A veces, el silencio es ensordecedor. Tanto, que sobrecoge al cerrar los ojos e imaginar que ese mismo lugar ahora inerte fue durante 57 años -ahora se cumplirán 58- uno de los principales lugares de encuentro de la ciudad. El bullicio, el ir y venir de los clientes, el alto ritmo del día a día marcaron las jornadas de un Mercado Norte que inicia su desmantelamiento. Aún quedan cuatro meses, según la hoja de ruta marcada, para que el icónico bloque deje paso a un gran solar en el corazón de Burgos capital. Una cicatriz urbanística que, se espera, sea temporal mientras se define la construcción del nuevo mercado.
Qué hacer una vez las máquinas reduzcan a polvo el complejo comercial será otra cuestión que aún debe responder a muchos interrogantes y ya habrá tiempo para profundizar en ello. La atención a corto plazo se centra en el vetusto inmueble levantado en 1967, rendido hace tiempo a las circunstancias con el servicio cumplido y con el relevo dado a una instalación provisional que funciona a pleno rendimiento.
Comienza una nueva fase asumida y necesaria para dejar paso al futuro, independientemente de lo que tarde en llegar. El Mercado Norte vive su último día desde la quietud, dejando al aire las heridas sufridas por el paso del tiempo. Al fin y al cabo, han pasado 25 años desde la última renovación del complejo y los achaques de su interior y de la estructura eran constantes.
Los trabajos de desmantelamiento en el viejo Mercado Norte arrancan este lunes y se prolongarán durante cuatro meses. Es el capítulo final a una historia de 58 años. - Foto: Alberto RodrigoDespués de un rato caminando por las dependencias municipales se nota que el frío ya ha conquistado el lugar. También ayuda a esa sensación de frescor tan burgalés la ausencia de una de las cristaleras de la maltrecha cúpula, por donde entra la poca luz natural que aún insufla un tenue halo de vida a la estancia.
Cuando se pone un pie en la segunda planta pudiera parecer que los trabajos de desarme de la estructura han empezado por ahí, pero no. Ese espacio, hoy descarnado en sus suelos y paredes, lleva inhabilitado dos décadas. Tan solo resisten las cajas que recogen las goteras, algunos carritos y otros elementos tan variopintos que uno se pregunta cómo demonios habrán acabado allí.
La malla que ha evitado durante este tiempo la caída de cascotes u otros accidentes disfrutó de una privilegiada posición como vigía de cuanto acontecía en la planta principal del Mercado. Allí se ubicaron en los últimos años las carnicerías, las charcuterías, las hueverías y pollerías, las casquerías, las tiendas de morcillas y otros negocios como la floristería, la cafetería o la panadería.
Los cachivaches y las huellas de la mudanza invaden el espacio ocupado por los clientes
Ahora, sin embargo, las huellas de la mudanza invaden el espacio por donde transitaban y hacían cola los clientes hasta hace cuatro meses. El Mercado Norte cerró en octubre y parece que han pasado 10 años. Cuántas historias, cuántas personas desfilaron por el edificio desde aquel 1967 y hoy solo quedan en pie los elementos que no han encontrado salida.
Han sobrevivido muchos letreros. Otros fueron retirados del frontal de los negocios para que no se perdiera su memoria y algunos no pudieron esquivar el trajín de la mudanza. «Es un lugar perfecto para grabar una película de zombies», resume el empleado municipal que facilitó el acceso al equipo de DB.
Cada comerciante gestionó su adiós como pudo, según las circunstancias. En el proceso era inevitable que el cristal de alguna vitrina reventara en un millón de pedazos y otros instrumentos del día a día acabaron en sitios insospechados. Hueveras y cajas apiladas, jamoneros, cuchillos... hasta una mesa de despiece preside la estancia.
Las últimas ofertas antes del cierre aún se mantienen en columnas y paredes. También lo hacen los calendarios que igual marcan el paso de octubre de 2024 -la última hoja que arrancó el Mercado- que recuerdan felicitaciones navideñas de hace un porrón de años.
El gran cartel conmemorativo de los 50 años de servicio del Mercado pone de manifiesto la extensa trayectoria de un espacio que fue mucho más que un mercado de abastos. Esa lona preside el patio central junto a un viejo reloj de la extinta Caja de Burgos, congelado en el tiempo como metáfora de la situación que ha vivido el edificio en las últimas semanas.
Aún hay tiempo para echar un último vistazo al sótano, la planta que más sufrió la agonía comercial del complejo. En los últimos años apenas resistieron en pie un puñado de fruterías y de pescaderías. Algunos negocios como el de Jesús Marijuán o el de José Ignacio Alonso estiraron el chicle con la ilusión de hacer coincidir su retiro con la mudanza, pero no pudo ser.
Esa planta inferior luce un mejor aspecto que la principal. La herida del adiós no es tan evidente, aunque sí deja constancia de la actividad desarrollada allí durante tantos años de esfuerzo.
Esas son las estancias de acceso público que aguardan la llegada de los trabajos del derribo, pero tras las puertas del fondo se ubica la zona de reciclaje y otras celdas de almacenamiento -no de género-. Un lugar oscuro, vetado al público, donde hoy se acumulan elementos promocionales, premios de concursos, carritos profesionales y otros enseres entre los que destacan elementos navideños y de carnaval. Ese lugar sí parece perfecto para una película de zombies. Pero al cerrar la puerta exterior queda claro que lo que ocurre es el final de una gran historia y el inicio de una nueva aún por escribir.