La llama de la vocación se apaga

S.F.L. / Burgos
-

Jesús Losúa, jefe del parque de Bomberos de Briviesca, se jubila tras más de 4 décadas al servicio de los burebanos.Heredó de su padre la pasión por la profesión cuando todavía era adolescente y ha dirigido miles de actuaciones

Su trayectoria profesional ha estado marcada por la vocación que le transmitió su padre; comenzó como bombero voluntario y finalmente sacó la plaza de profesional. En la imagen se le aprecia sofocando un fuego.

Cumplir la mayoría de edad supuso un antes y un después para Jesús Losúa. No porque ya pudiera hacer 'cosas' legalmente que hasta entonces tenía prohibidas, que también. A él lo que realmente le urgía era sacarse el carné de conducir y manejar el vehículo que llevaba su padre -Manuel- cuando salía en situaciones de emergencia. El camión de la basura no le interesaba tanto. Por entonces «en los pueblos se podía hacer un poco de todo», rememora el briviescano, y su padre lo mismo vaciaba un contenedor que apagaba un fuego. Eso último fue lo que iluminó, sin duda, el camino hacia su futuro.  

Recién inaugurada la década de los 80, trabajaba en el taller familiar mano a mano con sus hermanos. Para él fue inevitable fijarse en el trajín que acontecía a diario el día a día del patriarca. Le picó el gusanillo y decidió probar suerte. Las historias que 'el jefe' narraba cuando regresaba de un rescate o un incendio lo encandilaban, tanto que se matriculó en los cursos que organizaba la Diputación. Un fin de semana en el albergue de Pineda de la Sierra junto a compañeros de otras localidades le bastó para descubrir que su verdadera vocación era ayudar al prójimo y no cambiar ruedas. 

Lo de ser bombero voluntario estuvo bien, pero Losúa quería más. Aprobó la oposición de la primera plaza de bombero que lanzó el Ayuntamiento y su vida dio un giro importante. Entró a la primera y desde entonces ha dedicado toda su vida a este servicio. Jefe del ¿parque?, algo así, aunque reconoce que este no existía. Mucho ha llovido, granizado, nevado, incluso una pandemia atemorizó al mundo -que se lo pregunten a él- y después de 42 años dice adiós al que considera al oficio «más apasionante» que hay.

Resta mérito a la facilidad con la que ingresó en el cuerpo. Tuvo que prepararse la parte teórica, «un tanto peliaguda», comenta entre risotadas, las mismas que no puede controlar al recordar los inicios. Compartía 'garita' con los operarios municipales, también indumentaria, y se hizo cargo de dirigir a la brigada, «algo que no me correspondía, pero es que en Briviesca no había ninguna referencia sobre las funciones que debía cumplir un bombero», detalla. Los inicios fueron complicados. 24 horas de guardia, 7 días a la semana, 365 al año. ¡Casi nada! Tan solo libraba unas jornadas, solían ser 15,  para irse de vacaciones con su mujer e hijos. Así durante mucho, mucho tiempo, hasta que llegó Eduardo a su vida. Compañero fiel, el tiempo que han vivido juntos siempre quedará en sus memorias.

Plenamente consciente de que lo difícil de este oficio no era llegar, sino mejorar cada día, siempre ha peleado por dar visibilidad a la importancia del servicio de emergencias. «Ser bombero es un aprendizaje constante. La sociedad evoluciona y tú te tienes que adaptar. A veces la gente no es consciente de la preparación a la que nos sometemos. Tenemos que mejorar constantemente», aclara. 

Durante estas décadas tuvo que lidiar con una enemiga que a veces  resultó peor que un accidente: la burocracia. «Seguimos sin autoescala», denuncia. Sus ojos han visto demasiadas escenas. Unas buenas y otras no tanto. Estas últimas trata de colocarlas en el hueco más recóndito de su memoria, aunque sea inevitable recordar. «Teníamos unas 40 salidas de media al año por accidentes de tráfico y hemos vivido momentos muy delicados», manifiesta. La explosión por acumulación de gas en una nave de la empresa Tranorsa o el incendio que arrasó las instalaciones más modernas de la Granja Sagredo las recordará hasta el final de sus días. «Aquí nos conocemos todos y es duro ver como sufren personas a las que aprecias», añade. El coronavirus también pasó factura y él permaneció siempre en primera línea.

Sobresale lo bueno, insiste. El compañerismo, las risas de las guardias. Deja algunas «tareas pendientes», lamenta, pero también una huella enorme. Ahora le toca recuperar el tiempo con su familia, acumular kilómetros en las piernas -practica senderismo y ciclismo- y hacer de 'chapuzas', porque además de valiente, es un manitas. Toca el turno de decir adiós.