La grave agresión que un árbitro sufrió el pasado domingo en Aranda de Duero tras un partido de cadetes no podía quedar impune y el castigo deportivo y económico impuesto por la Real Federación de Castilla y León de Fútbol es duro y pretende ser ejemplarizante. La violencia no cabe en el deporte, menos aún en categorías formativas, y un hecho de estas características no debe repetirse jamás.
Como remarcaba en su resolución el Comité de Competición y Disciplina Deportiva, los jugadores de Aranda Riber y Capiscol, chicos de 14 y 15 años, van a quedar «marcados de por vida» porque el padre de uno de ellos decidiera pagar su frustración con el colegiado del encuentro, que acabó inconsciente en el suelo y herido grave.
Tal infracción «versa sobre las normas de la competición» y está calificada como «una falta muy grave» dentro del Código Disciplinario de la Federación, cuyo Comité de Competición ha acordado el descenso automático de categoría del Capiscol CF al final de la presente temporada y una sanción económica de 1.500 euros. Un castigo necesario para sentar un precedente y disuadir a los violentos. Sobráis.
Tras salir de la UCI, José, de 59 años, se recupera ahora en el hospital una vez intervenido por la contusión cerebral sufrida en los anexos al Juan Carlos Higuero. Mientras, el presunto autor de los hechos, de 51, no volverá a ver jugar a su hijo ni podrá acercarse a un recinto deportivo, al menos hasta la celebración del juicio, según el auto de la jueza, que ha decretado su libertad provisional sin fianza.
No podemos cerrar los ojos ni mirar para otro lado sino censurar este tipo de comportamientos. Por el bien del fútbol, del deporte y de nuestra sociedad. ¡Basta ya!