Francisco Javier Santos Gómez tenía nueve años y debía estar durmiendo plácidamente en la habitación que compartía con su hermano pequeño, Sergio. Era noche de sábado y sus padres habían salido a tomar algo. Cuando regresaron a su casa de la calle Virgen de Zorita de Melgar de Fernamental, el padre, Javier, subió al primer piso para asomarse a la habitación de los críos mientras la madre, Ana María, se quedaba en la planta baja recogiendo alguna cosa del salón. El silencio que reinaba en el domicilio se vio interrumpido súbitamente por los gritos desgarradores del padre: su hijo mayor estaba muerto, bañado en sangre. Tenía un gran tajo en el cuello, desde la oreja hasta la tráquea. Junto al cadáver, una cuchilla. Su hermano dormía en la cama contigua: no se enteró de nada.
La consternación se adueñó de Melgar. «Fue un golpe muy duro para el pueblo», admite su hoy alcalde, José Antonio del Olmo. «Un caso extraño y terrible. Se trataba de un niño, y las investigaciones no llegaron a ningún lado». Así que sigue siendo una muerte sin resolver.Se barajaron todo tipo de hipótesis: desde que fuese el propio crío quien se cortara al cuello bien deliberadamente, bien por accidente dando vueltas adormilado en la cama -ambas fueron descartadas-, a que alguien con llaves de la casa (ni ventanas ni puertas habían sido forzadas) hubiese entrado y hubiera cometido tan atroz crimen. Entre medias, alguna aún más desasosegante, como que pudo haber sido el hermano pequeño el autor material de los hechos, algo que también fue desechado. En medio de la tragedia, destrozados por el dolor, los padres aseguraron que llevaban tiempo recibiendo amenazas mediante llamadas telefónicas anónimas, algunas de muerte; y que no hacía demasiados días que les habían pinchado la rueda del coche y vertido ácido sobre la puerta de la vivienda. Sea como fuere, ninguno de estos hechos había sido denunciado por el matrimonio.
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