De los 18 apellidos de la abadesa a la 'desgracia inmensa'

ALMUDENA SANZ
-

María Jesús Jabato estudia la presencia de las esquelas en la prensa del siglo XIX en 'Rogad a Dios por caridad' y destaca la delicadeza de las que anuncian la muerte de niños, lo pintoresco de algunas y las pocas de mujeres

Dos ejemplos de las esquelas analizadas: la muerte de la abadesa de Las Huelgas en 1884 con sus 18 apellidos y la que recoge el fallecimiento del director del periódico ‘La Fidelidad Castellana’.

Bernarda Ruiz-Puente, Ontañón-Enríquez de Mendoza, Gómez del Castillo, Veneras, Manrique, Moral, García de la Yedra, López de Quecedo, Rueda de Velasco, Madrazo, Gala, Arce, Cotorro, Bustillo, Sarabia, Linares, Valbuena y Ceballos-Escalera. La risa dan los ocho apellidos vascos tras conocer los 18 de esta abadesa de Las Huelgas, que bien orgullosa debía estar de ellos para pedir que se incluyeran en el anuncio de su fallecimiento el 11 de enero de 1884 en El Papa-Moscas, periódico de su sobrino Jacinto Ontañón. Las esquelas, que ahora se han unificado en cada cabecera con sección propia y, salvo contadas excepciones, mismas hechuras más allá del tamaño, iniciaron su historia en los rotativos con un abanico diverso y hasta pintoresco. Se extrae así del estudio realizado por María Jesús Jabato recogido en el libro Rogad a Dios en caridad. Las esquelas funerarias en la prensa burgalesa del siglo XIX, publicado por la Institución Fernán González. 

«Las esquelas son publicidad. Cuando surge la prensa se entregaban en mano a los familiares y amigos de los difuntos. Pero la sociedad avanza, empiezan a no llegar a todo el mundo y se ve en esta un medio para trasladar esa información que no se podía dar personalmente, y, de hecho, en las más antiguas se incluye una nota que advierte de que no se reparten esquelas, con el anuncio en el periódico se cumplía con la obligación de informar de la muerte», introduce la autora y observa que al principio se insertan en la primera página, «eran un anuncio importante», luego en la sección de avisos mercantiles y, finalmente, a primeros del siglo XX, ante la demanda creciente, se crea una específica. Hasta hoy. 

Rogad a Dios en caridad se articula en dos partes. Una primera teórica, con la fotografía general de estos avisos funerarios, y una segunda práctica, con ejemplos. 

María Jesús Jabato concluye el libro con una relación de los 950 fallecidos de 1850 a 1900 con aviso funerario.María Jesús Jabato concluye el libro con una relación de los 950 fallecidos de 1850 a 1900 con aviso funerario. - Foto: Luis López Araico

La primera alude a su ubicación dentro del diario, datos (lugar y hora del óbito, edad, familia...), estética (tipos de cruces, ángeles en el caso de niños, filigranas...), consignas piadosas (rogad a Dios en caridad por el alma de..., requiescat in pace...), advertencias... 

La acción se plasma con un concienzudo rastreo por los periódicos burgaleses entre 1850 y 1900, La Fidelidad Castellana, El Papa-Moscas, Diario de Burgos, El heraldo de Castilla y La Verdad, con una división entre grupos sociales, que brinda curiosidades a la altura de la abadesa de los 18 apellidos. 

Una de las más dramáticas es la de la inesperada muerte del director de La Fidelidad Castellana, Desiderio José Castell y López, en 1890. Un elocuente Desgracia inmensa atrae la atención. Pero sorprende más el texto que sigue (ver segunda foto de arriba). «No era hablar por hablar, ya que el periódico dejó de publicarse», anota Jabato.

Delicadeza a la hora de anunciar la muerte de niños.Delicadeza a la hora de anunciar la muerte de niños.

Especialmente delicadas eran las de los niños y jóvenes, más habituales que ahora, y las pocas que se publicaban de mujeres lo hacían, salvo excepciones, por ser 'señora de' o 'viuda de', con, en ocasiones, esta condición en letras más grandes que el nombre propio. 

Ayer como hoy, las figuras de relumbrón amplían la información de la esquela con un obituario. La autora alerta de que a veces rondan el sensacionalismo, con seguimiento y profusión de detalles sobre la enfermedad que los lleva a la tumba o las flores enviadas. En estas se vio el político Manuel Ruiz Zorrilla, que llegó a la ciudad de visita y en ella falleció diez días después, con las exhaustivas y sentidas crónicas de El Papa-Moscas. 

Nobles, militares, clérigos, alcaldes, juristas, políticos y otros cargos de la Administración tienen su apartado. 

Igual que profesores, como José Martínez Rives, El Bachiller Avellanado, seudónimo con el que firmó la tercera parte de El Quijote, y comerciantes, como el librero y editor Santiago Rodríguez o el confitero Gervasio Díez de la Lastra, detenido por la famosa muerte del Gobernador Civil en la Catedral, cuyo negocio reflotó su mujer, La Rojilla, llamada así por su color de pelo, con ayuda de los burgaleses tras el llamamiento de Maricruz Ebro en una de sus crónicas. 

Los sucesos también provocan avisos funerarios, como el del maquinista y guardafreno del accidente de tren de Quintanilleja, Pedro Jaca y Cayetano Navarro, y el del chófer del Hotel París Ignacio Palacios, que se mató al desbocarse el caballo cuando iba a la estación.