Una guerra en suelo europeo, con tanques y tropas terrestres de un país invadiendo a otro, resultaba inimaginable hasta hace muy poco. También parecía ciencia ficción que un virus paralizara el mundo, y ha ocurrido. Otra de las múltiples enseñanzas que ha dejado la pandemia es que nada es imposible.
Todo el continente, y por ende el planeta entero, mira con preocupación la escalada de tensión entre Ucrania y Rusia, un conflicto con múltiples aristas históricas, políticas y culturales. Su trasfondo resulta difícilmente comprensible desde la óptica occidental, pues hay que vivir o haber vivido en el territorio para entender cualquier tensión nacionalista, sea de un lado o del contrario.
Aquí, además, se entremezclan intereses económicos con lazos emocionales, para complicarlo todo sobremanera. Hay población ucraniana que piensa, habla y vive en la lengua rusa. Unos se sienten rusos y tienen nostalgia de los tiempos soviéticos. Otros plenamente ucranianos y no quieren tener nada que ver con su vecino imperialista. Las dos lenguas conviven en el día a día, en las tiendas, en los negocios, en los centros de trabajo y hasta en las casas. Pero hay quien procesa mejor esa convivencia, y por encima de todos están los intereses de una gran potencia, que se resiste a perder su papel en la jefatura de esa parte del mundo.
Según el Instituto Nacional de Estadística, en la capital burgalesa están empadronadas 89 personas de nacionalidad ucraniana. Tres de ellas (una recién mudada a Cataluña) nos ayudan con sus testimonios a intentar aproximarnos al conflicto. Y en paralelo, desde Kiev (la capital ucraniana), un burgalés emigrado relata cómo viven el día a día en el país eslavo.
Olena Mykhailova, ucraniana en Burgos
«Me duele el conflicto y me da miedo hasta visitar mi país por si no puedo volver»
Van a cumplirse 5 años en los que no ha vuelto a ver ni a su padre ni a sus abuelos. Llegó a España con su marido y su hijo recién nacido como solicitantes de asilo político, aunque no se lo concedieron, y desde la distancia contempla con mucha tristeza los problemas de su país natal.
Dice Olena Mykhailova que «es un tema que me duele y que también tiene un origen económico. Mi madre cobra una pensión de 200 euros cuando los precios son parecidos a los de España. Y el problema que ahora tiene preocupado al resto de Europa se lleva arrastrando desde 2013 cuando el presidente de entonces se enfrentó a Putin porque no quería tener vínculos con Rusia sino con la Unión Europea. Como la mayoría de la población», explica.
Olena confiesa que ante la escalada de tensión siente «miedo de ir incluso de visita a mi país, por si no puedo volver, porque allí incluso las mujeres tienen la obligación de ir al ejército, de prestar un servicio militar».
Su ciudad, Dnipró, está al este del país y por tanto próxima a la zona en conflicto. Ella estudió en ucraniano y en ruso y advierte que la mezcla de idiomas no debería ser un problema «porque hablar ruso no significa apoyar a Rusia», pero se queja de que el gobierno de Ucrania esté tratando de imponer «de manera bruta» el idioma nacional a la población que no lo usaba de manera natural y a diario.
«También hay problemas con los pasaportes rusos, hay gente que no puede trabajar en determinados sitios o pensionistas que están en el limbo, pero no es fácil cambiar de vida y decidir irte a la otra parte del país para evitarlo», relata.
Sus reflexiones transmiten bastante pesimismo, no tanto al respecto de una posible guerra entre Ucrania y Rusia, sino más bien sobre la situación general de su tierra. «Es duro vivir en un país que no tiene futuro», dice Olena, quien de momento se centra en construirse un futuro mejor junto a su familia en Burgos, lejos de sus orígenes pero con una sensación de mucha mayor seguridad.
Olena Zhygalova, ucraniana en Burgos
«Hay muchos intereses que no entendemos y nadie le pregunta a la población»
Trabaja como urgencióloga del Hospital Universitario de Burgos y llegó a España en el año 2000, así que lleva más de dos décadas fuera de su tierra pero le siguen doliendo sus preocupaciones. Su ciudad, Snyatyn, está en el oeste del país, cerca de la frontera con Rumanía o Polonia y a 1.000 kilómetros de la zona más conflictiva. Por suerte su familia vive la tensión de manera un tanto alejada.
