Hace dos siglos era habitual ver a copistas en los museos. Artistas que se encargaban de reproducir las grandes obras para acercarlas al público que no podía visitar las pinacotecas. Y desde siempre se ha considerado que copiar a los maestros es una de las mejores formas de aprender a pintar. En el Prado lo han hecho Goya, Picasso, Fortuny, Monet, Degas... Sin embargo, hoy en día es difícil toparse con esa figura, aunque museos como el Louvre o la pinacoteca española se lo permiten a un reducido número.
En el Museo de Burgos, y hasta donde alcanza la memoria de sus responsables, no recuerdan a ningún pintor copiando in situ las obras más sobresalientes de la colección. Pese a que, como recuerda su director, Luis Araus, «es un supuesto que se contempla en todas las reproducciones de obras y que además tiene mucho que ver con el origen de los museos, que en el siglo XIX parten de la idea de que sirvieran para enseñar a los artistas» y ser un centro de formación. Quizá la comodidad que ofrece un estudio, el silencio del lugar de trabajo o la libertad de pintar cómo y cuándo uno quiere ha echado para atrás a los posibles copistas del Museo de Burgos. Aunque no haya nada mejor para aprender que estar arropado por los grandes y tener el original al alcance de la vista.
Al ser un tamaño diferente, la perspectiva cambia. Eso, el rostro y que la gente a veces te desconcentra ha sido lo más difícil»Íñigo Ruiz, pintor
El joven Íñigo Ruiz, de 25 años, acostumbraba a visitar el Prado cuando estudiaba Bellas Artes en Madrid «y siempre veía a gente pintando». Como no tenía permiso, a lo máximo que pudo aspirar es a hacer un esquema rápido entre la multitud. Así que, una vez en casa, se le ocurrió plantar el caballete frente al maestro Mateo Cerezo.
En primer plano detalle de la mano y la calavera de Ruiz. Al fondo, el óleo de Cerezo. - Foto: RamisCon el permiso del Museo de Burgos y adoptando un tamaño diferente al original -que es lo que se suele exigir-, el pintor burgalés está a punto de terminar la Magdalena penitente de Mateo Cerezo (1637- 1666). Lleva acudiendo a la pinacoteca desde verano un par de días por semana y en total habrá invertido algo más de 120 horas. Lo hace en la sala que posee la colección más completa de Cerezo (hay 7 expuestos) y rodeado de los mejores cuadros del barroco... y del museo:uno es la propia Magdalena y otro el retrato de Fray Alonso de San Vitores, de Juan Ricci.
La obra de Ruiz no es una réplica exacta porque ha preferido prescindir de algunos elementos para «liberar la composición», pero sin duda es una buena copia. «He añadido un poco más de luz a la cara y he remarcado alguna lágrima», detalla. Precisamente el rostro, al no mantener la misma proporción, ha sido de las zonas más complicadas de pintar. «A nada que cambias un milímetro de cada cosa, te cambia muchísimo el gesto y la expresión es totalmente diferente. Los colores también son tan sutiles que a nada que varíes, es una locura». Y le ha traído «loco» la mano, «porque está un poco en penumbra y tiene un gesto raro».
La presencia de público a veces le desconcentra, pero los comentarios le alientan. - Foto: RamisEl papel de los copistas aporta mucho porque ofrecen otra visión. Y desde luego estaríamos encantados de recibir a otros».Luis Araus, director del Museo de Burgos
Araus, director del museo, está encantado con el trabajo de Ruiz: «El papel de los copistas aporta mucho. Es otra visión de las obras, como hay varios niveles de visita, de estudio y de acercarse a ellas. Y también lo es para los visitantes que se encuentran con un artista trabajando. Desde luego estaríamos encantados de recibir a otros».