La caída del régimen de Bashar Al Assad en Siria ha modificado la configuración del país árabe, afectando directa o indirectamente a algunos de los actores que tienen intereses en la región. Es el caso de Rusia, donde su cruzada para salvar al tiránico líder ha terminado en un sonoro fracaso. El jefe del Kremlin, Vladímir Putin, ha pasado de ser el nuevo árbitro del polvorín de Oriente Próximo a un estratega que asiste impotente a su mayor derrota geopolítica.
Las reacciones en el seno del Gobierno ruso no tardaron en llegar cuando el pasado 8 de diciembre los rebeldes tomaron el control de Damasco, obligando a Al Assad a refugiarse en Moscú (algo todavía no confirmado por las autoridades del país europeo). «Lo ocurrido, seguramente, sorprendió a todo el mundo, y en este caso nosotros no somos una excepción», reconoció el portavoz presidencial, Dmitri Peskov, el mismo día de la caída del régimen dictatorial.
La llegada de Al Assad a Rusia para recibir asilo es la constatación de un desastre, que puede ser aún mayor si Moscú se ve obligado a abandonar las dos bases militares con las que cuenta en el país árabe y que son vitales para su política en la región y en el Sahel.
Todo eran caras largas el pasado lunes en el Kremlin en la entrega de medallas a los soldados que combaten en Ucrania. Los altos funcionarios rusos no sabían cómo digerir el revés en Siria, por lo que mantuvieron silencio.
Sin embargo, Putin ya experimentó otro varapalo hace algo más de año y medio. Fue entonces cuando el jefe del Grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin, puso de manifiesto la fragilidad del régimen ruso al protagonizar una sublevación armada en junio de 2023. Si este hecho ya hizo temblar los cimientos de la política exterior del Kremlin, la caída de Al Assad en menos de dos semanas expone la debilidad de sus estrategias en este ámbito.
Y es que Putin parece elegir mal a sus compañías. El enemigo íntimo de Moscú, Recep Tayyip Erdogan, ha sido quien se ha llevado el gato al agua en Siria, mientras Irán no deja de perder posiciones a marchas forzadas en Oriente Próximo.
Los servicios de Inteligencia rusos volvieron a confirmar su incapacidad al no advertir al Kremlin de la vertiginosa evolución de los acontecimientos en el país árabe, igual que en 2022 informaron erróneamente a Putin que los ucranianos rusoparlantes no opondrían resistencia ante la ofensiva de Moscú.
Así, Rusia se presenta como un abanderado de un nuevo orden multipolar ante el monopolio colonialista occidental, pero no es capaz de hacer frente a la amenaza islamista ni en Siria ni en su propio país. Prueba de ello fue el atentado el marzo pasado en una sala de conciertos de Moscú, que dejó 145 muertos y se convirtió en la peor masacre terrorista en terreno ruso en los últimos 20 años.
Dos frentes son demasiado
Putin no sólo salvó al régimen de Al Assad en 2015, sino que dos años antes también impidió que EEUU aprovechara la excusa de las armas químicas sirias para invadir el país.
Con el Formato de Astaná como maniobra de despiste, Moscú pensó que los bombardeos de la aviación rusa y la amenazante presencia de su flota en el Mediterráneo Oriental eran suficientes para mantener a raya a los rebeldes.
A la hora de la verdad, se demostró que el contingente del Kremlin era un tigre de papel. Sin fuerzas regulares sobre el terreno, fiaba todo a los mercenarios, que han perdido mucho fuelle desde la muerte de Prigozhin.
Los delirios de grandeza de Putin le han costado muy caro a Rusia. La guerra relámpago en Ucrania se ha alargado ya casi tres años y el Ejército, lastrado por la corrupción, ha demostrado que no puede combatir en dos frentes a la vez.
Las bravuconadas rusas sobre el lanzamiento de misiles hipersónicos tampoco han arredrado a Kiev, que atacó territorio enemigo con misiles occidentales de largo alcance. Pese a que los rusos avanzan en el Donbás, todavía no han expulsado a los ucranianos de la región de Kursk.
Además, la debilidad manifiesta puede convertirse en un problema para el Kremlin de cara a las esperadas negociaciones entre Putin y el futuro presidente de Estados Unidos, Donald Trump.