«Esther López Sobrado dice que el monasterio de Santa María de Rioseco es mágico y te atrapa y, si no, que me expliquen a mí que hace un mejicano -afincado en Suiza- investigando en el vacío Burgos». El arquitecto y restaurador Aarón Delgadillo Alaniz conoció este espacio resucitado de sus ruinas navegando por internet en busca de un monasterio medieval sobre el que profundizar. En 2015 viajó desde Alemania a Villarcayo para escuchar las Jornadas del Monasterio de Rioseco. El «empeño e interés de vecinos, estudiantes y profesores por su rescate y conservación» terminaron por engancharle, quizás, de por vida. Tras siete años de trabajo acaba de presentar en la Universidad de Burgos su tesis doctoral, un «estudio poliédrico» que no solo aborda un profundo análisis histórico y artístico del cenobio cisterciense del siglo XIIa nuestros días, sino también de las vidas de quienes lo poblaron.
Esa parte antropológica, que se nutre, de los documentos consultados en once archivos de todo el país, pero también de entrevistas personales, le han llevado a conocer en primera persona a Tere Rabanedo, de una de las tres últimas familias que residieron en el monasterio. A sus 80 años recuerda la distribución de su casa que ocupaba parte de la torre del Abad y dependencias anejas del palacio renacentista. Recreó para Delgadillo sus tres cocinas, donde elaboraba el pan su madre y otros detalles.
Junto a la de Rabanedo allí vivía también la familia Peña Da Silva. En 1964 se celebró en la parroquia del monasterio la última boda entre Adelaida Da Silva y Eduardo Peña. Sus hijas María Ángeles y Adelaida también han compartido con Delgadillo sus juegos en la era del antiguo claustro de la hospedería o explorando las ruinas. Ángeles incluso explicaba la historia de Rioseco a quienes se acercaban.
12.000 imágenes. En los años 70 se marchó su último habitante, de la familia Peña. Llegó la última etapa de sombra de Rioseco. Antes hubo muchas de esplendor, sobre todo, en el siglo XVI, en el Renacimiento. Aarón Delgadillo, que ha viajado 35 veces a Rioseco durante su investigación de 836 páginas y un archivo de 12.000 imágenes, ha indagado en las vidas de los monjes. En 1573, los documentos hablan de catorce, aunque pudo haber más. Entre ellos se contaban Froilán de la Peña, Juan de Andino, Alonso de Vivanco... En 1598 ya alcanzaban, al menos, los 23 dirigidos por Gregorio de Santiago. En 1791 se contabilizaban 17 con el abad Crisóstomo Moreno.
En los siglos XVIy XVII los monjes hacían traer naranjas a Rioseco, canela, sardinas en escabeche, salmón fresco, barbos, merluza curada, mermeladas... Y bebían «cantidades generosas de tintos de Aranda y La Rioja, blancos de Valdivielso y Torquemada y caldos de Alcobendas (Madrid)y Cigales (Valladolid)...». Ya en el siglo XII, la orden del Císter les advirtió de que se estaban enriqueciendo y optaron por no comprar y vender, sino permutar sus propiedades que llegaron a situarse en 70 núcleos.
El trabajo de Delgadillo ahonda en el punto de origen de Rioseco, entre Cernégula y Masa, donde el rey Alfonso VII entregó en 1135 el monasterio de Quintanajuar al monje Cristóbal. Comenzó la primera vida del monasterio. La ha estudiado al detalle, pero también el «encastillamiento de los monjes en el siglo XVI para evitar su anexión a la Congregación de Castilla o el papel que jugaron en un nuevo corpus administrativo como abades y cillereros».
Por pragmatismo, más allá del interés por la conservación del patrimonio que ahora mueve el devenir del cenobio, los monjes ya lo restauraban y conservaban. Los primeros registros se guardan en los libros de gastos de los siglos XVIy XVII, donde aparecen los fondos destinados a «adereços y remiendos». Las crecidas del Ebro también les resultaban costosas, porque se llevaban «granjas completas y parte de las fábricas de sus molinos».
La Guerra de la Independencia llevó al monasterio a la soledad en 1809. Comenzó su declive. Sumido en el silencio quedaba en pie el trabajo del arquitecto Juan de Naveda, que diseñó el icónico claustro renacentista, pero también de maestros canteros que Delgadillo ha rescatado, como Pedro López Campillo y Diego Vélez. Con su investigación también da espacio a hombres anónimos que construyeron el monasterio o ayudaron a su pervivencia, como Diego de Argés, Miguel de Briviesca y tantos otros.
En su tesis, dirigida por la profesora emérita Lena Saladina Iglesias, se encierran muchas vidas, todas las de Rioseco que en 2010 comenzó a resurgir gracias al Proyecto de Innovación Educativa del instituto Merindades de Castilla, de Villarcayo, y que poco antes había empezado a contar con los primeros apoyos. Aquel Salvemos Rioseco se grabó en los corazones de cientos de voluntarios que continúan unidos al monasterio. El arquitecto, que agradece su apoyo a todos los que han colaborado con él estos años, tampoco se quiere separar de él y desea seguir investigando. Además, tratará de que su modelo de recuperación cruce fronteras con la publicación de su tesis, que espera para 2025.