El farallón rocoso que domina el caserío de Pino desde las alturas se conoce como Peña del Sol. Durante siglos, los vecinos de este enclave de La Bureba han sabido discernir la franja horaria de cada jornada fijándose en los contornos y las sombras que el astro dibuja sobre ella. No se hacía necesario el reloj, y eso que en este pueblo rodeado por cientos de miles de las coníferas silvestres y resineras que lo dan nombre existe desde tiempo inmemorial una torre que exhibe uno; una construcción que es bien visible, por cuanto se erige céntrica, entre las calles del Río y de las Eras. Aunque hace mucho que la campana que corona la torre no da las horas (quizás porque el reloj se quedó detenido cerca de las ocho y veinte hace tal vez el mismo tiempo), los más viejos del lugar recuerdan que la edificación siempre ha estado ahí. Y pocos -casi ninguno- repararon nunca en la construcción, quizás porque lo más visible es el ladrillo que se eleva hasta la techumbre.
Porque la torre no es precisamente de 'nueva' fábrica; no, al menos, una parte de ella, que es la menos llamativa.Pero si se aguza la vista hay varios elementos que llaman poderosamente la atención. Y eso, atención y reconocimiento, es lo que reclama hoy Clementino González, sacerdote y profundo conocedor del patrimonio de esta tierra y especialmente enamorado del románico que salpica la comarca de La Bureba, cuyo valor considera escasamente valorado y ponderado. Defiende González que debe incluirse en toda guía sobre este arte medieval no la torre del reloj de Pino de Bureba, sino parte de la estructura sobre las que asienta y algunos de los elementos que se han conservado milagrosamente a lo largo de los siglos.
Sin dudar un ápice, Clementino señala el vestigio de lo que un día fue el ábside románico de un templo del siglo XII sobre el que tiempo después se erigiría la torre de ladrillo coronada con una campana y con reloj en una de sus fachadas. En ese ábside es perfectamente visible la ventana, emparentada con las que se pueden ver en las cercanas iglesias de Villarán, Villanueva de los Montes y Montejo de San Miguel. Pero va más allá: bordeando la singular construcción -junto a la torre existe una casa adosada en estado ruinoso y un pequeño jardín-, se reconocen a la perfección las ventanas de lo que un día fue la espadaña campanil, que según este investigador se hallaba, como solía ser del gusto del monasterio de Oña (que extendió su influjo por toda la comarca y aún más allá), en el centro del templo, igual que sucede en los templos de Río Quintanilla, San Fagún de Los Barrios de Bureba y Piérnigas. «Creo que es de justicia reconocer y que sea publicado este vestigio románico de Pino de Bureba, que no aparece recogido en ninguna de las publicaciones especializadas sobre este arte. Y el románico de La Bureba es muy rico y muy importante. Pino tiene aquí un pequeño tesoro», apunta. Hay otro elemento, entre los restos que han sobrevivido al naufragio del tiempo, que subraya la tesis de González: la escalera que está pegada al ábside y que hoy desemboca en una puerta por la que se accede al interior de la torre. Esa escalera puede verse también en la citada ermita de Río Quintanilla. «Esos escalones dirigían a la espadaña, de la que quedan los arcos de las campanas», apostilla.
Esta primigenia edificación pudo coexistir con la actual iglesia de San Martín
El hecho de que esta localidad cuente con la iglesia de San Martín, que también es románica y, ésta sí, estudiada y reconocida (su ábside es considerado por los expertos en este arte medieval uno de los elementos más destacados y originales del románico burebano al combinar una estructura exteriormente pentagonal con el semicírculo interior) ha podido distraer la atención en torno a estos vestigios mimetizados con construcciones posteriores. «Es posible que este templo sea del siglo XII, anterior al actual, aunque quizás llegaron a convivir ambos», explica Clementino González, que ejerció como sacerdote en la cercana localidad de Aguilar.
El alcalde de la villa resinera, Javier Fernández, que tenía un vago conocimiento sobre el asunto, quiere en adelante resaltar la importancia de este valioso resto arquitectónico, quizás con la instalación de algún panel informativo. «La verdad es que siempre se ha conocido como la torre del reloj, no se le ha dado la importancia que sin duda tiene. Estudiaremos la forma de hacerlo», apunta. Tomás González, vecino de la localidad, sí sabía que en este emplazamiento debió existir un templo religioso, y recuerda que durante las obras que se llevaron a cabo hace unos años en la casa aneja a la torre aparecieron numerosos restos humanos, revelando que había habido allí un cementerio. Todo encaja, pues, ya que junto a las iglesias tradicionalmente había un camposanto.
Un pueblo con historia. Según la Fundación Santa María la Real, por su proximidad a la villa de Oña, Pino entró de lleno en el dominio del gran monasterio benedictino, encontrando así la primera constancia documental en la carta fundacional del monasterio de San Salvador por los condes de Castilla el 12 de febrero de 1011. Alfonso VIII, en documento expedido en Burgos el 23 de julio de 1190 por el que incorporó al patrimonio oniense las villas de Pineda y Hontomín, «dispuso que quedasen exentas de todo gravamen las propiedades de San Salvador, entre ellas Pino et Castellanos. El 17 de septiembre del mismo año se benefició Pino de los fueros dados a los vasallos de Oña por el abad Pedro II, actuando como testigo del documento De Pino: Iohannes Iaguez, y recibieron nuevos privilegios del abad Pedro III en 1218 los clérigos y vecinos de Pino, junto a los de Cornudilla, Piérnigas, Terminón y otros lugares».
Sí recoge esta fundación en su enciclopedia online romanicodigital.com que hay documentos que recogen la existencia en Pino de Bureba de dos iglesias, una de las cuales era prioral. ¿Se tratará de esta sobre la que reclama Clementino González la atención que merece y cuyos vestigios -ábside con ventana y escaleras y espadaña campanil- permanecen semiocultos pero visibles pese al paso del tiempo y la inercia imparable del olvido?