Pero ella, claro, se muestra preocupada. «La situación está muy fea. Ucrania es un país que ha perdido mucha población desde la ruptura de la Unión Soviética y hay que tener en cuenta que mucha gente vive bajo la influencia cultural rusa, es algo que ocurría en la antigua URSSy que continúa ahora».
De las palabras de Zhygalova se deduce que las cosas no son tan sencillas como parecen desde la distancia, porque para comprender los mecanismos mentales, históricos o culturales hay que tener un bagaje mínimo. «Claro que la información que recibimos es parcial. Hay muchos intereses que no entendemos y en el fondo nadie le pregunta a la población qué quiere. Lo que está claro es que si hay un conflicto habrá consecuencias para todos».
¿Cree posible una guerra en toda su crudeza? Olena responde con esperanza pero con cautela: «Quiero pensar que no, en el momento actual, en Europa y a estas alturas de la historia...»
Regina Miloserdova, ucraniana con 16 años en Burgos
«Los medios europeos dicen una cosa, mi madre en Ucrania otra y los rusos otra»
Es probablemente la ucraniana más conocida en Burgos, primero gracias a su paso por el equipo de voleibol UBU Diego Porcelos del que fue toda una estrella y después por su trabajo de muchos años en la hostelería. Regina Miloserdova se marchó de Burgos hace unos meses tras vivir aquí durante 16 años y ahora contempla desde Barcelona el conflicto en su país natal.
«Yo solo quiero paz», es su primera respuesta cuando se le pregunta por su opinión acerca de la tensión internacional. Su ciudad de origen, Járkov, está muy cerca de la frontera rusa y por lo tanto de la zona donde está habiendo movimiento de tropas, pero ella explica con naturalidad que su madre, de origen Lituano, «siempre ha hablado ruso y ahora le obligan a hablar en ucraniano cuando es un idioma que no dominan». Miloserdova explica el ambiente generado en torno a las pretensiones expansionistas de Rusia como «una guerra que también es de propaganda y de redes sociales y asegura que entre la gente que vivió en el ambiente soviético, bajo el régimen político de la URSS, se ha generado incluso «miedo a hablar por teléfono».
Y añade que, según la fuente que uno consulte, recibirá información diferente: «Si yo veo los medios europeos dicen una cosa, a mi madre le cuentan otra en la televisión ucraniana y si ves la rusa sale otra distinta». E insiste de nuevo: «Lo importante es que haya paz».
Abraham Campomar, burgalés en Kiev
«Llevamos 8 años así, ya lo tienes asimilado. No puedes pensar todos los días en ello»
Tiene 32 años y llegó cuando era un niño, cuando sus padres se trasladaron a vivir a Ucrania. Lleva más tiempo viviendo en Kiev que en Burgos, allí se ha casado y ha tenido tres hijas, pero se resiste a decir que es más ucraniano que burgalés. La tierra le sigue tirando.
Abraham Campomar es uno de los pocos españoles residentes en Kiev y su nivel de integración es difícil de superar. Además de haber estudiado y formado una familia, trabaja en el cuerpo técnico de la Selección Ucraniana de Fútbol, y en el vestuario es uno más.
Él ya estaba allí en 2014, cuando empezaron a tensarse las relaciones con Rusia, así que habla con una admirable tranquilidad del conflicto que hoy contempla con preocupación el resto del mundo:«Aquí el día a día es normal. Podría decirse que llevamos 8 años así, en una situación de posible agresión. La gente lo tiene asimilado, lo acepta y acabas haciendo tu vida normal. Sabes que mañana puede pasar algo, no niegas la realidad, pero hay que seguir adelante», confiesa con estoicismo.
Relata que los ucranianos se han acostumbrado a vivir con la amenaza. Cuando empezó todo a mediados de la década pasada «hubo una oleada de emigraciones y una caída económica, que ahora está estabilizada. No podemos levantarnos cada mañana pensando en esto», subraya. Lo más parecido a esa sensación serían el covid y la fatiga pandémica que ha traído consigo. No se puede estar alerta todo el tiempo ante una amenaza invisible. Ni siquiera cuando en el caso de la tensión entre rusia y ucrania hay tanques de por medio, porque según dice Campomar «los movimientos de tropas rusas ya no sorprenden».
Para entender lo que está pasando, Abraham recalca que Ucrania «es un país muy joven, cuya independencia de Rusia tiene solo 31 años» y relata que no solo en la zona fronteriza, sino incluso en la capital, la población de habla rusa convive a diario con la ucraniana sin que eso signifique que sean partidarios del gobierno de Putin ni que quieran dividir el país.