Lejos de esclarecer el misterio por el que comenzaron a excavar hace 5 años, han añadido otro. Junto a la gran muralla burgalesa de la primera Edad del Hierro no se ubicaban las casas sino un enorme basurero de ceniza compacta, una gruesa capa mezclada con huesos de animales, pedazos de cerámica y algunos objetos de bronce, pocos en comparación con las 92 piezas del botín cuyo expolio -esclarecido por la Guardia Civil en 2017- tiene la culpa de que los arqueólogos estén hoy en Castromayor.
«¿Qué pinta un cenizal al lado de la muralla?», se pregunta en alto Ignacio Ruiz Vélez, el director de la excavación junto con la arqueóloga Marta Francés, de la Universidad de Alcalá. El yacimiento se ubica en una loma, desde la que se divisan Los Ausines a sus pies y enfrente la ermita de Nuestra Señora del Castillo, que fue otro recinto fortificado ya desde antes de la llegada de los romanos, que como la mayoría de los asentamientos tiene un basurero 'normal', a las afueras, donde se arrojaban los desperdicios.
Sin embargo, el que han explorado esta semana sigue un patrón tan uniforme que no puede ser casual y que unido al depósito de armas (74 puntas de lanza, espadas...) que encontró un trabajador de la cantera refuerza la hipótesis que desde un inicio han barajado, que se trate de un santuario votivo. «Lo cuenta muy bien Julio César en La Guerra de las Galias», apunta Ruiz Vélez, para explicar que allí donde se había producido una batalla entre pueblos celtas se procedía a realizar una ofrenda.
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