Historia de la creación de una escritora que habló de libertad

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
-

En los tres años y medio que duró su colaboración con Diario de Burgos, Maria Teresa León publicó más de una treintena de artículos culturales, sociales y en defensa de los derechos de la mujer

La escritora posa en Burgos con sus hijos Enrique (izda.) y Gonzalo.

No hacía ni un mes y medio que María Teresa León había cumplido los 21 años cuando publicó su primer artículo en este periódico, hecho del que esta semana se han cumplido cien años. De la vida cruel era un cuento que ocupó dos columnas y 234 líneas en la página 3 del ejemplar del 11 de diciembre de 1924, que le sirvió para materializar, por un lado, su precoz interés por la literatura y, por otro, para arrancar una carrera artística que duraría toda su vida, una biografía marcada por la pasión por las letras y por un duro exilio en el que estuvo acompañada de su marido, el poeta Rafael Alberti, y del que volvería 40 años más tarde sin memoria. Cuando aquel texto se pudo leer negro sobre blanco, la autora era apenas una niña que se había instalado a la fuerza en el mundo adulto después de que un embarazo inesperado a los 17 provocara su precipitada boda con Gonzalo de Sebastián en Barcelona, ciudad a la que las familias trasladaron a la pareja para evitar murmuraciones y en la que nacería su primer hijo, Gonzalo. Por tanto, la María Teresa León que saluda desde las páginas de Diario de Burgos es una niña-madre con una desmesurada mochila vital a sus espaldas.  

Había llegado a Burgos poco tiempo antes. Su padre, el coronel madrileño Ángel León Lores, era un hombre que había guerreado en Cuba, que tenía nostalgia de la isla caribeña y que no llevó muy bien venir a la ciudad castellana, donde se incorporó al Regimiento Lanceros de Borbón; su madre, la burgalesa Oliva Goyri de la Llera, una mujer de carácter, que aguantaba a duras penas las calaveradas del marido y que nunca fue muy cariñosa con su hija, según León evoca en Memoria de la melancolía. De su hermano, Ángel León, no hace ninguna referencia significativa en su autobiografía. 

Enseguida la joven empezó a participar en la vida social de la época. En el verano de 1919 forma parte del elenco de la puesta en escena de La muerte de los 7 infantes de Lara, de cuyos ensayos se hizo eco DB. También aparece en el listado de las damas enfermeras de la Cruz Roja, entidad que se había instalado poco antes en la ciudad.

Lectora voraz

Desde muy niña María Teresa había dado muestras de una voracidad lectora poco frecuente. De hecho -y hay que remitirse otra vez a sus memorias- fue expulsada del colegio madrileño del Sagrado Corazón por haber accedido a lo que las monjas llamaban «lecturas prohibidas» (Alejandro Dumas era uno de sus autores preferidos), a las que enseguida llegó gracias, en parte, a la nutrida biblioteca de María Goyri, prima carnal de su madre y la primera española en acceder a un doctorado en la universidad, su esposo, Ramón Menéndez Pidal, y los hijos de ambos, Jimena y Gonzalo. Con Jimena, que solo era dos años mayor que ella, tenía María Teresa una relación muy especial: la quería mucho y envidiaba que estudiara en la Institución Libre de Enseñanza y que tuviera a su alcance cualquier libro y ningún rezo. En casa de los Goyri-Menéndez Pidal, nuestra autora se refugiaría cuando las cosas en su vida privada se torcieron.

En el primer artículo que firmó sin seudónimo pidió el Nobel para la escritora Blanca de los Ríos


Durante uno de los actos de la alta burguesía burgalesa en los que participaba, la jovencita conoció al que sería su marido, Gonzalo de Sebastián, hijo de Rodrigo de Sebastián, director del Instituto y promotor en la ciudad, junto a Henri de Merimée, de los primeros cursos de verano que hubo en España. También al director de este rotativo en aquellos años, Ignacio Albarellos, ingeniero industrial y militar como el padre de María Teresa, que fue quien le dio su primera oportunidad literaria y a quien ella recordó siempre con mucho cariño y definió en Memoria de la melancolía como «uno de los mayores intelectuales burgaleses de su época».

La invitación a convertirse en periodista le llegó a la escritora cuando no estaba en su mejor momento personal. Su matrimonio, tan apresuradamente constituido por aquello del qué dirán, hacía aguas y de tal manera que en ese momento, diciembre de 1924, ya no convive con su marido y le han alejado de su hijo. Esta situación se alarga hasta que ella vuelve al redil empujada por muchas voces, entre ellas la del entonces arzobispo de Burgos, Juan Benlloch. De esta manera recordaba la escritora, muchos años después, cómo fue la conversación: «Niña, niña, le dijo el cardenal. Esta ida triste prepara la alegría de otra. Niña, niña, tienes que volver con él. Te necesita. Ninguna fuerza del mundo debe separarte de tu obra», escribió León.

