Hacia el feminismo por la Iglesia

ANGÉLICA GONZÁLEZ / Burgos
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El 22 de marzo de 1925 se constituyó en Burgos la Acción Católica de la Mujer con la presencia de María de Echarri, su presidenta nacional, defensora de los derechos laborales de las obreras y una de las primeras españolas en ser concejala

Un grupo de burgalesas en la parroquia de Santa Águeda con la bandera de la Acción Católica en los años 40.

Cuentan las crónicas que en el Teatro Principal no cabía un alfiler. El  isabelino corazón de la sociedad burgalesa acogió el domingo 22 de marzo de 1925 -ahora se van a cumplir cien años- la constitución en Burgos de la Acción Católica de la Mujer, y lo hizo de la mano de la presidenta de esa institución, la interesante activista social María de Echarri, gracias a cuyo trabajo se alcanzaron algunos avances en la dramática situación social que vivían las españolas en el principio del siglo pasado. Tan importante fue aquel acto que su cobertura cubrió la mitad de la portada de ese periódico con una crónica firmada por alguien que prefirió el pseudónimo de Trémolo, sobre el que existe más de una fundada sospecha de que cubriera una rúbrica femenina. Diario de Burgos no se equivocaba al darle semejante espacio, pues la Acción Católica de la Mujer, creada en 1919, fue una de las entidades protofeministas más interesantes y potentes del momento con el catolicismo con bandera frente a las laicas Asociación Nacional de Mujeres Españolas (Anme) y Cruzada de Mujeres Españolas, que capitaneaba la escritora y periodista Carmen de Burgos. 

Estuvo el todo Burgos. Además de la inmensa y habitual presencia de señores, desde el arzobispo, Juan Benlloch, hasta el alcalde, Jesús María Ordoño, pasando por el capitán general, Antonio Vallejo; el gobernador civil, Antonio Horcada, el presidente de la Audiencia, Enrique Robles y hasta el delegado de Hacienda, Antonio Chápuli, acudieron muchas mujeres, pues precisamente de ellas trataba lo que allí se iba a sustanciar. Un bonito cuadro de enfermeras de la Cruz Roja -Juanita Gil, Consuelo Solano, Felisa Cobos y Julita Díez de Calderón- abrió el evento sobre el escenario del Principal en el que hicieron acto de presencia condesas, duquesas y marquesas, la protagonista, María de Echarri, la directora de la Escuela Normal de Maestras, Julia Alegría, y la escritora y colaboradora de este periódico Mª Cruz Ebro (amén de secretaria de la Cruz Roja y del Ateneo de Burgos y más adelante, del Centro de Estudios Castellanos) que no se perdía ni un acto.

Participaron en el acto la escritora Mª Cruz Ebro y la directora de la Escuela de Maestras, Julia Alegría

María de Echarri. María de Echarri. - Foto: Biblioteca digital de Madrid


De hecho, fue ella la que tomó la palabra detrás del cardenal Benlloch haciendo hincapié en la capacidad de las mujeres para estar en la esfera social y fuera de sus casas: «La acción de la mujer es una fuerza irresistible, avasalladora, porque se basa en dos conceptos tales como el amor y la maternidad, palancas poderosas que pueden dar la vuelta al mundo».

Esta consideración coincide con las bases del feminismo católico español, según la investigadora Inmaculada Blasco: «La acción social femenina se erigió en la fórmula idónea para encauzar la acción de las mujeres acomodadas fuera del hogar. Ante la percepción de una sociedad que adolecía de males como la secularización, la irreligiosidad y la crisis moral, las mujeres albergaban cualidades de incalculable valor (caridad, bondad. superioridad moral, mayor religiosidad, etc.) para frenar dichas perturbaciones sociales».
Volvemos a aquella tarde de 1925 y al momento en el que toma la palabra María de Echarri, que además de su labor cultural hizo carrera política como concejala del Ayuntamiento de Madrid y fue una de las primeras 13 mujeres que por primera vez en la historia de España se sentaron en el Congreso formando parte de la Asamblea Nacional Consultiva creada por la dictadura primorriverista, que autorizó a participar en las elecciones a «hembras solteras, viudas o casadas, éstas debidamente autorizadas por sus maridos». En su intervención, De Echarri dio cuenta del alcance que tenía ya la Acción Católica de la Mujer con 300 juntas locales y más de 50.000 asociadas, pero también habló de feminismo, «del que esperamos mucho más por parte de las jóvenes porque ellas serán las que lleven a nuestra patria a días de grandeza».

