Es media mañana y luce un sol espléndido. A la sombrita de los plátanos que escoltan el templete de la plaza mayor se solazan algunos peregrinos; los obreros que se afanan en adecentar la fachada de una casa que se asoma a este espacio neurálgico del pueblo se vocean y silban entre ruido de escombros; en las terrazas de los bares hay gente almorzando, tomando un café, charlando animadamente; carnicerías, pescaderías y otros establecimientos comerciales registran el trajín cotidiano de cualquier día de junio a estas horas. Lo que pasa en Belorado es la vida, nada más. Sucede que, desde hace un mes, la villa que baña el río Tirón anda en boca de todo el mundo: ha resultado imposible sustraerse al cisma monjil, que se dirime casi en la periferia del pueblo, muros adentro de un recinto conventual que es escrutado diariamente. Y los beliforanos, la verdad, es que muestran ya cierta indiferencia y hasta un punto de hartazgo en torno al asunto: demasiado foco, demasiada prensa, demasiado Belorado a todas horas a cuenta del órdago de las clarisas. «Hasta trece cámaras de televisión conté el otro día.Esto es un no parar. A ver si se acaba ya el asunto y nos dejan tranquilos», reflxionaba un vecino de calle de sor Isabel, sor Sión y compañía.
«¿Otra vez me vais a preguntar por las monjas?», terciaba, hasta el moño del tema, la clienta de una carnicería, sólo interesada en las chuletillas de lechazo. «Lo que hagan no es asunto mío. Allá cuidados», remataba. «Está claro que las han engañado los dos tíos esos.Nunca había habido ningún problema, pero fue llegar ellos y se armó el Belén», apostillaba, acodado en la barra, el parroquiano de un bar. No deja de ser la comidilla del pueblo, por más que hayan transcurrido varias semanas desde que estallara la crisis. Desde entonces, quienes visitan la Oficina de Turismo de la villa suelen hacer preguntas al respecto, aunque no todos. «Pero sí que sale el tema, sobre todo si son españoles», explica una de las personas que atienden este servicio, desde el que se lamenta que la actual coyuntura impida la posibilidad de visitar la iglesia del convento, que suele ser una de las sugerencias que se hace a los turistas. Y ni hablar de comprar los deliciosos y afamados dulces: el torno también está cerrado a cal y canto.
Algunas personas que las han tratado hablan de unas monjas «muy abiertas, incluso modernas», alejadas de la imagen que suele tener la clausura. «Y por ahí se les ha colado una secta», apunta una persona que ha tratado con frecuencia tanto a la abadesa, Isabel, como a sor Sión. Con resignación lo lleva el alcalde de la villa beliforana, Álvaro Eguiluz, que preferiría que se hablara mucho de su pueblo, pero por otros motivos. «Que los tiene», afirma exhibiendo una cansada sonrisa. «Estamos a expensas de lo que vaya sucediendo. Para nosotros, es una cuestión externa al ámbito municipal en la medida en que es un asunto entre las monjas y la Iglesia».Reconoce el regidor que es el tema de conservación más cotidiano y más recurrente. «Más que revuelo, es la repercusión mediática y la presencia constante de los medios de comunicación lo más significativo. Pero no creo que los vecinos estén más alterados, aunque entiendo que todos estamos deseando que se solucione cuanto antes, eso es lo que percibo».
Con todo, Eguiluz, que se vio sorprendido por el bombazo porque había tratado con toda normalidad con estas mujeres sin detectar síntoma raro alguno, es consciente de que las religiosas «han formado parte de la comunidad al margen de que fueran de clausura. Cada beliforano se sentirá de una manera respecto a esa decisión personal que ellas han tomado en cuanto a su fe. Desde el Ayuntamiento nada tenemos que decir al respecto, salvo manifestar nuestra inquietud porque afecta a un bien patrimonial importante que está en el Camino de Santiago. Nos preocupa que se volver a la parte del convento que antes era visitada por peregrinos, turistas y beliforanos.Eso nos interesa y estamos a expensas de que se pueda volver a visitar».
Aunque durante los primeros momentos del cisma mantuvo comunicación con la abadesa, nada ha vuelto saber nada de la comunidad de monjas de forma directa. Sí recibió la visita del ínclito José Ceacero, exbarman y actual portavoz de las religiosas. «Despachamos brevemente uno de los primeros días y sí le dije que esperábamos que pudiera seguir visitándose la iglesia, a lo que contestó diciendo que eso sería así una vez pasara todo. Estamos al margen porque entendemos que es una cuestión personal y privada; es cierto que tiene repercusión pública por todo lo que ha supuesto y supone un cisma dentro de la Iglesia católica, y que el día a día es menos tranquilo que antes, pero tampoco supone una gran alteración. Estamos aquí para atender todos los asuntos. Me lo tomo con paciencia y como parte del trabajo». Aunque no se atreve a anticipar un desenlace, el alcalde de Belorado barrunta que esta situación «va para largo si las posturas sigue enquistadas y el asunto acaba judicializado».
También prefiere mantenerse en el anonimato un hombre que ha conocido bien de cerca a las mujeres encastilladas tras el parapeto del monasterio. «Cuando Isabel [la abadesa] llegó a Belorado venía de Lerma.La recuerdo como una persona de ideas avanzadas, inquieta. Pero sin duda, mal orientada y asesorada. Aquí se está mezclando lo divino con lo material. Y eso siempre es un mal asunto», señala. Desliza que, en el pasado, las entonces clarisas aún en el redil vaticano recibieron muchas ayudas de distintas fuerzas vivas; y que éstas, llegado un punto concreto, dejaron de producirse. Y que esta podría ser una explicación a la marimorena que ha puesto a Belorado en el foco, en el mapa, en la diana. Pero ya más de los medios de comunicación que de los vecinos, que están a lo suyo, a sus quehaceres, quizás ya pensando en el verano, que está a la vuelta de la esquina -lo dice el sol, lo dice el trajín de peregrinos, lo dice la exuberante naturaleza que rodea el pueblo-. Y aquí paz. Y después...