El niño de nuestros ojos

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
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Daniel Álvarez lleva un año trabajando en Promecal después de haberse formado en la UBU en un título con un nombre precioso: Experto en Competencias para la Vida.

Dan (izda.) posa con David, Roberto y Cristina en la recepción de Promecal, donde es habitual verl - Foto: Alberto Rodrigo

Todos los días a las ocho menos diez de la mañana Dani llega a Promecal, enciende las luces, la pantalla de televisión que preside la entrada y comienza a repartir el periódico entre las distintas plantas del edificio. Arranca ahí una jornada que, dice, no cambiaría por nada. Sería difícil, ahora mismo, encontrar a una persona a la que le guste más su trabajo: «Esto es mi casa, sois todos como mi segunda familia y además me mimáis mucho», afirma este chaval de 23 años cuya forma de estar en el mundo es de una naturalidad y una sinceridad que desarman a quien le escucha porque ambas son un reflejo de su pureza. Ni el síndrome de Williams, un trastorno genético que le diagnosticaron cuando nació ni los problemas de salud que le ha acarreado han podido con su tesón por salir adelante y gracias a su amor propio y a todo el estímulo que ha recibido de su familia tiene un desempeño perfecto y afín a sus capacidades. 

Fue al colegio Padre Manjón, al Sagrado Corazón y después se formó un año en Electricidad en Jesuitas (por lo que, si es necesario, cuenta, sería capaz de cambiar ahora mismo un enchufe) y es uno de los alumnos del título propio de la Universidad de Burgos denominado Experto en Competencias para la Vida, especialmente diseñado para que jóvenes con discapacidad intelectual desarrollen habilidades sociales y laborales. Las otras competencias para la vida -amabilidad, empatía,  sentido de la justicia, alegría...- Dani ya las traía de serie.

Es alto y delgado, muy seriecito y extremadamente cortés. Le gusta ser puntual y estar siempre como los chorros del oro, con el pelo bien cortado y bonitas sudaderas. Siempre tiene una palabra amable y correcta para todo el mundo y sabe captar el ánimo de la gente. «Es intuitivo y si ve que tienes un mal día te pregunta y se preocupa», cuenta Cristina, la compañera con la que comparte más tiempo en la recepción del edificio. «Es que hay que estar felices y tranquilos porque todo va a salir bien», resume él lo que es toda una filosofía de vida.

No para un minuto. Además de repartir los periódicos por las plantas, ayuda en las labores de reciclaje -el papel en un sitio, el plástico en otro, recuerda siempre- y un par de días a la semana acude a la sucursal que Correos tiene en la Avenida de Castilla y León para recoger la correspondencia que llega. También se ocupa de ir a la cerrajería cuando hay que hacer copias de llaves, de entregar los paquetes que llegan, de revisar las impresoras para comprobar que tienen el tóner adecuado, de avisar al departamento de Informática si no es así... y a media mañana va a tomar un descafeinado con las chicas y los chicos de Vive Radio en alguno de los dos bares de referencia de esta casa, Las cuatro y diez o el Lara.

«A mí no me cuesta nada hacer amigos aunque la verdad no sé por qué me resulta tan fácil, igual es porque creo que la amistad es especial», afirma. Tiene, asimismo, opiniones muy claras sobre el amor: quiere echarse una novia pero «que no sea tóxica y que tenga las cosas claras», asegura con aplomo. Y mientras ese amor llega, él se divierte con su pandilla de amigos y su familia con quienes tiene una agenda muy apretada estas fiestas con comidas, cenas y conciertos. 

Le gusta el fútbol (es delegado de campo y seguidor del Burgos y del Sporting porque su padre es de Gijón) y también el pádel. Es fan de Bisbal, Bustamante, Enrique Iglesias y Daddy Yankee y disfruta con las películas Harry Potter. Pero en el top de sus aficiones está hablar con la gente. El viernes pasado era su último día antes de las vacaciones y fue de planta en planta despidiéndose de cada uno de los compañeros: dos besos a las chicas, abrazo a los chicos. 

Daniel, que ha llenado nuestro día a día de alegría, bondad y buen humor, tiene un súperpoder: cambia el ánimo de las personas (a mejor) con solo mirarlas e ilumina todo a su alrededor. Como para no quererle.