Cuando salía del cine de ver una película, Mateo Martínez Martija corría a escribir su crítica. Apenas levantaba unos palmos del suelo, pero llegaba tan emocionado que necesitaba soltar su propia historia de lo vivido. Podían ser unas líneas, o un dibujo, o... Se acuerda de esta anécdota de pasada sentado en una terraza, con un cortado descafeinado delante, bajo una sombrilla, pese a las nubes negras amenazantes, y acariciando su primer libro: Fragmentos de la feria (Editorial Amarante). Sus doce cuentos son el resultado de un desafío del que ha salido victorioso. Quería contar sus historias, y divertirse, y jugar con la literatura, y salirse del guion, y soltarse los corsés, y alejar a la comodidad de su vera, y no dejarse llevar por la fórmula del éxito, que, pese a estar ante su ópera prima, ya la ha encontrado y le llevó a ponerse la corona de laureles del 39 Premio José Hierro para escritores jóvenes, en la modalidad de relato corto, con Nuevos navegantes, incluido en este volumen.
Una publicación medida hasta el último detalle. El juego y el riesgo no están reñidos con la perfección. Y Martínez Martija (Burgos, 1993) incluye ese rasgo cuando se autoaboceta. Le ha hecho dejar en el cajón un buen puñado de textos y corregir y revisar algunos de los escogidos hasta la obsesión. Pero está feliz con su creación final.
Tres partes articulan Fragmentos de la feria. Cada una con un sentido muy claro. Nada se deja al tuntún. Quizás su formación en Filología tenga algo que decir.
El cuento por el cuento marca el paso de la primera, que coge el título del texto galardonado en Cantabria. Sus cuatro piezas se dejan guiar por la estructura de este género. Se mete en la piel de una periodista de baja que busca desesperada a su gato, como un guiño a El aleph, de Borges -la influencia del escritor argentino se volverá a colar en Bastien Gérard, del último apartado-; se sube a la furgoneta de una compañía de teatro ambulante desde la mirada del Chispas, un personaje robado a un amigo de su padre en Nuevos navegantes; baila en las calles de Madrid las melodías del saxofonista harto de recorrer los pueblos con versiones de los Fitipaldis en Fantasmas; y reflexiona tiritando de frío por la nieve sobre el uso de las redes sociales en La grieta.
Este es uno de los textos más antiguos, revisado para la antología, que inició durante un curso de creación literaria que hizo en Salamanca tras terminar la carrera, sin saber qué camino coger y animado por una vecina que atisbó su potencial de escritor tras leer un poema perdido. «Ahí fue cuando empecé a escribir, hace dos años y medio, y, poco a poco, con el tiempo se ha convertido en una necesidad, pero sobre todo es pura diversión», desvela el autor antes de volver a las páginas de su ópera prima.
Heredia, Luisito como le llama su hermana Camila, protagonista del cuento favorito de Martínez Martija, es el hilo conductor de la segunda parte, que da título al libro. Sigue los pasos de este mexicano que cruza el Atlántico en busca de una vida literaria en Europa, un mito del siglo XX extendido allá, que le sirve de excusa para adentrarse en la narrativa de viajes.
Y con las biografías imaginarias juega en la tercera pata, Principio de agorafobia, con cuatro relatos en los que se cuela el mundo simbólico y onírico, y en los que ahonda en temas como la despoblación (Vorán) o la soledad (Principio de agorafobia).
Pese a estar convencido de que en literatura no hay nada que inventar, sí apuesta por «jugar con los puntos de vista, las técnicas narrativas, las perspectivas, los registros lingüísticos...». En sus palabras, intenta no ponérselo fácil. No es una bolsa de monedas de oro la que busca. «Quien escriba o haga cualquier tipo de arte con afán de lucro está perdido. Tiene que ser porque lo disfrutas; si luego le gusta a alguien, maravilloso. La literatura debe tener un lector, pero es muy complicado», enfatiza sabedor de la importancia de la suerte, aunque él prefiere hablar de constancia «pura y dura». «Gabriel García Márquez decía que el 80% era sentarse a la mesa y el 20% venía en el transcurso del trabajo», suscribe este escritor novel que espera poder compartir pronto sus impresiones con los lectores.
Una novela en la próxima estación
Martínez Martija guarda un buen puñado de cuentos en el cajón, pero no encima de su mesa. Cambia de mano. Acaba de poner el punto y final a su primera novela, que parte de un viaje de tres amigos a un cámping en Asturias, será en formato de diario y destila un punto decididamente autobiográfico. Confiesa que el pudor está ahí. Su timidez, un poco menos tras ganar el José Hierro, le impide olvidarse de ese miedo. Lo suyo es escribir.
«Tengo ideas para aburrir. Ahora me falta tiempo», reconoce este también profesor de Lengua y Literatura en el instituto de Melgar, donde está más que encantado, que ya está preparando las oposiciones de junio. Después, llegará el verano y el reloj volverá a regalarle tiempo. Ya tiene en marcha nuevos proyectos.