El refugio de las letras

No es descabellado pensar que frente a esa reconciliación forzada y a ese matrimonio sin amor en el que, según algunos testigos, a él se le fue la mano en alguna ocasión,  León se refugiara en las palabras y abrazara con pasión la oportunidad que se le ofrecía y para la que eligió como seudónimo Isabel Inghirami, el nombre de una de las protagonistas de la obra Quizás sí, quizás no, que el controvertido autor italiano Gabriele D'Annunzio había publicado en 1910, lo que hizo porque «no se atrevió a poner su nombre» como confesaría después.

¿Qué razones empujaron a la escritora en ciernes a firmar de aquel modo? Se pudiera pensar que era un guiño al perfil de mujer liberada y rebelde que suponía ese personaje de ficción y que la joven autora ansiaba llegar a tener, pero la realidad, a veces, es mucho más simple que la interpretación que se hace de hechos pasados, y, así, casi cuarenta años más tarde ella misma lo explicaría de esta manera en sus memorias, quitándole toda intención: «¿Y por qué una heroína d'annunziana? ¡Bah!, el primer nombre que le cayó bajo los ojos».

En sus textos reflexionó sobre la amistad, la salud infantil, los derechos de las obreras, el teatro... 


Cubierta así, que no escondida, pues era de público conocimiento que María Teresa era Isabel y que Isabel era María Teresa (alguna crónica de la época lo dice)  escribe los primeros dos años y medio un total de 25 artículos aunque uno de ellos, quizás por un error al componer las páginas, aparece firmado como 'María Teresa', rúbrica que nunca después utilizaría. El 14 de septiembre de 1927 se lee el primero con su nombre y apellido y que es, nada menos, que la petición  del Nobel de Literatura para Blanca de los Ríos, escritora muy reconocida de la época y una de las 13 mujeres que tuvieron presencia en la Asamblea Nacional durante la dictadura de Primo de Rivera, que es el Gobierno bajo el que publicó todas sus piezas. Hasta la última de sus colaboraciones, el 30 de junio de 1928, aparecerían otras diez, las últimas escritas desde Argentina.

El triste cuento con el que arranca su colaboración, un relato de tintes románticos y profunda y precozmente melancólico, esconde también una dura crítica a la guerra de Marruecos, que estaba desangrando a la juventud española: «La patria tiene tiranías, la bandera roja con su franja de oro, tremola sobre la parda tierra del Rif, no como emblema de victoria sino como sudario glorioso de valientes (...) . Quitó al campo los brazos jóvenes, a las madres el triste consuelo de amortajar el cuerpo que ellas envolvieron en pañales», se duele la autora, cuya protagonista es una mujer enferma que pierde a su hijo en el campo de batalla. En el mismo ejemplar del periódico de aquel día se puede leer el obituario de un joven alférez que «de Burgos salió para África con el batallón expedicionario de Lealtad y allí encontró gloriosa muerte» y un anuncio en el que 18 soldados  buscaban madrinas de guerra, mujeres que se ponían en contacto epistolar con los militares en el frente para levantar su moral.

Aquel Burgos

La sociedad burgalesa de 1924 era profundamente religiosa, al menos en las formas, y muy empobrecida. Solo una pequeña parte de la población -entre la que se contaba la familia León Goyri- vivía de forma acomodada, por lo que era muy frecuente leer en el periódico iniciativas caritativas como la inauguración de la entidad benéfica denominada Tienda-Asilo, en la que participó la propia María Teresa, o la puesta en marcha de colectas para ayudar, por ejemplo, a una viuda con hijos. Había una enorme tasa de analfabetismo y un elevado nivel de paro, que el Ayuntamiento intentaba paliar en invierno con el coloño, una especie de subvención que daba a un grupo de trabajadores por hacer pequeñas chapuzas y que de esa manera hicieran frente al frío de la época. El saldo demográfico era negativo y la mortalidad infantil, escalofriante: el año anterior se había contabilizado el deceso de 332 criaturas de menos de un año mientras que otras 42 nacieron muertas, ya que las condiciones en las que se desarrollaban los partos no eran las más adecuadas. 

El niño de María Teresa a punto estuvo de engrosar tan lúgubre estadística puesto que enfermó de meningitis y ni en ese momento tan dramático le permitieron a la madre - entonces separada de facto de Gonzalo de Sebastián- acompañarle más de una hora y bajo la supervisión de un abogado, un episodio que la marcó para siempre. De ahí la pena que reflejan sus primeros escritos. Porque apenas unos días después del cuento de Marruecos y pasadas las navidades, en enero de 1925, publica otro relato, Érase una vez, en el que con  todos los elementos tópicos de las historias orientales (tiendas de campaña lujosamente adornadas, animales salvajes, oro, perlas, ríos sagrados, desiertos...) hace un relato sobre un príncipe que no es sino una metáfora de Jesús de Nazaret nada religiosa en el sentido clásico.  El relato termina con una confesión de la autora: «Este es el cuento que oí una noche de Reyes, reunidos los míos en torno a un hogar que ya el tiempo deshizo».

