El sábado era día de derbi, el que enfrentó al Mirandés y al Burgos en El Plantío, y los aficionados rojillos y blanquinegros nos habíamos pasado la semana jugueteando con cábalas gloriosas, pateando por la calle paquetes de tabaco arrugados, poniéndonos un puntito bravucones con los compañeros de oficina que animan al equipo rival y apostando en unas porras que rebosaban de goles y de emoción. Mas, como aquel valentón del que escribió Cervantes, el derbi miró al soslayo, fuese y no hubo nada: el partido, como tantas veces ocurre, acabó resultando un petardo, con dos equipos con poco que ofrecer y más miedo que siete viejas, y unos y otros nos volvimos a casa con la cara de las horas extras, a guardar la bufanda y olvidarnos del puñetero fútbol durante unos días.
La culpa, como siempre, no es más que nuestra, porque somos unos ingenuos sin remedio, unos cándidos empeñados en hacernos ilusiones a cada paso sin reparar en todos los chascos que nos ha ido deparando la vida. Algo parecido les habrá ocurrido a todos esos vecinos que creyeron en la palabra de la alcaldesa de Burgos cuando anunció unas Navidades de campanillas, con la ciudad convertida en los jardines colgantes de Babilonia, y se encontraron al cabo con un abeto tristón y las mismas o parecidas luminarias de toda la vida, sin más novedad que una megafonía aún más estruendosa que de costumbre.
Y, en fin, también se sentirían asaz defraudados los españoles que confiaban en que la conmemoración de un nuevo aniversario de la Constitución Española contribuiría a atemperar el clima de odio que se ha ido adueñando de nuestro país en los últimos meses. No hubo caso: los enfrentamientos se tornaron aún más broncos y la imagen que transmitimos al exterior fue la de unos ciudadanos con rosarios en la mano rezando los misterios dolorosos delante de la calle de Ferraz, acaso confiados en que San Miguel Arcángel saque del armario su espada flamígera para acabar con el diablo socialista, en una estampa ritual que merecería haber sido fotografiada por Cristina García Rodero.
No ha sido, entre unas cosas y otras, un puente muy ilustre, para qué engañarnos. Pero tampoco nos pongamos drásticos: lo del derbi, al menos, a lo mejor se arregla en la segunda vuelta.