Andan los políticos y no políticos a vueltas sobre las consecuencias del acuerdo entre gobierno y PP que desbloquea el Consejo General del Poder Judicial y, parece, sienta las bases para que en el futuro se pueda ir despolitizando gradualmente una institución tan importante que regula la administración de la Justicia, promueve los principales nombramientos y sanciona a quienes no cumplen con el deber encomendado.
Siempre que se llega a un acuerdo de los llamados de Estado se multiplican las interpretaciones, quienes dudan de que se vayan a llevar a cabo los anuncios que han hecho los gestores del acuerdo, mientras que otros ponen el acento en que esta vez sí, se van a cumplir porque vienen avalados -por no decir que vienen "mandados"- por las autoridades europeas y, que al menos en esta ocasión, Bruselas está decidida a que la Justicia española y la designación de sus representantes institucionales dejen de ser un problema, como ocurre con Hungría y ocurría con Polonia hasta que se hizo cargo del gobierno Donald Tusk.
Se comprende el escepticismo. En unos casos, como ocurre con Podemos o con el PNV, porque han sido marginados completamente de las negociaciones, y eso que el PNV siempre contó con un vocal en el CGPJ. En otro, porque hay partidos y personajes que siguen pensando que Feijóo es un ingenuo que se traga las promesas de un Pedro Sánchez que se caracteriza por la mentira y el engaño sistemático. Frente a esos escépticos, el sanchismo-socialista ve al presidente del PP completamente condicionado por los ultras de Vox. En fin, un lio.
Si se aplica la experiencia de la balanza, salen ganando, por goleada, quienes creen que lo firmado por Bolaños y Pons es papel mojado, que Sánchez no va a aceptar de ninguna manera lo que recoge el documento que, por cierto, no ha querido firmar. No se sabe si por no comprometerse a aparecer en una foto poniendo su rúbrica junto a la de Feijóo -lagarto lagarto- o porque tiene previsto no hacer caso de lo que han firmado.
Los ingenuos seguimos pensando que, esta vez sí, hay un acuerdo serio sobre el futuro del CGPJ y su funcionamiento. Pero no olvidamos que estamos en manos de un presidente que ha dado razones suficientes como para que sus adversarios le consideren un trilero, experto en hacer juegos malabares con la bolita bolita para que nadie pueda adivinar debajo de qué cubilete se encuentra.
Es la gran tragedia de la España actual. Que son muchas las razones para que los más optimistas estemos con el alma en vilo pensando que, una vez más, tienen razón los que nos soplan al oido que el inquilino de La Moncloa es experto en llevarse al huerto a quienes todavía le dan oportunidades para creer en su palabra.
Esperemos que esta vez no acierten los que siguen dando voces de alarma. Porque no lo merecemos y porque España necesita que, al menos una vez, este gobierno firme un acuerdo de Estado.