Es bien conocido el concepto periodístico de 'kilómetro sentimental', según el cual una noticia encierra una potencia informativa mayor cuanto más cerca se sitúa de la realidad cotidiana en la que habitan los lectores del periódico. Quienes se sienten capaces de medir el alcance de nuestras emociones sostienen que nos removerá más que nos pongan en autos de que se ha producido un atropello mortal en nuestro barrio que las imágenes de miles de cadáveres en un país africano. Lo hemos podido comprobar estos días a propósito del estallido de la guerra entre Hamas e Israel en Oriente Próximo, que no ha conseguido que dejemos de prestar atención al campeonato de fútbol más allá de un par minutos y que apenas ha activado la hueca trifulca política de costumbre: la derecha justifica por principio cualquier atrocidad que cometa el ejército hebreo, en tanto la izquierda saca del cajón las viejas banderas palestinas para ondearlas acríticamente.
Tampoco nos había sobresaltado en exceso el rosario de amenazas de bomba en Francia, al fin y al cabo el país europeo que cuenta con unas comunidades judía y musulmana más nutridas, que han metido el miedo en el cuerpo a nuestros vecinos y obligaron a vaciar cuatro aeropuertos y sacar apresuradamente a los turistas del Palacio de Versalles, la Torre Eiffel y el Museo del Louvre. Pero, lo que son las cosas, el jueves se activó nuestro particular kilómetro sentimental cuando una olla a presión abandonada hizo saltar las alarmas en un centro comercial de Burgos, donde acaso usted estaba haciendo la compra en ese momento. La policía desalojó el edificio y, aunque los artificieros establecieron finalmente que se trataba de una falsa alarma, a muchos aún no se les ha pasado el susto y todos miramos con otros ojos las noticias sobre la creciente amenaza terrorista en Europa.
Cabe la posibilidad de que todo sea obra de algún aficionado a las bromas pesadas, como ocurría cuando uno era un muchacho y los extremistas católicos le obligaban a salir antes de tiempo del cine donde estaba viendo Grease o La vida de Brian. Pero lo cierto es que el terror difuso es capaz de cubrir cualquier distancia en este globalizado mundo nuestro, y ya no quedan kilómetros que valgan para protegernos del miedo.