El rinconcito con encanto que hay entre la calle de la Cuesta y la de Monseñor Vargas, poco después de atravesar el arco del Archivo del Adelantamiento, en Covarrubias, ha perdido luz este 2024. Detrás del mostrador de la Ferretería Jumer ya no está Merche para aconsejarte sobre pinturas, entre un gran abanico de productos. De la puerta de la panadería de Raquel ya no sale ese olor a pan recién hecho y que le enseñaron a hacer sus abuelos y padres; y aunque al atravesar la puerta del Restaurante de Galo aún persiste el olor a lechazo, hace ya tres meses que no asa ninguno. Los tres negocios han echado la persiana este año en la villa rachela, dejándola un poquito más huérfana en estos meses de invierno.
«Negocio que se cierra no se vuelve a abrir, y eso que en Covarrubias funcionan, pero hay que querer y poder trabajarlos», coinciden los tres, que hablan de otras dificultades con las que se han venido topando y que han hecho mella en sus negocios: la mano de obra, que escasea en todos los sectores y les ha supuesto más de un quebradero de cabeza; y el tipo de contratación. «No podemos mantener empleados todo el año, pero sí por meses y temporadas». Por eso reclaman apoyo a las administraciones, para que se les facilite y ayude a la hora de generar esos puestos estacionarios y así el comercio pueda seguir subsistiendo en el medio rural.
«Que se fomente a aquellos que queremos trabajar y que ofrecemos trabajo. Nosotros no nos hacemos ricos, damos un servicio», afirma Raquel González. Ella se ha visto obligada a cerrar su panadería por no poderla compaginar con la pastelería. «Hay épocas en las que contrato a dos o tres personas y otras en las que no me hace falta nadie», dice la mujer, que a mediados de abril cerró la panadería. «No puedo llevar los dos negocios a la vez, es muchísimo trabajo», cuenta Raquel, que reconoce que sí que han llamado para interesarse por su establecimiento, pero que no ha recibido ninguna oferta en firme.
Merche Aldabe, Galo Rodrigo y Raquel González han cerrado sus respectivos negocios este año. - Foto: PatriciaTras 41 años ha llegado el momento de jubilarme y lo he hecho"Merche Aldabe, Ferretería Jumer
Con el horno de pan cerrado, ahora está centrada en la pastelería, donde de «forma testimonial», junto a magdalenas y otra rica repostería, hornea «cuatro chapatas y cuatro barras». Reconoce, respecto a sus empleados, que puede no ser apetecible trabajar solo dos o tres meses al año, pero que como empresaria, tampoco es fácil estar buscando y cambiando cada año de personal. Muy crítica, mantiene que cada vez «es más complicado vivir en un pueblo». Afirma que las ayudas se van a las grandes empresas y que para el pequeño comercio rural solo hay trabas. «Damos un servicio, pero no nos dejan subsistir, nos atiborran a obligaciones», relata la mujer, y pone como ejemplo la implantación de un sistema de control horario. «¿Te parece normal que tenga que hacer una inversión en algo que se va a usar dos meses?».
Cansado de esa pelea de ajustes de horarios, contratos, extras y hasta tener que llamar a algún camarero para levantarle de la cama porque el comedor estaba lleno y no había acudido, estaba Galo. Junto a Mari Carmen, su mujer, ha regentado durante 31 años el restaurante que lleva su nombre, todo un referente en la comarca del Arlanza. Ahora está deseando que llegue marzo para poder ir a pescar, o la Semana Santa, para disfrutar de una Pasión Viviente de su pueblo, Fiesta de Interés Turístico, que no ha podido ver nunca por la esclavitud de su negocio.
Era difícil seguir con esa búsqueda constante de empleados"Galo Rodrigo, Restaurante de Galo
Cerró el 1 de octubre, a falta de medio año para cumplir los 65, pero con la conciencia tranquila de saber que su etapa como hostelero, que arrancó de niño unos metros más abajo, en el negocio de sus padres y que ahora regenta su hermano, había llegado su fin. «No encontrábamos gente para trabajar, hemos estado dos años buscando. Nos han ayudado mucho nuestros hijos», relata Galo, que ha venido empleando entre 6 y 7 personas según temporadas. «Estaba ya cansado, es muy difícil seguir así», cuenta Galo Rodrigo, que afirma que continúan recibiendo peticiones de reservas vía teléfono o mail.
Ahora el Restaurante de Galo está a la venta. «Pero no solo el negocio, todo el edificio, que es grande y tiene posibilidades. Hay dos plantas superiores que se pueden convertir en habitaciones o apartamentos. Covarrubias tiene potencial, visitantes y muchas fiestas», afirma Galo, que traspasaría su cartera de clientes, entre ellos algunos operadores turísticos. «Es abrir y empezar a funcionar».
La situación de Merche es diferente. Llegó a la villa rachela y junto a su marido, fontanero aún activo a los 70 años, decidió abrir una ferretería a principios de los ochenta. «Después fui metiendo un poco de mercería, un poco de droguería...», explica la mujer, que dos días después de cumplir los 65, el 30 de abril, cerró el negocio. «Ha llegado el momento de jubilarme y lo he hecho. Alquilamos el local por si hay alguien interesado en abrir en él un negocio, y algo hay, pero nada firme, tampoco tengo prisa», detalla.
Cada vez es más complicado vivir en un pueblo. El pequeño comercio necesita apoyo y no trabas"Raquel González, Panadería Raquel
Asegura que antes, cuando había pescadería en el pueblo, venía más gente de fuera a comprar, y que tras la pandemia y con Amazon, la situación se complicó. Aun así mantiene que si tuviera 10 años menos, seguiría con la ferretería. Este mal de Covarrubias, al que los tres auguran futuros cierres por jubilación de otros negocios en menos de cinco años, sucede en otras localidades. «En Lerma están igual, se han plegado muchos, todos los que tienen que ver con autónomos» añade Merche, que como contrapunto cuenta que el estanco de la villa rachela sí que halló relevo. «Los dueños buscaron personas y la encontraron. Regenta el negocio en otro local».