Dulce remanso de paz

R. PÉREZ BARREDO / Villamayor de los Montes
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Tras los muros del austero monasterio cisterciense de Santa María la Real de Villamayor de los Montes conviven, oran y laboran once hermanas. «Estando conDios uno siempre es feliz», afirman

El claustro románico es tan sobrio como bello. - Foto: Ramis

Ni el burro que pace manso junto a sus sobrios muros ni las ovejas que circundan estos emiten sonido alguno, como si el monasterio que se eleva en el altozano ejerciera un poderoso influjo que impidiera cualquier alteración del sosiego que de él emana. El cenobio cisterciense de Santa María la Real de Villamayor de los Montes es un remanso de paz también en el interior: las once monjas que lo habitan llevan una vida contemplativa y de oración que no está reñida con el trabajo. Laboran de lo lindo las hermanas, más aún en estas fechas: con la Navidad tan cerca, se dispara la demanda de su reconocida y secular repostería artesanal, que es gloria bendita. Y el obrador está, más que nunca, a tope. Sin embargo, esta comunidad se ha cansado de la exposición a los medios, siempre atraídos por la fama de sus dulces, y de un tiempo a esta parte han optado por mostrarse más celosas de su clausura.

Así que la cocina en la que elaboran sus numerosos productos se ha convertido en un sitio vedado para quienes proceden del mundanal ruido, y acaso tenga sentido: se mantienen así en secreto las recetas que las hermanas han heredado de aquellas primeras que, en el siglo XIII, se asentaron allí tras la fundación de la abadía por García Fernández. Cuando esto sucedió (año 1228) apenas si había cogido altura la Catedral de Burgos. Es el de Villamayor de los Montes uno de los monasterios más antiguos de la provincia: lo acredita el bellísimo claustro románico, que destaca por la austeridad de sus capiteles de elementos vegetales, tan alejados de los alardes escultóricos que exhiben los de abadías más cercanas, caso de la de Silos, por ejemplo. Se desliza por este espacio de recogimiento y misticismo -con el que la luz se engolosina dibujando sombras, haciendo arabescos caprichosos- la hermana Lucía, silente su silueta sobre el empedrado de guijarros que conforman figuras geométricas, estrellas, animales, escenas de caza, así como los escudos de los fundadores.

«Aquí todo es oración, convivencia y trabajo», musita a la vez que camina por una de las pandas del perfecto cuadrado pétreo. La vida intramuros es, en palabras de Lucía, de plenitud y dicha.«Estando con Dios uno siempre es feliz», apostilla sonriendo. No les importa ser pocas -se conforman con las once que son-, aunque les gustaría que la comunidad fuera más numerosa. «Pero los tiempos han cambiado», subraya la hermana Lucía con resignación, pero entereza: nada temen estas monjas cistercienses gracias a su fe inquebrantable, tan profunda e insondable como el pozo que hay en la panda oeste del claustro. La comunidad bebe de esas aguas de manantial, con la que también riegan el cuidado jardín.

La hermana Lucía cierra la puerta del monasterio para regresar al silencio blanco de la clausura. La hermana Lucía cierra la puerta del monasterio para regresar al silencio blanco de la clausura. - Foto: Ramis

Por las ojivas de la iglesia, que ya es puramente gótica, entra como un caudal, como un torrente intenso, la luz tanto por la mañana como por la tarde. En sus alturas destaca un nervio longitudinal y el artesonado policromado. La nave es espaciosa, y su sobriedad invita a la reflexión y al silencio. Es esta abadía un ejemplo perfecto del Císter, todo simplicidad y sencillez. Un acusado crucero y una cabecera escalonada de tres ábsides completan la traza arquitectónica. Con sus altas bóvedas de crucería y los ventanales de apuntados perfiles todo es espiritualidad. Atesora el templo tres tallas de madera de gran valor que sobrevivieron a un incendio registrado en el siglo XVI. Una gran reja separa da acceso al coro, donde la comunidad desarrolla su vida de oración y recogimiento. La huerta, los talleres de costura y especialmente el obrador son los lugares de trabajo de las hermanas.

