Las salas superiores del Hospitalillo de Briviesca desprenden arte por los cuatro costados y ofrecen unas condiciones óptimas, tanto acústicas como estructurales, que permiten una enseñanza musical de calidad. En los pasillos del coloso arquitectónico situado junto a la Iglesia de Santa Clara el bullicio es constante. Alumnos de todas las edades van y vienen, cargados con sus instrumentos, y comparten descansos con los compañeros de teatro o del Espacio Joven. Por una puerta entreabierta se escapa un dulce sonido producido por un piano. Al teclado, un jovencísimo Alejandro Oca en uno de los ensayos y un futuro fichaje de la Banda Municipal de Música, la más antigua de la provincia fundada en 1884.
Desde los seis años, y por interés propio, recibe formación en piano, saxofón y conjunto instrumental, y aspira a formar parte de la agrupación de su ciudad. Intenta no perderse ni un concierto y fantasea también con formar parte de un grupo. ¿Quién sabe? No pretende ser cantante de éxito, ni un solista, ni tampoco busca el protagonismo porque lo que le apasiona es trabajar en equipo. Absorbe, como si de una esponja se tratara, los conceptos con rapidez y se muestra encantado con la relación que ha forjado con sus profesores.
Es uno de los 67 alumnos de la academia y un claro ejemplo de responsabilidad. Tanto él como el resto de estudiantes hacen posible que un servicio que durante años flaqueó haya cogido vuelo de nuevo después de la pandemia. La cifra de matrículas en el curso actual se ha disparado respecto al pasado curso un 20% a pesar de que hay disciplinas que no se imparten por falta de profesorado. De las 17 especialidades para las que el Ayuntamiento busca profesionales cada curso solo se han cubierto cuatro (clarinete, saxofón, trompeta y piano), además de conjunto instrumental. Existe demanda de clases de flauta travesera y percusión pero por el momento nadie ha recurrido a la convocatoria.
Con la mayoría de edad recién cumplida, Marta Varona se ha convertido este curso en la monitora -que no profesora- más joven. Todavía estudia en el Conservatorio de Burgos y confía en formar parte de la plantilla de la escuela de su ciudad «más pronto que tarde». Bajo su doctrina se encuentran cinco niños clarinetistas a los que les enseña los mejores trucos para hacer sonar al instrumento de viento-madera.
Despertar a los más pequeños en el arte musical, en el deseo de hacer música y atraerlos hacia el mundo sonoro y sus combinaciones recae en Yolanda, directora del centro y docente de música y movimiento. Emplea las técnicas tradicionales pero también las más innovadoras para mantener la atención de estos intérpretes durante los casi 60 minutos que dura la lección.
La villa salinera. Apenas 25 kilómetros separan a la capital burebana de Poza, una de las localidades con más tradición musical de la provincia en la que apenas residen 283 habitantes. En 1891 el alcalde Vicente Alonso ordenó constituir la Banda y poco después nació la Academia de Música, por la que han pasado centenares de virtuosos. En la actualidad mantiene sus puertas abiertas con once alumnos. Tres profesores acuden los sábados por la mañana a la villa e imparten clases de clarinete, saxofón, trompeta, percusión y bombardino-trombón.
La mayoría de los estudiantes viven en otros municipios en los cuales tienen al alcance de la mano todo tipo de formación. Sin embargo, siguen con la tradición familiar y en las aulas en las que se formaron sus padres, abuelos y bisabuelos ahora lo hacen Martín, Gabriel, David, Nora, Adela y Cristina, entre otros pozanos de corazón.