Sucedió a finales de octubre de hace ahora cuarenta años. La Compañía General de Sondeos del campo petrolífero de La Lora se hallaba cambiando una barrena de perforación cuando, al retirar una tubería, comenzó a salir lodo y después gas, que provocó primero una fenomenal explosión e inmediatamente un incendio pavoroso en el pozo número 49, en el que se había logrado una perforación de 1.200 metros de profundidad. El fuego, que alcanzó súbitamente hasta cincuenta metros de altura, no causó daño alguno entre los operarios que en ese momento trabajaban en el pozo; no así la torre, que sufrió importantes desperfectos, siendo afectada tanto por el estallido como por el fuego. Amospain, la empresa que ese otoño de 1984 explotaba el campo petrolífero burgalés, fue consciente desde el primer momento de que no bastaría con los servicios del cuerpo de bomberos de Burgos; que aquel fuego no era uno cualquiera, uno más.
Acertó: dada la singularidad del lugar y del material inflamado, hubo que recurrir a un equipo especial, que llegó nada menos que desde los Estados Unidos: extinguir un incendio cuando median petróleo y gas requiere de una intervención muy especializada. No en vano, se necesitaron tres intentos y varias jornadas para darlo por apagado. Fueron los conocidos como 'Diablos Rojos' los que, desde Texas, se desplazaron al páramo burgalés para sofocar las violentas llamas. Contaron con el apoyo de los bomberos de Burgos. Todo sucedió de madrugada. El pinchazo hizo que el gas aflorara de forma repentina a la superficie, donde se inflamó tras una explosión que pudo escucharse en toda la comarca, creando una enorme inquietud entre los habitantes de La Lora. No en vano, las llamas que se elevaban al cielo podían ser vistas desde varios kilómetros a la redonda.
La torre de perforación se vino irremisiblemente abajo, causando daños en toda la instalación. Se puso rápidamente cerco al fuego para evitar que este se extendiera a otros pozos del campo petrolífero, que registraba así su primer accidente de gravedad de que el petróleo emergiera de las entrañas del páramo veinte años antes. Amospain, la empresa que entonces gestionaba el campo, no supo aclarar nunca el origen del incidente. Por fortuna, no hubo que lamentar daños personales ni en el momento del estallido ni en los días posteriores, durante las arduas y duras labores de extinción.
Las llamas alcanzaron cincuenta metros de altura. El incendio estuvo activo durante una semana. - Foto: Museo del PetróleoTres integrantes del equipo de especialistas conocido como 'Diablos Rojos' llegaron a Burgos dos días después de suceso. Nada más pisar el campo petrolífero, estos expertos en neutralización de fuegos en pozos de estas características lo estudiaron con detenimiento y con el apoyo que todo el equipo del campo les prestó, como recogía este periódico en una de aquellas jornadas: «Todo el personal especialista y laboral del campo petrolífero se halla volcado en la delicada operación, no ocultándose las dificultades que envuelven un trabajo de esta naturaleza en el primer siniestro de tal carácter que se registra en España».
Tres bomberos de Texas del grupo conocido como 'Diablos Rojos' lograro apagarlo
La expectación que el incendio levantó tanto a nivel nacional como internacional hizo que numerosos curiosos se acercaran a Ayoluengo a verlo; sin embargo, se toparon con un férreo control de seguridad en todo el perímetro; con todo, la espectacular altura de las llamas facilitaba su visión desde distintos puntos del entorno del pozo número 49, ubicado en Ayoluengo. El primer intento de extinción fracasó; el segundo, también. Pero no cundió la frustración ni el pánico. Y la tercera fue la vencida. Eso sí, una semana después de que se declarara el incendio.
Los 'Diablos Rojos' tuvieron que recurrir nada menos que a Goma-2 para conseguir extinguirlo. Esa maniobra, que es una de las formas que suelen emplear estos especialistas, se ejecutó, según las crónicas, «con sumo cuidado y minuciosidad, pues se trataba de evitar que algún fallo pudiera afectar al resto de los pozos del yacimiento que se encuentran en fase de rendimiento industrial».Aunque en un principio no se percibió disminución en la salida de gases y las llamas no parecían atenuarse, poco a poco empezaron a verse reducida tras las sucesivas detonaciones controladas. Por fin, en la tarde noche del día 3 de noviembre, el incendio se dio por controlado y extinguido.
En ese momento, la producción del campo petrolífero burgalés rozaba los 2.000 barriles de crudo diarios (lejos de 10.000 de los años sesenta) y había en proyecto nuevos sondeos para abrir más pozos.La esperanza de La Lora aún no se había teñido de negro. Aunque ya no se extraían los 80.000 litros diarios de oro negro que llegaron a sacarse del subsuelo de la paramera, era todavía un campo que ofrecía posibilidades, de ahí que se estuvieran haciendo sondeos para nuevos pozos. La realidad, siempre empecinada, acabó frustrando el sueño de esta comarca. Aunque llegaron a trabajar 300 personas en el campo petrolífero, este fue cerrado definitivamente en el año 2017, pese a que la compañía que lo explotaba en ese momento, LGO Energy, se había comprometido a modernizar las instalaciones, a reabrir pozos que llevaban años abandonados y a triplicar los puestos de trabajo (en aquel momento había allí empleadas 16 personas).
Desde el Ayuntamiento de Sargentes de la Lora no ha dejado de insistirse en que el campo podría tener otra actividad aunque no sea la que ha tenido históricamente; que debería pensarse mucho un cerrojazo definitivo. Así, sugieren que se valore la posibilidad de generar electricidad con aire comprimido o recuperar el hidrógeno del petróleo, como están haciendo en otros países de Europa.Asimismo, consideran que el Estado debería coordinar un plan cultural -que ya tenemos diseñado- para que siga dando vida a la comarca y que recuerde lo que ha sido este lugar durante sesenta años.