Sobre una de las mesas del laboratorio de Paleomagnetismo de la Universidad de Burgos una estalagmita, cortada en diferentes secciones, se muestra como un libro con las páginas abiertas en una clara invitación a ser devorada. Leer al detalle cada letra, en este caso cada componente, para ayudar a entender mejor los cambios en el clima y en el campo magnético terrestre a lo largo del tiempo en el entorno del Geoparque de Las Loras; ese el objetivo de un proyecto de investigación en el que trabaja un equipo de la Universidad de Burgos compuesto por Elisa María Sánchez, Ángela Herrejón y Eneko Iriarte.
El estudio nació de una visita de Iriarte a la Cueva de los Franceses, en Revilla de Pomar, vertiente palentina del Geoparque. Su potencial le llamó la atención como fuente de investigación en el área del paleoclima. Elisa venía de Portugal, de estudiar el campo magnético terrestre a partir de estalagmitas. De una conversación salió este trabajo conjunto que decidieron, a través de la UBU, presentar a una beca de Galletas Gullón y de la Asociación para la Reserva Geológica de Las Loras, de la que finalmente resultaron beneficiados con 4.000 euros.
Hasta septiembre, mes en el que deben de presentar los resultados, les queda un intenso trabajo de análisis e interpretación de datos que comienza con la monitorización del interior de la cueva. «Para saber como funciona hoy en día», detalla Eneko Iriarte, del departamento de Historia, Geografía y Comunicación. De sus entrañas recogerán muestras de agua procedente del goteo de lluvia, también su temperatura o concentración de CO2. «Igualmente pondremos unas placas sobre las que irá precipitando el carbonato y así saber cuánto crece el espeleotema y su señal isotópica», detalla el profesor, que explica que también se llevarán a cabo esas mediciones fuera. «Todo ello nos dará las claves para saber interpretar después los datos que obtengamos de los espeleotemas y entender mejor como se reflejan los cambios actuales en el registro pasado», añade.
Divulgación y educación. Con una clara intención de divulgar y de promover la educación ambiental, el equipo de investigadores pretende que sean los alumnos de institutos del entorno los que se involucren con la recogida de esas muestras. «Les daremos unas nociones básicas para que sepan como extraer esos registros», comenta Iriarte, que afirma que la idea es poder dinamizar esta cueva y el Geoparque, organizar congresos, actividades, formar a los guías para que hablen sobre los resultados de la investigación en las visitas o incrementar la información de los paneles de la zona expositiva de acceso a la cueva.
El trabajo se centrará después en datar las estalagmitas y decidir en qué franja de años van a detallar el estudio. Después la labor se desarrollará en dos laboratorios. En el de IsoTOPIK Iriarte diseminará en láminas de cinco milímetros la estalagmita, «que es como una caja negra, ya que contiene muchos aspectos registrados». Tras el análisis de los distintos componentes de muestras, en polvo, se obtendrá información sobre procesos naturales climáticos, ambientales o antrópicos. «Nos dará datos sobre cómo ha ido evolucionando todo alrededor de esta cueva, si hace 60, 500 0 1.000 años llovía más o menos o hacía más o menos frío», cuenta Iriarte, cuya investigación permitirá conocer el pasado, el presente y aventurar el futuro en cuanto al clima.
En su laboratorio de Paleomagnetismo, Elisa Sánchez confía en que los pedacitos de estalagmita que ha extraído en pequeños cuadrados estén cargados de material nítrico, esa agua que procede del suelo, con arenas, arcillas y óxidos de hierro. Este último se comporta como una pequeña brújula que al caer se queda mirando hacia el campo magnético terrestre que había en ese momento. «(El campo magnético) ha variado a lo largo de la historia, ahora está en un continuo bailoteo sobre el polo norte geográfico. La investigación aportará información sobre cómo era en los años en los que se fue formando esa estalagmita y también como fueron las condiciones ambientales de la época», sentencia Sánchez.