Tras un viaje por el extranjero desde el que mandó diversas crónicas, se separó y no volvió a Burgos


No es la primera vez que Isabel Inghirami hace notar sin pudor y a través de Diario de Burgos cómo es su situación vital y su estado emocional sin importarle los comentarios que esto provoque, como deja bien claro en su tercera publicación que, con el título Divagaciones y bajo el epígrafe Apuntes de una mujer, hace una reflexión sobre la amistad en la que relata con cierta ironía cómo en los cenáculos provincianos de aquel Burgos solo era necesario que un tertuliano abandonara su puesto en el café para que el resto comenzara a «hacerle trajes», una costumbre en la que la escritora no diferencia a hombres y mujeres.

El feminismo

El pionero en el estudio de la obra de León y precozmente desaparecido, Juan Carlos Estébanez, ya apuntó que el asunto de los derechos de las mujeres fue una de las constantes de la colaboración de María Teresa con el periódico. En el cuarto artículo que publica lo aborda sin tapujos en el titular. Charlas feministas lo llama y en él se hace eco de una iniciativa de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), una de las primeras entidades feministas del país constituida en 1918 y dirigida, en el momento en el que Inghirami escribe sobre ella, por Benita Asas, uno de los nombres más importantes del protofeminismo español, a quien DB entrevistaría ya entrada la década de los 30.

En el artículo, sobre la propuesta de un servicio agrícola obligatorio, la autora da las gracias a Asas por su invitación a acudir a las jornadas en las que se sustanció esta singular propuesta. Esto nos dice que a pesar de seguir en Burgos y de llevar una vida doméstica su nombre seguía en las agendas de las mujeres que en aquellos días empujaban el feminismo español, probablemente gracias a su relación nunca rota con su tía María Goyri  y su prima Jimena.

Más adelante, haría la crónica de una conferencia organizada por el Ateneo de Burgos y que corrió a cargo de José María Ossorio y Gallardo, exministro de la Restauración y abogado liberal que apoyó los derechos de las españolas; pediría -ya se ha dicho- el Nobel para Blanca de los Ríos, relataría la presencia en la ciudad -también de la mano del Ateneo- de María de Maeztu, directora de la Residencia de Señoritas, o pondría en valor el trabajo de la actriz Berta Singerman, que actuó en Burgos en un acto presentado por la escritora y periodista María Cruz Ebro. 

La vida social

Se preocupó María Teresa en sus escritos por los niños ciegos, por las condiciones de vida de la clase trabajadora, por los estrenos teatrales, por la literatura y, en general, por todo lo que ocurría en la vida social y cultural de la ciudad. Cuando el Plus Ultra llegó a Buenos Aires y este periódico dedicó  a la hazaña dos páginas incluida toda la portada, allí se publicó un pequeño texto de la autora titulado ¡Viva España!. Estamos  a finales de los años 20 y no solo encontramos su nombre en las piezas que escribe sino en los actos que protagoniza. En el 27 ofrece charlas sobre las condiciones de las mujeres trabajadoras o sobre el niño en la literatura mundial y, en el marco de los Cursos de Verano, sobre el Romancero, del que tanto aprendió con sus tíos Olivia Goyri y Ramón Menéndez-Pidal. El periódico recoge, además, algunas de sus participaciones en la vida social de la provincia como su presencia en una pedida de mano en Villarcayo o en una fiesta para recaudar fondos contra la tuberculosis. Con ese fin benéfico en el Teatro Principal recitó versos de Marciano Zurita, Ramón Pérez de Ayala, Luis Fernández Ardavín y Antonio Machado y da paso a Antonio José, que interpretó al piano su Sonata gallega. 

El adiós

Pese a todo este ajetreo intelectual del que tanto disfrutaba, María Teresa no era feliz. Había nacido ya su segundo hijo, Enrique, pero las cosas en su casa seguían sin ir bien con Gonzalo de Sebastián con quien, por negocios de él -trabajaba para La Moderna, una casa de máquinas de escribir y de calcular  y más adelante lo hizo para Decus, una tienda de muebles y decoración- emprende un largo viaje al extranjero, que fue la última oportunidad que se dio la pareja y que salió mal. Aún en aquellos días ella ejerció de corresponsal y envió crónicas desde Senegal, Brasil y Argentina. La última se publicó  el 30 de junio de 1928.

A la vuelta el matrimonio se separó definitivamente  y ella se refugió en casa de los Goyri-Menéndez Pidal y rehizo su vida en Madrid, lo que incluyó una sentencia de divorcio de 1933 sellada en  la Audiencia Provincial de Burgos. Lo siguiente que este periódico publicó sobre ella fue la presentación de sus dos primeros libros, Cuentos para soñar y La bella del mal amor y su participación en algunos eventos culturales de la capital de España como el homenaje a Luis Cernuda en abril de 1936. Duele decir que este periódico en el que arrancó su carrera y al que estaba unida por lazos familiares (su hermano Ángel se casó con Elena Albarellos, hija del primer propietario de DB) la olvidó durante décadas. Tras su muerte, el 14 de diciembre de 1988, se empezó abrir levemente aquella puerta de silencio y hoy la sentimos como una parte muy importante de nuestra historia.