. «Estaba en los huesos y bastante deteriorado», cuenta el educador social David Alonso, con el que el miércoles Seon comió en la sede que la entidad social tiene en la calle San José.
Allí, en una mesa primorosamente puesta y con la compañía de otras personas que participan en los programas sociales y varias voluntarias y estudiantes de Educación Social en prácticas, Seon mezcla, sin pudor, un revuelto de setas con un puré de verduras. Otra comensal se lo afea, pero da en hueso porque el coreano es un cocinero de alta gama, que guisó para los Reyes de España, pero al que en algún momento la vida se le torció. Como le puede pasar a cualquiera.
«Nadie está libre de que esto le ocurra», repite Alonso, que ha visto pasar por su despacho muchísimas historias de gente 'normal' a la que una catástrofe vital -la pérdida de empleo, una enfermedad, un divorcio, una adicción...- le deja sin redes sociales, le deja en la más completa soledad y en la calle, donde la salud se deteriora a doble velocidad y el consumo de drogas se dispara. Si hay una patología mental además, la mezcla es explosiva, por lo que uno de los primeros frentes que aborda Cáritas cuando llega una persona pidiendo ayuda es el de la salud: una cama, una comida caliente, las visitas necesarias a los médicos, la compra de los medicamentos imprescindibles y la puntualidad en las revisiones.
Este cuarentón coreano era un hombre con una vida muy interesante. Cocinero de profesión, durante años se ganó la vida en un restaurante de alta gama en Barcelona, el Roig Rubí, del que se marchó voluntariamente, según cuenta, no sin antes hacerle la comida a gente de alta alcurnia y a experimentados chefs como Karlos Arguiñano, junto a quien exhibe una foto que guarda en su móvil.
(Más información y testimonios, en la edición impresa de este viernes de Diario de Burgos o aquí)