Cada uno cuenta la feria según le va en ella y no me estoy refiriendo a la de abril de Sevilla. Viene esto a cuento porque hace unos días leía una columna del doctor Juan Francisco Lorenzo reconociendo la labor que realizan los profesionales sanitarios del Servicio de Rehabilitación del HUBU y no pude por menos que pensar en lo afortunados que son los pacientes que logran pisar sus salas para ponerse en sus manos milagrosas. En mi caso no he tenido la posibilidad de experimentar su destreza y no ha sido porque no haya precisado de sus servicios, pero el destino, quiero pensar que es esto y no otras circunstancias, ha querido que en dos ocasiones anteriores -y una tercera reciente- me tuviera que buscar la vida tras pasar -de visita- por este servicio. La primera vez acudí a una consulta privada para agilizar la recuperación y la segunda me derivaron del HUBU a una clínica.
Pero la más curiosa y esperpéntica de las experiencias con este servicio me ocurrió justo la víspera de la publicación de la columna del doctor Lorenzo. Tras casi dos años siguiendo un estricto y absurdo protocolo, ya saben aquello de radiografía (no se verá nada), ecografía y consulta con la doctora de rehabilitación, todo para confirmar el certero diagnóstico de la doctora de atención primaria en agosto de 2022, me derivan en noviembre del año pasado a mi centro de salud para hacer la rehabilitación. Y la cita se materializó la semana pasada. Tras una exploración para comprobar la lesión y una serie de ejercicios, veinte minutos, la solución es que realice en mi casa una serie de ejercicios y que vuelva dentro de un mes.
Dos años esperando un hueco para rehabilitación y lo que me proponen como solución es que realice una serie de ejercicios en mi casa. Para ese viaje no necesitaba alforjas porque me fui como llegué, ligero de equipaje, bueno con una cinta de goma para hacer los 'deberes', ya que la impresora llevaba toda la mañana sin funcionar y me enviaron por correo electrónico el documento con las instrucciones a realizar, que casi con total seguridad -aseguró la persona que me atendió- no servirán de mucho porque la técnica que necesito (ondas de choque para destruir las calcificaciones) no la tiene el centro de salud, solo el HUBU (…y es muy difícil acceder a ella, aseguró) y una clínica privada, cuyo nombre facilitó la sanitaria. Otro día les cuento cómo me va con la auto-rehabilitación.