Hace años, cuando Poza de la Sal rondaba los 3.000 habitantes, había cerca de 17 ermitas y ganado ovino, bovino y caprino, los pastores se reunían el domingo anterior a la fiesta de San Antón (17 de enero) con una gran castañada. Era el preludio de un festín que incluía corderos, quesos artesanales, bailes y jolgorio. Con el fin de recuperar aquella tradición y desestacionalizar los eventos, el ayuntamiento y la Cofradía de las Ánimas decidieron comprar los frutos e improvisar una cocina bajo un soportal de la Plaza Vieja este domingo por la mañana.
"Empezamos con los niños antes de la pandemia para que aprendieran a asar las castañas, a pasar un rato amigable, hay que cortarlas una por una", explicaba Cristóbal Cuevas, cofrade y responsable de los fogones. Pocos metros más allá, un niño intentaba sacar las garras para pelar las cáscaras bajo la atenta mirada de su padre. Había diez kilos de castañas, que se repartieron rápidamente entre los vecinos de la villa salinera, así como refrescos y vino para acompañar el tentempié.
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"Ahora estamos en 300 habitantes y bajando, entonces todas aquellas tradiciones que había por tanta gente han menguado, pero en la esencia se mantiene", añadía Cuevas. No era un evento multitudinario, ya que los visitantes aparecieron a goteo, pero los vecinos estaban contentos de disfrutar unas horas en compañía. Los primeros en llegar a por su ración fueron unos senderistas que habían realizado una ruta anual (organizada cada domingo después de Reyes) al Monasterio de la Asunción en Castil de Lences, donde las clarisas les habían esperado con un chocolate. También aparecieron los alcaldes de las pedanías, aldeanos de Oña e incluso unos turistas colombianos que se encontraron con el festín de casualidad.