Cuando los turistas no pueden visitar el Papamoscas de la Catedral, van a hacerse fotos con el reloj de Ojeda. El autómata situado en lo alto de la seo tiene una réplica exacta en la fachada del prestigioso restaurante. Este también da las horas, abre graciosamente la boca y a su lado asoma el personaje del Martinillo, que golpetea las campanitas desde su pequeño balcón. Muchos se detienen en mitad de la calzada y señalan la fachada.
«Nuestro reloj gusta mucho a los turistas», asegura Luis Carcedo, propietario de Ojeda. «Muchos pasan por aquí a las 12.00 o a las 18.00 de la tarde, que es cuando hacemos sonar el carrillón, y no paran de hacerse fotos».
Pocas personas conocen la historia que se esconde tras este reloj. Todo empezó con el primo de Luis Carcedo, Leonardo Carcedo. «A Leonardo le gustaba mucho viajar y cuando recorría Europa, iba fijándose en los relojes de las ciudades. Era una cosa que le llamaba mucho la atención. En Munich, en Praga... siempre buscaba los relojes en edificios emblemáticos», cuenta Luis Carcedo.
A la vuelta de uno de sus viajes, Leonardo ya traía la idea de construir un reloj para el restaurante. Tendría que ser uno grande, memorable y sobre todo, un símbolo de la ciudad. Así eran todos los relojes que había visto en Europa.
Por aquel entonces, Luis y Leonardo estaban al frente del negocio familiar. El restaurante Ojeda, con más de 100 años de tradición, había empezado como una humilde taberna propiedad de los abuelos. Fue a partir de 1967 cuando Luis y Leonardo Carcedo tomaron la delantera e hicieron de ella el célebre restaurante que es hoy.
Así fue como Leonardo, al mando del negocio, tomó la decisión de instalar el reloj. «Mi primo lo soñó cuando viajaba- dice Luis Carcedo, con una sonrisa-. Localizó una empresa en Alemania que construía relojes y les encargó una réplica del Papamoscas. Lo eligió así porque le parecía un personaje típico de la ciudad».
El reloj se controla desde Alemania, mediante ondas de radio. Por eso su hora siempre es exacta y no es necesario cambiarla manualmente. Todo el que desee poner en hora su reloj, puede fijarse en el Papamoscas de Ojeda. Sus manillas no cometen errores; ni se adelantan ni se atrasan. La puntualidad es máxima.
Leonardo no quiso esperar. Se apoyó en un arquitecto que le aconsejase, pidió permiso al Ayuntamiento y en agosto de 1995, el Papamoscas se estrenaba reluciente. «No hubo pegas por parte de la Catedral. Ningún sacerdote nos dijo nada por duplicar el Papamoscas- explica el propietario de Ojeda- Y además la gente lo recibió muy bien. Sirvió para dar personalidad a la fachada del restaurante».
El carrillón puede sonar las veces que se quiera, pero Luis Carcedo no quiere que se convierta en una molestia y por eso lo ha limitado a dos horas: a media mañana y a media tarde. «Al principio sonaba mucho más. El Papamoscas abría la boca, salía el Martinillo con las campanas... Si vivías al lado, era una maravilla porque te animaba la casa, pero después de escucharlo cien veces ya no hace tanta gracia».
Tras el estreno del Papamoscas, Ojeda instaló un segundo reloj: el de los Gigantillos, en la esquina de la plaza de la Libertad. Es un reloj giratorio y de menor tamaño. Sucesivamente, otros edificios burgaleses empezaron a imitar la moda de los relojes. El monasterio de San Juan pidió uno, que hoy remata su frontón de piedra. También el Ayuntamiento, con sus dos diales en las torretas. Y por último el edificio de Correos, con un solo reloj central cuyo sonsonete no pasa desapercibido.
Curiosamente, estos relojes los instaló la misma empresa que se encargó del Papamoscas de Ojeda. Provenía de Alemania, pero también tenía representantes en San Sebastián, bajo el nombre de Tecnicrono.