Hace poco, Diario de Burgos informaba de que en nuestra provincia siete aulas de colegios rurales agrupados están en peligro de cierre por tener menos de 10 alumnos. Y el corazón se me encoge, porque no hay nada más triste que echar el cierre a algo, ya sea una relación, un negocio, una vida. Todos pasamos por ese trance tan doloroso de desmantelar una casa donde solo quedan recuerdos, vivencias, objetos que son testigos de un tiempo que se fue. Y me imagino que vaciar un aula es como sacar paletadas de vida de un espacio que antes bullía, como quitarle la savia a un árbol. Piensen por un momento en el soplo de vitalidad, de alegría natural, que irradia una escuela a su alrededor porque es como un corazón latiendo, un motor de vida. Y piensen también en lo contrario: el vacío y el silencio.
La escuela es el símbolo y el espacio de la lucha por la educación, una conquista que costó sangre, sudor y lágrimas a muchas generaciones. Todos conocemos historias de antepasados que andaban kilómetros para recibir la instrucción básica y tener más oportunidades. Y la mejor manera de destruir una comunidad es cerrar sus escuelas, como bien saben las niñas en Afganistán. Pero el cierre de una escuela, de un aula, no es solo un problema educativo sino también un golpe emocional y social para todos nosotros, porque nos enfrenta al envejecimiento imparable que sufrimos.
La población española en edad de trabajar ha bajado en casi un millón y el 88% del empleo generado en 2024 fue ocupado por extranjeros. En Burgos, por ejemplo, hay vecinos de 90 países, lo que ha impedido que la población se desplome; y todo demuestra, en contra de las políticas de la extrema derecha, que nuestro declive demográfico, muy acusado en el mundo rural, necesita inmigrantes para mantener la actividad económica y poblar la España vacía. El martes pasado leía yo una hermosa noticia en este Diario: en el pueblo burgalés de Fontioso, un proyecto de repoblación ha atraído a familias hondureñas, ecuatorianas, españolas y sudafricanas que conviven en armonía. Iniciativas como esta pueden evitar las aulas vacías con nuevos burgaleses que llenen los pupitres de acentos y rostros diferentes y, sobre todo, de futuro. Para ello hay que planificar y atraer, abriendo las puertas y la mente. Y recordar la certera frase de Lutero: «cuando prospera una escuela, todo prospera».