Sería cobardía desertar de los puestos que en las corporaciones se confíen a las mujeres»

La vinculación entre el feminismo y el nacionalismo es también una singularidad de este primer movimiento emancipatorio de la mujer que llegó de mano de la Iglesia Católica. Blasco afirma que en un contexto de nacionalismo e imperialismo como el posterior a la I Guerra Mundial, «que orientó las definiciones de ciudadanía alrededor del patriotismo, es decir, de la capacidad de individuos y grupos para ser, demostrar y proclamar su entrega a la nación (...) fue habitual que las mujeres proclamaran su capacidad de ser patriotas para exigir derechos políticos y para ser consideradas como ciudadanas».

Las señoras y el voto. De hecho, De Echarri animó a las burgalesas a participar en la vida política de la ciudad y del país, abierta ya la puerta al voto femenino aunque solo circunscrito a las elecciones municipales (que nunca se convocaron y, por tanto, ellas no fueron a las urnas durante la dictadura; lo harían en 1933). «Sería cobardía desertar de los puestos que en ésta como en otras corporaciones pudieran confiárseles, porque en ella pueden colaborar en mayor beneficio de los intereses patrióticos y religiosos, por lo cual las señoras deben hacer uso de su voto, con lo que laboran por la causa de Dios sin reparar en obstáculos ni en dificultades». Y a pesar de que quienes componían la cúpula de esa Acción Católica eran aristócratas o, cuando menos, mujeres que habían tenido la posibilidad de formarse, no se olvidó de las mujeres que tenían un empleo fuera de casa y así lo reflejaba la crónica: «No se llamó a esta nueva institución, Acción Católica de las Señoras sino que tuvo una acepción más amplia y se la denominó Acción Católica de la Mujer, para comprender en ella a la humilde obrera que se gana el sustento con su trabajo», una reflexión que vista desde hoy puede parecer condescendiente y pacata pero que en el contexto suponía un avance innegable en la sociedad burgalesa. 

La Acción Católica de la Mujer -sostiene Inmaculada Blasco- consolidó «con más o menos dificultad, una red que integraba a las diferentes organizaciones del movimiento católico; y, por otra parte, echó los cimientos para la politización de las mujeres sobre las bases del catolicismo. Una politización cuyos frutos fueron recogidos por las nada casualmente vigorosas y eficaces secciones femeninas de los partidos políticos de la derecha católica durante la Segunda República».

La ley de la silla

Cuando María de Echarri llegó a Burgos en 1925 traía consigo una estela de popularidad y un importante reconocimiento social. Desde sus inicios como activista católica -también fue inspectora de trabajo- había impulsado mejoras en las lamentables condiciones laborales de las españolas que trabajaban fuera de casa, de tal manera que se la considera como la impulsora de la denominada 'ley de la silla' que en 1912 obligó a los establecimientos a procurar un asiento en el que sus empleadas pudieran descansar y no estar de pie durante toda la jornada. Así lo publicó en la Gaceta (actual BOE): «En los almacenes, tiendas, oficinas, escritorios, y, en general, en todo establecimiento no fabril donde se vendan o expendan artículos ú objetos al público, o se preste algún servicio relacionado con él por mujeres empleadas, y en los locales anejos, será obligatorio, para el dueño o su representante particular o compañía, tener dispuesto un asiento para cada una de aquéllas. Cada asiento, destinado exclusivamente á una empleada, estará en el local donde desempeñe su ocupación, en forma que pueda servirse de él, y con exclusión de los que pueda haber á disposición del público».