Fue el 4 de septiembre de 1924. En un suelto, una noticia corta sin ningún distintivo que hiciera pensar el importante calado de lo que allí se anunciaba, y en páginas interiores, este periódico publicó lo que parecía en ese momento una bomba de relojería contra la integridad geográfica, política y administrativa de la provincia de Burgos. Bajo un enorme epígrafe que decía 'Noticias' se pudo leer: «Según nuestras noticias hoy ha sido elevada al presidente del Directorio Militar una instancia del Ayuntamiento de Villasana, solicitando que se abra una información con el fin de promulgar una disposición que ordene la agregación del municipio que comprende el Valle de Mena a la provincia de Vizcaya». Y a renglón seguido, y separado apenas por una pequeña línea, un anuncio: «Posee gran eficacia para reponer las fuerzas el coñac Argudo». Cosas de los diarios de principios del siglo XX.
El caso es que es más que probable que alguno necesitara reponer esas fuerzas porque aunque durante los dos meses posteriores a ese día no apareció el asunto en nuestras páginas, cuando se retomó, el 4 de noviembre, las palabras comenzaron a engrosarse. «Imperialismo vizcaíno», nada menos, titulaba Diario de Burgos en portada aquel día -justo mañana se cumplirán cien años- la crónica de este intento de separación llena de durísimas críticas contra Bilbao, a pesar de que había sido el alcalde menés, Eduardo García López, quien había trasladado a Primo de Rivera el acuerdo del Ayuntamiento en un expediente que también incluía una instancia a la Diputación de Vizcaya para que emitiera un informe favorable, una petición al Directorio Militar sobre la anexión y un informe del abogado de la Diputación vizcaína.
El artículo hacía un repaso por todos los hitos que habían enriquecido a Bilbao como «las excelentes minas» que le habían proporcionado «cuantiosas riquezas» y habían convertido la provincia «en una de las más florecientes», o la guerra, que «creó fortunas rapidísimas a las que en todas las naciones, menos en España, se han aplicado impuestos extraordinarios». Todos estos elementos hicieron que se desarrollara en los bilbaínos, continuaba el artículo, «el orgullo y el imperialismo. Se creían superiores a los demás españoles, a los que consideraban despectivamente, en particular a los castellanos».
Panorámica del Valle de Mena, tomada desde Vallejo. - Foto: Archivo MunicipalTambién se les afeaban los proyectos de impulsar su puerto y las infraestructuras como «el ferrocarril de la Robla, por medio del cual consiguieron que todo el norte de la provincia de Burgos tuviera mejor comunicación con Bilbao que con la capital de su provincia». «¿Puede darse mayor grado de imperialismo ni mayor muestra de agresividad? Aunque hace tiempo que conocíamos sus manejos no hemos creído ni creemos que el peligro (de separarse de Burgos) sea real», concluía el texto.
Al día siguiente, también en portada, desde estas páginas nos hacíamos eco de unas declaraciones «de personalidades burgalesas del Valle de Mena» al periódico El Noticiero Bilbaíno sobre que lamentaban la petición de anexión pero la comprendían porque la larga distancia con Burgos hacía que sus necesidades no fueran satisfechas. Y lo hicimos negando la mayor, dudando de que nadie con responsabilidad política en Burgos hubiera dicho tales cosas y argumentando cómo se empezaba a cuidar a los meneses, a los que «se quiere y no se tiene para ellos la indiferencia que dan a entender las líneas transcritas», en referencia a lo publicado por la prensa vasca: «Ya hoy los numerosos automóviles de línea, traen diariamente a Burgos centenares de hijos de la provincia; el ferrocarril Santander-Mediterráneo nos unirá con toda la parte Norte, que irá variando sus cauces y dirigiéndose hacia su capital, porque la voz de la sangre les llamará y el otro ferrocarril, tan suspirado, de Burgos a Segovia, que en breve será un hecho, porque ambas Diputaciones tienen en ello un decidido empeño, nos reconquistará la ribera del Duero que volverá, ansiosa de reanudar los lazos que forzosamente se habían debilitado».
El régimen de las «vascongadas». Las armas no bajaron en ningún momento y por tercer día consecutivo en primera plana aparecía la anexión, en esta ocasión para poner de relieve cómo el especial régimen de las Vascongadas le hacía tener ventajas sobre el resto de las provincias: «Si las aforadas tienen sus carreteras en perfecto estado de conservación, si han podido construir ferrocarriles y redes telefónicas, si han llegado a establecer otros muchos servicios en que las demás Diputaciones no pueden ni soñar, no ha sido debido a que sean sus hijos mejores administradores, sino a la autonomía de que disfrutan, que les proporciona recursos inmensamente mayores que a las otras».