Su reconocida y secular repostería artesanal es gloria bendita

 

La iglesia de la abadía, un alarde de sencillez, es de estilo gótico.La iglesia de la abadía, un alarde de sencillez, es de estilo gótico. - Foto: Ramis

Sus productos pueden adquirirse físicamente en una tienda que tienen junto a la hospedería del monasterio, y también de forma online (www.monasteriodevillamayor.com). Resulta imposible destacar, por encima de otros, su producto estrella. Con la Navidad a la vista, las hermanas elaboran unos polvorones cumbre, con almendra tostada y crema de turrón de jijona. Elaboran, asimismo, hojaldrados y pastas de todo tipo: almendradas, con chocolate, delicias de nata, pastas de té con mantequilla, rosquillas de corona, trufas, cocas de anís, lenguas, nevaditos, magdalenas... Su oferta es enorme y muy tentadora para los más golosos. 

Conjuro contra el mal. Además de los dulces y de tarros de miel, las hermanas cistercienses de Villamayor venden en su tienda lo que llaman 'Cartilla de San Benito', y es una oración para conjurar los malos espíritus y ahuyentar al demonio. Se trata de una hojilla escrita en latín por una cara y en castellano por otra que está encabezada por este texto: Sal fuera, Satanás. No me seducen tus mentiras. Son veneno tu comida y tu bebida. La cruz santa sea mi luz. Y que el dragón no me guíe.

Tras estos párrafos le sigue una declaración compuesta para repeler y ahuyentar a las hordas del maligno: Cristo vence, Cristo reina, Cristo te proteja contra todo mal. Malvados y condenados demonios: En el nombre de los santos nombres de Dios: Mesías, Enmanuel, Soler, Sabaot, Agios, Ischiros, Athanatos, Jehová, Adonai y Tetragrámaton, os arrojamos y separamos de esta criatura y de esta casa, y de todo lugar donde estuviesen estos nombres y signos de Dios, y os mandamos y obligamos a que no tengáis poder alguno ni para causar peste ni maleficio que pueda dañarle el alma ni en el cuerpo. Idos, idos, malditos, al estanque de fuego adonde Dios os lanzó. Os lo manda Dios Padre, os lo manda Dios Hijo, os lo manda Dios Espíritu Santo, os lo manda la Santísima Trinidad, el único Dios. Amén

Exterior del monasterio, con dos espadañas.Exterior del monasterio, con dos espadañas. - Foto: Ramis

Finaliza el atávico conjuro con una oración que, según contaba el periodista Eduardo de Ontañón en los años 30, rezaban los lugareños para curar enfermedades, sanar el alma, proteger al ganado, ahuyentar tormentas o cuidar de la cosecha, y que tiene mucho de letanía exorcista: Os rogamos, Señor Nuestro, que bendigas a esta tu criatura para que se salven su cuerpo y su alma; que sea tu fiel esclava y reciba tus altos favores. Amén. La potestad de Dios Padre. La sabiduría de Dios Hijo. La virtud del Espíritu Santo te libre y sane, criatura de Dios, de las enfermedades de las lombrices. Amén. En nombre de Jesús Nazareno, os conjuro, solitaria, para que salgáis de este cuerpo, en honor de Dios de la Bienaventurada Virgen María, y de la devoción de San Benito y San Bernardo y San Antonio de Padua, que rueguen por nosotros.Amén.Por la señal de la Santa Cruz, por cuyo signo sanes todas las enfermedades, se alejen de ti tales gusanos, que mueran y salgan de tu cuerpo. Alegrándonos en el Señor, decimos: 'Se apoderaron de ti para quitarte la saludo, en cambio ellos han sido los enfermos y los que murieron'. Amén. Contra maleficios.

Lo dicho.Amén.