«No puedo reflejarme en las marquesinas. Me odio a mí misma»

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
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Sabrina, que lleva casi dos décadas luchando contra una anorexia nerviosa, nos abre su diario y pide a quienes tienen responsabilidades políticas que incrementen los presupuestos para mejorar los recursos en salud mental

Sabrina lleva casi dos décadas luchando contra una anorexia nerviosa. - Foto: Valdivielso

Tiene un aspecto saludable, muy lejos del que imaginario popular atribuye a una mujer joven con anorexia nerviosa purgativa. Es una chica de treinta y tantos que lleva desde que era una adolescente vomitando y tomando laxantes cuando siente que ha comido de más aunque su menú haya sido una ensalada y un filete a la plancha, lo que objetivamente no es ninguna comilona aunque a ella se lo parezca. Esto es lo que tienen los trastornos de la conducta alimentaria, que distorsionan tanto la imagen que las pacientes tienen de sí mismas como las cantidades que ingieren, que siempre vigilan con el mismo escrúpulo con el que realizan cualquier actividad de la vida diaria. El perfeccionismo y la autoexigencia son dos características que se encuentran en casi todas las mujeres que sufren esta patología que afecta también a algún hombre, sobre todo a los más jóvenes. Se llama Sabrina, está a punto de ser enfermera, el tercero de los títulos académicos que obtiene y, a pesar de trabajar en el ámbito sanitario desde hace años, de saberse la teoría, como ella misma dice, le sigue costando, casi dos décadas después de llevar lidiando con la enfermedad, aplicar ese conocimiento a la práctica.

Comenzó a los 13 años castigándose a sí misma cuando veía que parte de la clase de la ciudad a la que se mudó desde otro país la tomaba con ella. Puede que ser víctima de acoso en el colegio fuera el disparador de sus problemas con la comida, que siguen ahí, aunque mucho más controlados que al principio gracias al apoyo profesional que encontró al marcharse de Burgos pues aquí, cuenta, no acabó de entenderse bien con su terapeuta. 

«Cómo explicar una vida en la que la autoexigencia y la autocrítica son tus 'mejores amigas'. A medida que pasa el tiempo todo tu mundo se convierte en una pesadilla y el simple hecho de reflejarte en algo o mirarte al espejo es una tortura porque aunque lo haces inconscientemente solo ves imperfecciones y cada vez más grandes. El peso se convierte en una obsesión que te desborda y la comida empieza a ser tu peor enemigo», afirma, mientras hace recapitulación: «¿En qué momento caí en esto, por qué no me di cuenta de que era una trampa de la que no iba a poder escapar fácilmente, qué he hecho de malo para merecer sentirme así? Pero estás tan adentro y tan obsesionada que no ves más allá, solo vives para exigirte y no disfrutar de los resultados porque cada vez quieres más».

Ahora está «más o menos bien» aunque no curada del todo y reconoce que espera con un cierto temor las fechas que se aproximan, en las que todo se celebra comiendo y bebiendo, unos puntos en el calendario que son tan terribles para quien tiene una anorexia como para aquellos que intentan salir de una adicción al alcohol o quienes están padeciendo una depresión que les hace muy difícil ver a otras personas. La Navidad no es un gran momento para muchísima gente. Pero Sabrina, como ha hecho tantas veces, respira hondo y se enfrenta a todo lo que le duele.

Es necesario que creemos una sociedad con más empatía» 

Quiere contar su experiencia para pedir «un cambio en la forma de abordar la salud mental»: «Es imprescindible que los políticos aprueben presupuestos más amplios para las unidades de trastornos de la conducta alimentaria y, en general, para los recursos que ayuden a recuperarse en este ámbito. Es necesario también que creemos entre todos una sociedad más saludable y con más empatía donde todas las personas puedan acceder a la ayuda que necesitan».

Y para ello, no duda en compartir algunos de los momentos más duros que ha pasado a lo largo de su enfermedad y que ha ido reflejando en un diario. «Cómo puedo definir mi día. Ha sido horrible, dándole mil vueltas a lo mismo... Me da tanta rabia verme en el espejo tan fea, tan gorda... ¡No lo aguanto! Hago lo que puedo para evitar pesarme, pero ya tengo en la cabeza comenzar con las rutinas de ejercicios y laxantes. Hoy no aguanté y después de cenar lo vomité todo. Esto es un sinvivir, siento que estoy tirando todo por la borda, no logro concentrarme, los exámenes mal, todo mal... Ahora mismo me encantaría desaparecer», escribe algún día de 2018.

Apenas unos meses después se puede leer: «Vuelvo a escribir con una sensación de ahogo, no sé cómo explicarlo porque debería estar tranquila. Estoy en casa, lo tengo todo y, sin embargo, siento que no valgo nada, me siento muy sola y a la vez me estresa porque no tengo cabeza para estudiar. Siento que me estoy volviendo loca, no puedo mirarme al espejo ni reflejarme en las marquesinas o ventanas, es horrible. Cada vez voy a peor, he comenzado a darme atracones y es algo de lo que me avergüenzo, me odio a mí misma. No puedo recurrir a los vómitos porque me siento controlada, la única alternativa que tengo aparte del ejercicio es laxarme, pero hoy no tengo laxantes hasta mañana que compre».

Escribir ayuda a sanar y Sabrina lo hizo muy seguido durante mucho tiempo, aunque le dolía: «Ya fui dos veces al hospital, la última a urgencias porque también se me pusieron morada las manos. El frío es algo que no lo tolero y no puedo hacer nada, porque por más que me abrigue y tome infusiones no desaparece. Yo ya no sé cómo enfrentar esta situación, sé que se me ha ido de las manos, quizás por mi culpa, por ser tan orgullosa y no dejarme guiar, pero cuesta mucho».