Se dio cuenta, además, de la carta enviada por la Diputación de Burgos al Gobierno pidiendo que no se desgajara la provincia y de otra, del alcalde del Valle de Mena dando sus argumentos y que se iniciaba con un sentido «Querido Burgos». Era un larguísimo texto en el que Eduardo García López argumentaba su petición para «consolidar de derecho las razones que existen de hecho» y lamentaba la bronca suscitada entre la prensa de Burgos y de Bilbao.
Entre otras cosas, recordaba García López que no era la primera vez que se hacía esta petición. El 1 de abril de 1883, el Ayuntamiento envió esta carta al Ministerio de Gobernación: «Los que suscriben Alcalde, concejales y vecinos del Ayuntamiento del Valle de Mena, en la provincia de Burgos, acuden respetuosos a V.E. con la pretensión de que citado Ayuntamiento y territorio a que se extiende su jurisdicción, sea segregado de la provincia de Burgos, a que en la actualidad corresponde, y unido a la de Vizcaya». Como explica Armando Robredo, exalcalde de la localidad y gran conocedor de la zona, hubo otro intento posterior en 1931 y asegura que en ninguno de los casos nunca pesaron razones ideológicas sino puramente prácticas: «Siempre hubo una gran asepsia política en estas peticiones, no era separatismo sino una cuestión de proximidad de los servicios básicos, como ocurre ahora, que es más accesible la sanidad de Euskadi».
El alcalde publicó una larga carta explicando que no deseaban irse «por falta de afecto» sino de servicios
«No es de ahora su anhelo -escribía Eduardo García hace cien años- ni está inspirado por nadie individualmente, sino que nace y se manifiesta constante y libérrimamente en todo el pueblo menés, y esto es lo que ha ocurrido ahora como una de tantas veces. No son unos cuantos meneses ni algunos ricos los que amparan y patrocinan: es Mena entero, que con todos los respetos debidos, sin voces y sin molestar a nadie, y ofreciendo el testimonio de más de mil cien firmas de vecinos (no de habitantes, porque de haber querido recoger firmas de mujeres y niños se tendrían la totalidad de la población», argumentaba el primer edil, que, a lo que se ve, no consideraba a las mujeres adultas parte de «la población».
García López aclaraba que no se querían anexionar a Vizcaya por falta de afecto a Burgos sino por ver «la vida lánguida que se desarrolla» perteneciendo a esta provincia mientras «que en los pueblos vecinos se vive de otra manera». «Ve el Valle de Mena las carreteras abundantes y cómodas hasta entrar en su jurisdicción y aquí están poco menos que intransitables de baches, polvo y otras deficiencias. ¿No es justo que le entren deseos de tenerlas como en Vizcaya?», se preguntaba. En esas se andaba cuando la Diputación de Santander, a la que le había ocurrido el mismo pleito con Castro Urdiales, que había expresado su deseo de marcharse también a Vizcaya, se puso en contacto con la de Burgos para hacer presión y evitar el desmembramiento de su geografía. Parecía el tiempo pues, de la unidad política, pero también de llamadas emocionales como la del periodista Guillermo Cardiel, que escribía: «¡Meneses! ¡meneses! ¿No oís cómo la madre se queja? ¿No tenéis miedo al remordimiento?».
La última noticia sobre este asunto se puede leer en 1925. El 30 de enero varias comitivas de Mena se entrevistaron en Madrid con el propio Miguel Primo de Rivera a quien le expresaron su deseo de pertenecer a Vizcaya. Y nunca más apareció el tema. Se sabe que estas pretensiones fueron zanjadas por la letra de la ley, ya que el Estatuto Municipal de 1924, que así se llamó a la norma reguladora de los ayuntamientos durante la dictadura, excluía expresamente objetivos como este. De esto ya se había dolido el alcalde, que sabía que en el párrafo segundo del artículo 18 de esa ley se advertía de que no se podría incorporar a una provincia con régimen foral en el orden económico administrativo, un municipio de derecho común, «y por eso acatando la Ley al hacer esta petición, no quiere este Ayuntamiento que se salte por ella, pero si, por tratarse de un caso concreto y especial, pretende que se estudie y que si después se encuentra de justicia puedan atenderse sus deseos, por medio de una disposición que así lo determine». Pero esto nunca ocurrió.