Trabajar el viñedo de otra forma tiene recompensa

L.N. / La Aguilera
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Pablo Arranz se mudó de Madrid en 2005 y apostó por cultivar variedades en viñas antiguas y por elaborar vinos con menos madera y más expresión del terruño. Ha sido elegido mejor viticultor del año

De las viejas viñas brotan hasta 25 tipos distintos de vinos made in Ribera de Duero. - Foto: L.N.

Está claro. Si alguien busca resultados distintos, hacer siempre lo mismo no parece el mejor camino. Algo así se planteó Pablo Arranz cuando su padre les propuso a él y a su hermano Fernando cultivar las viñas de la familia en La Aguilera. Corría 1999, tenía 19 años y se había matriculado en Magisterio de Educación Infantil en Madrid, donde nació y creció. Así que esta sería su excusa para regresar al pueblo los fines de semana y continuar con la tradición vitivinícola que había emprendido su abuelo. Todo empezó como un hobby. Eso sí, desde el inicio, los Arranz tuvieron clara su preferencia por las viñas antiguas, en parcelas pequeñas, tradicionales y con bosque al lado, «donde la uva vive de otra manera frente a los emparrados gigantescos». Y es que como asegura Pablo, siempre les ha gustado «trabajar de otra forma».

En aquel entonces se juntó que apenas había relevo generacional en la comarca y tampoco demasiados jóvenes que quisieran dedicarse profesionalmente a la viticultura. A ellos les llegó la oportunidad de adquirir viñedos de entre 80 y 110 años de antigüedad y decidieron apostar por el campo. «Nadie lo quería, en esos años se arrancó mucho», recuerda Pablo, mientras subraya que «hoy es una zona codiciada». Poco a poco, empezaron a empaparse de la historia de generaciones y generaciones que han labrado las viñas de forma tradicional y aprendieron «un montón» junto a los propios viticultores de La Aguilera y Quintana del Pidio, en pleno corazón de la Denominación de Origen Ribera del Duero. En paralelo, Pablo terminó la carrera. Tenía que decidir: centrarse al 100% en las viñas o ejercer como maestro. Junto con su pareja Andrea Sanz, licenciada en Ciencias Políticas, optaron por hacer las maletas e instalarse en la comarca burgalesa.

El choque cultural fue considerable. «Éramos jóvenes, de 'fuera', empezamos a trabajar de otra manera, dejando hierba, aumentando la separación entre las plantas, sin herbicidas... Nos preguntaban por qué habíamos venido, si era porque no teníamos estudios», recuerda Pablo. Ellos, al margen de los prejuicios, armaron su proyecto guiados por el concepto de ejercer como «viticultores de verdad, no de domingos, sino alguien que trabaja sus viñas, que vive de cultivar su viñedo y de vender su producto» y, por supuesto, que «tiene la piel curtida». También alguien que reside en el entorno rural, que fija población y contribuye a mantener vivos los pueblos. Así nació Magna Vides, «donde todo tiene el sentido de la viticultura tradicional», como remarca Pablo. De hecho, una de sus viñas en Quintana del Pidio perteneció al último viticultor que trabajaba con una mula que se llamaba Rubia. Y ellos, incluso, trajeron durante un par de años caballos para arar sus tierras. 

Éramos de 'fuera', y empezamos a trabajar de otra manera. La gente nos preguntaba si veníamos porque no teníamos estudios» 

Así las cosas, de sus viñas viejas brota «un popurrí de variedades de uva». Concretamente, 25 tipos distintos que, según Arranz, «le van muy bien a la tempranillo» (la más extendida en la Ribera del Duero). «Cuando mi abuelo lo plantaba por algo sería», añade. Pues bien, con ese repertorio de uvas, Andrea y Pablo elaboran nueve tipos de vinos, tintos, rosados y blancos que comercializan en Costa Rica, Colombia, México, Canadá, Suiza, Dinamarca, Holanda, Suecia, Australia o Singapur, entre otros destinos. Su objetivo pasa por elaborar caldos «cada vez con menos madera y más expresión de tu suelo, del terruño, la genética, de tu trabajo y del sabor que tus uvas cogen cuando al lado tienen romero y tomillo», expone Arranz, que recientemente ha sido nombrado como mejor viticultor del año por el crítico Tim Atkin, una de las figuras más reconocidas del mundo del vino a nivel internacional. 

Asegura que no se esperaba semejante distinción y agradece que el británico se fije en proyectos nuevos impulsados por gente joven que aporta otra perspectiva y otros estilos. «Siempre nos ha dado muy buenas puntuaciones, se ha molestado en conocernos. Al final, que un crítico tan potente hable de ti y te ponga entre los mejores de Ribera marca un montón, es quien más visibilidad nos ha dado», destaca Arranz, mientras recuerda que Atkin ya había elegido uno de sus vinos como la revelación del año. Aunque las últimas cosechas han sido duras por la sequía, las heladas o el granizo, en Magna Vides se quedan con la proyección «extraordinaria» que han conseguido gracias a las referencias del master of wine británico.

El sueño del lagar. Entre los proyectos de futuro de Arranz y Sanz destaca la recuperación de un lagar tradicional. En primavera realizaron un estudio topográfico de las bodegas subterráneas de La Aguilera y esperan que en un futuro puedan descansar allí sus botellas. «Sería fantástico. A lo mejor es una utopía», reconoce Pablo, consciente de que este «sueño» encaja a la perfección en su filosofía de viticultura tradicional. 

Mientras tanto, su gran reto radica en mantener «los pies sobre la tierra», así como comprender «lo que está pasando con el clima y tomar decisiones con perspectiva». Arranz se refiere, por ejemplo, a plantar de otra forma. De hecho, su última plantación ha sido en línea clave, es decir, en curva, dado que en una de sus parcelas ya no crecía cereal y ahora, al cambiar el método, «el agua ya no corre ladera abajo y no erosiona la parte de arriba, sino que mantiene la tierra en su curva de nivel», explica satisfecho porque ha vuelto a crecer la hierba. A ello suma dos anhelos. Por un lado, la esperanza de que el Consejo Regulador termine aceptando más variedades, como también ha sugerido Atkin en sus últimos informes. Y por otro, el deseo de que cada vez se dé más voz a los «viticultores de verdad» porque sin ellos nada sería posible.