Israel comenzó ayer un nuevo rumbo con el llamado Gobierno del cambio, que inició su andadura tras la toma de posesión de sus integrantes -27 ministros, de los que nueve son mujeres- y la primera reunión del Gabinete, que estará encabezado durante los dos primeros años de legislatura por el ultranacionalista Naftali Benet, quien prometió, en su primera intervención como jefe del Ejecutivo, «unir a la nación».
Benet, quien calificó la investidura de su equipo como «una maravilla», pidió a los miembros de la coalición mostrar «moderación» con respecto a las diferencias, ya que la amalgama de partidos que la componen -ocho que representan todo el espectro político y con la meta común de derrocar a Benjamin Netanyahu- puede generar fricciones.
Por su parte, el centrista Yair Lapid, quien será titular de Asuntos Exteriores hasta que sustituya como premier a Benet en 2023, insistió en que «la amistad y la confianza» serán la base del Gobierno y que solo eso los mantendrá en el poder.
El presidente hebreo, Reuven Rivlin, recibió a los integrantes del nuevo Ejecutivo para una tradicional foto de grupo que inmortalice al que se convirtió en el trigésimo sexto Gobierno de la Historia de Israel y el primero en los últimos años en el que no está Netanyahu, quien ahora pasa a la bancada de la oposición, desde donde aseguró que hará «todo lo posible» para tumbar a sus rivales y retornar a un cargo que abandona después de 12 años consecutivos.
De hecho, en el traspaso de poderes ya se pudo notar las diferencias entre el nuevo premier y su predecesor. El mandatario saliente despachó a su sucesor en una reunión de escasos 25 minutos a pesar de que el encuentro estaba programado para una hora de duración. Además, este acto generalmente se escenifica en una ceremonia en la residencia oficial del Primer Ministro, en la calle Balfour del barrio jerosolimitano de Rehavia, una opción que fue rechazada por Netanyahu, quien insiste en recriminar a Benet por «traicionar» a los votantes de derecha al optar por unirse en la amplia coalición con partidos de izquierda e, incluso, árabes.
Disciplina férrea
Tras ese breve encuentro, el ya exmandatario reclamó «una disciplina férrea» entre los partidos opositores para lograr derribar el nuevo Gobierno en el suelo judío.
Así, indicó que el Ejecutivo encabezado por Benet, está fundamentado «en el fraude, el odio y la búsqueda de poder», y apostó por dificultar sus tareas y «lograr la redención del pueblo y el Estado de Israel».
«Si trabajamos hacia ese objetivo, tendremos éxito, pero no lo lograremos si nos enfrentamos entre nosotros», manifestó tras las críticas cruzadas entre miembros del Likud y otros partidos aliados sobre la responsabilidad del fin de la era Netanyahu.
Este cambio de rumbo mantiene dividido a Israel, donde miles de personas celebraron en Tel Aviv con confeti y espuma el nuevo Gobierno a la vez que coreaban «Bibi, vete a casa», mientras que cientos de judíos religiosos se concentraron en el Muro de las Lamentaciones para rezar en rechazo a Benet y Lapid.
Asimismo, en la residencia oficial de Netanyahu en Jerusalén se reunieron simpatizantes para mostrarle su apoyo a lo que este respondió dándoles las gracias y pidiéndoles que se unieran a una protesta contra el Gobierno de coalición que se realizará en Tel Aviv hoy.
Desde Palestina, el primer ministro, Mohamed Shtayeh, consideró que el fin del mandato del conservador acaba con el «peor período» en la historia del conflicto, pero no cree que el nuevo Ejecutivo sea «menos malo que sus predecesores», y condenó también el apoyo del nuevo primer ministro a las colonias judías en territorio palestino ocupado.