Nació en pleno reinado de Alfonso XII, con Antonio Maura al frente del Gobierno y, hasta el momento, ha visto ejercer a 37 presidentes. Felipa Arenas -la abuela de la provincia desde que el pasado 20 de noviembre falleciera Adelaida González, con 112 años- lució ayer espléndidamente sus 107 en el Salón Rojo del Teatro Principal, al que llegó acompañada por su hermana Magdalena, de 97, ambas naturales de Pedrosa del Príncipe. Allí escuchó atentamente las felicitaciones que le transmitió el alcalde, Javier Lacalle, en el acto navideño de homenaje a las personas que, o tienen cien años, o han pasado ya de tan provecta edad. Solo otras cuatro mujeres, además de Felipa, acudieron a la cita: Ángela Martínez, Donatila Blanco, Justina Ortega y Pilar Rubial, todas ellas acompañadas por familiares y amigos.
El censo burgalés es rico en personas que han cumplido un siglo (será el cierzo o la alimentación o las privaciones o el trabajo... ayer cada quien hacía sus cábalas). Según el padrón, a fecha de 12 de noviembre, hay 74 convecinos que ya no hacen cien años y otros 23 más, que los habían cumplido, han fallecido a lo largo de 2014. Aunque sería más preciso hablar convecinas, pues de todo este longevo grupo solo 9 son varones. Los especialistas achacan esta facilidad de las mujeres sobre los hombres a cumplir años a la lejanía que durante mucho tiempo tuvieron las féminas de los vicios más perniciosos para la salud tales como el tabaco o el alcohol. Ahora pocos se atreven a pronosticar que las nuevas generaciones de burgalesas vayan a pasar esa barrera de la edad tan simbólica al darse al pitillo y a la bebida con igual fruición que sus varones. Solo el tiempo lo dirá.
El acto -en el que también estuvo presente la concejala de Servicios Sociales, Ana Lopidana, pues de su departamento depende el homenaje, puesto en marcha siendo Juan Carlos Aparicio alcalde- fue breve porque así lo recomendaba el sentido común de cara al mayor confort de tan venerables ancianas, que salieron a la calle enfrentándose a un destemplado día de diciembre y abrigadas hasta los ojos. Lacalle se refirió a esta cita como «un clásico navideño», declaró el «cariño especial» que la ciudad tiene a estas mujeres, puso en valor las dificultades que seguramente las señoras habían tenido que atravesar a lo largo de sus extensas vidas y deseó volver a verlas el año que viene en el mismo lugar. Después -quizás a modo de bonita metáfora sobre el paso del tiempo, según pensaría cualquier poeta- les regaló un reloj de muñeca. Pero no, El primer edil fue bien preciso: «Es para que puedan ver la hora».