En algunos laboratorios habitan personas que podríamos considerar inmortales. Y en esta ocasión no me refiero a quienes realizan en ellos sus Tesis Doctorales bajo presión, a los sufridos postdocs… ni a sus abnegados jefes que se pasan la vida buscando financiación.
Lo que quiero decir es que en esos grupos de investigación se emplean linajes de células extraídas de determinadas personas en el pasado, y que se comportan como inmortales: pueden dividirse un número ilimitado de veces en cultivo, si se les proporcionan los nutrientes y las condiciones adecuadas. Por ello, dichas líneas celulares inmortalizadas son ampliamente utilizadas en distintos campos de investigación biomédica.
Las más antiguas y conocidas son las células llamadas 'HeLa', que fueron extraídas el 8 de febrero de 1951 de una muestra de cáncer de cuello uterino de una paciente norteamericana llamada Henrietta Lacks (de cuyas iniciales proviene el nombre), y que se reprodujeron en cultivo. Henrietta falleció pocos meses después, el 4 de octubre de ese mismo año. Pero, en realidad, no murió del todo… y gracias a su vida se han salvado muchas otras. Esa línea celular ha sido clave en numerosas investigaciones clínicas, incluyendo el desarrollo de la vacuna frente al virus de la polio y la investigación sobre gran número de fármacos antitumorales.
Pero merece la pena comentar algunos de los detalles que están detrás de ese primer caso de 'inmortalidad' de una línea celular humana. Henrietta había nacido en 1920, era afroamericana, tenía muchos problemas económicos y de salud, y ya era madre de cinco hijos cuando comenzó a sufrir sangrados vaginales a los 30 años de edad. El Hospital John Hopkins de Baltimore era uno de los pocos en los que se trataba gratuitamente a personas sin recursos, y el ginecólogo Howard Jones se encargó de examinarla. Le diagnosticó el tumor maligno y tomó dos decisiones.
La primera fue comenzar a preparar un tratamiento con radio, porque gracias a las investigaciones llevadas a cabo desde comienzos de siglo por otra mujer, Marie Curie, la radioterapia se había convertido en una opción terapéutica disponible en casos como ese. Lamentablemente no funcionó con Henrietta, y su situación general tampoco mejoró con el uso de antibióticos, disponibles desde la Segunda Guerra Mundial a partir de las investigaciones realizadas a finales de la década de 1920 por otro pionero, Alexander Fleming.
La segunda decisión que el Dr. Jones había tomado aquel día fue realizar una biopsia del tumor y acordar con uno de sus colegas del hospital, el biólogo celular George Otto Gey, que en la siguiente visita de la paciente (programada para una semana más tarde) tomaría una muestra del tejido canceroso para su estudio en el laboratorio. Este investigador comprobó que sus células se comportaban de forma inusual, ya que podían reproducirse en un medio de cultivo líquido en agitación (una técnica que él mismo había desarrollado), y por tanto su crecimiento no estaba limitado espacialmente, como sí ocurría con las células que se cultivaban sobre la superficie de placas de vidrio. Ese fue el origen de la línea celular HeLa, y siete décadas después seguimos celebrando tal éxito.
Para recordar a la protagonista de esta historia, en 2017 se estrenó la película La vida inmortal de Henrietta Lacks, dirigida por George C. Wolfe. Merece la pena verla. Y en 2021 Tedros Adhanom, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), le otorgó un premio póstumo por todas sus contribuciones a la medicina: fue recogido por su hijo Lawrece Lacks, de 87 años, junto a los nietos y bisnietos de Henrietta.
A pesar de estos reconocimientos, faltaba un detalle. En realidad, ni la propia paciente ni sus familiares habían autorizado la toma de muestras en aquel febrero de 1951, y tampoco tuvieron conocimiento de lo que se había hecho después con dichas células. En esa época algo así era legal, ya que los hospitales no estaban obligados a recabar un consentimiento ni a dar explicaciones sobre el uso de las muestras obtenidas.
Pero (y aquí viene la parte más injusta de toda esta historia) los herederos de la desdichada mujer nunca participaron de los enormes beneficios que desde entonces han estado obteniendo varias empresas biotecnológicas por el cultivo y comercialización de esta línea celular. De hecho, sus familiares no fueron conscientes de todo esto hasta la publicación en 2010 de un libro dedicado a la investigación del caso.
Afortunadamente, la situación ha comenzado a cambiar en 2023, cuando Thermo Fisher, una de las compañías más beneficiadas por el uso de las células HeLa, llegó a un acuerdo económico con los nietos de Henrietta para evitar el proceso judicial. La inmortalidad tenía un precio.