A caballo entre la estación de ferrocarril y el G-3, en el llamado Sector S-27, en una parcela que en un futuro será un hermoso parque, el terreno es bastante irregular. Hay un claro desnivel a lo largo de más de cien metros; bajo la epidermis del escalón más alto hay un tramo perfectamente conservado de la calzada romana que atravesaba el actual municipio de Burgos. Ese trecho de la que fue Vía Aquitania quiere ponerse en valor para que los burgaleses pueda conocer y visitar un trozo de historia. «Tenemos Atapuerca, románico, gótico, barroco y sólo nos falta contar con un vestigio de una de las cunas principales de la civilización de hace 2.000 años», afirma a este periódico el alcalde de Burgos, Javier Lacalle, que lleva tiempo madurando esta idea.
En su momento, la comisión territorial de Patrimonio de Burgos determinó la puesta en valor de la calzada romana en aquellos tramos que pudieran encontrarse en adecuado estado de coservación. Así, cuando se produjo la modificación del PGOU asociado a la variante ferroviaria, se preservó el trazado de marras, calificando ese tramo como ‘suelo de rústico de protección’, subrayándose que cuando se desarrollara el sector se realizara una prospección arqueológica, se pusiera en valor la calzada y se creara «un itinerario recreativo conectado a los sistemas generales de espacios libres incluidos en él».
Ya durante las obras de construcción de la ronda interior (Avenida Príncipe de Asturias) a su paso por esa zona se documentaron restos de interés arqueológico, concluyéndose que la calzada tenía una anchura de entre ocho y nueve metros. «Lo que se pretende es que la calzada quede integrada en el parque, perfectamente excavada y conservada, ofreciendo a la vista el corte de los distintos niveles, que es una buena forma de mostrar cómo construían sus carreteras los ingenieros romanos en el siglo II».
El alcalde quiere que este proyecto sea una realidad en esta legislatura, aunque admite que no depende exclusivamente del Ayuntamiento, toda vez que la gestión urbanística está a cargo de la junta de compensación, encargada de desarrollar todo este sector. «Nos gustaría que se desarrollara cuanto antes, pero no depende exclusivamente de nosotros, aunque lo tramitaremos con rapidez. Me consta que la dirección de la junta ya está trabajando en ello, pero también es cierto que el momento es muy delicado económicamente y la urbanización de sector costaría mucho dinero».
Una alternativa, admite el regidor, es que el sector se desarrolle por fases, aunque se podría plantear un problema con los propietarios (que son unos 200, aunque los hay mayoritarios), ya que todos querrían empezar por su parcela. «Es complejo por la situación económica», reconoce una vez más Lacalle. «Pero está contemplado. Y se hará antes o después», subraya.
Obras de ingeniería
Las calzadas romanas eran caminos de entre cinco y seis metros de ancho, sumando la cuneta. En algunas bien conservadas, según asegura Isaac Moreno, historiador burgalés experto en la materia, su anchura llega hasta los ocho metros, caso del tramo que nos ocupa. Las vías principales tenían que tener la anchura suficiente para permitir que dos legiones formadas pudieran cruzarse en sentido opuesto sin que hubiera problemas de paso. Su construcción consistía en una zanja de aproximadamente un metro de profundidad para hacer unos cimientos de piedras grandes (statumen). Sobre ellos se colocaba una capa de cascajo (rudus), otra de grava fina (nucleus). En las zonas de mayor tráfico, como las cercanías a las ciudades grandes, se añadía un empedrado de piedras anchas y planas (summa crusta). Cada pocos metros, se dejaba un drenaje.
Las calzadas eran tan rectas como fuera posible y no se desviaban ante una colina, sino que la remontaban. Solamente ante altas montañas desviaban su trayectoria, faldeándolas. Las calzadas eran construidas por civiles, soldados y esclavos para las tareas más pesadas con piedras de distintos tamaños con el objetivo de conseguir un firme sólido. Las piedras grandes se colocaban en la base y sobre éstas se establecía una capa de piedras más reducidas. En algunos casos, por norma general en las rutas más importantes, sobre estos cimientos se colocaba un firme de adoquines. Las calzadas tenían sistemas eficaces de desagüe, logrado mediante la construcción de una curvatura en las orillas.