Un día, muy probablemente cuando cumplieron 18 años, hicieron las maletas. La mayoría puso rumbo a las universidades de Valladolid, Madrid, Burgos o Barcelona. Desde aquel entonces, unos se han formado en Biotecnología, otros en Telecomunicaciones, los hay que se decantaron por Medicina y también por Ciencias Ambientales. El próximo martes, una decena de estos investigadores regresarán a Aranda de Duero, la tierra que les vio nacer y crecer, para compartir su trayectoria con todos aquellos que se quieran acercar hasta la Casa de los Fantasmas, a partir de las siete de la tarde.
Allí expondrán el camino que han recorrido hasta ahora y cómo su dedicación permite mejorar la vida de multitud de personas en todo el mundo. Porque entre ellos figura una arandina que trabaja en el diagnóstico temprano de la enfermedad de Parkinson, otro que investiga la diabetes utilizando células madre embrionarias y una más que se dedica al análisis de metales radiactivos en materiales de construcción, entre otros muchos ejemplos. Es, en definitiva, una oportunidad para conocer de cerca el trabajo de los jóvenes investigadores con raíces en la capital ribereña. Así al menos se lo han planteado desde la Asociación Sentir Aranda, la impulsora de este encuentro. Una de sus integrantes, Paz López, admite que con la convocatoria que lanzaron hace pocas semanas «ha aflorado muchísimo talento», con perfiles «de lo más variado, muy jóvenes y superdispuestos a participar». Asegura que todos «están encantados de dar a conocer lo que hacen» y se muestra convencida de que si hasta ahora todos ellos ya han demostrado un gran potencial, «seguro que llegarán a mucho más en el futuro».
Preguntada por cómo ha surgido esta iniciativa, López recuerda que la retención y gestión del talento era uno de los puntos que tenían muy claros desde el inicio en Sentir Aranda, la agrupación de electores que ganó las últimas municipales. «No nos hacíamos una idea de cuánta gente hay fuera y de los campos a los que se dedican», de ahí que decidieran publicar una especie de llamada a la participación. La mayoría de respuestas provienen de jóvenes de entre 30 y 35 años. Entre ellos, una investigadora del CSIC que trabaja en el archivo documental de la familia Fernández de Velasco; otra doctora en telecomunicaciones que está enfocada en el funcionamiento de arrays de micrófonos y altavoces; además de una arandina que estudia la caracterización de atmósferas en exoplanetas. A ellos se suman un ingeniero biomédico que investiga las alteraciones en el corazón que sufren los niños diagnosticados con apnea del sueño y una instructora en la Harvard Medical School que analiza datos clínicos y genómicos en enfermedades pediátricas. Talento puro y duro.
Alba Gutiérrez | Instructora en informática biomédica en Harvard
«Me gustaría mucho volver, pero no a cualquier precio. En EEUU hay gran reconocimiento y prestigio»
Alba Gutiérrez Sacristán contagia energía. La misma que, muy probablemente, le ha llevado con apenas 34 años a dar clases en Harvard. Cuenta que estudió en el Colegio Dominicas de Aranda, que cursó el bachillerato en el Instituto Vela Zanetti y que se decantó por la carrera de Biotecnología en la Universidad de Vic por ser una rama «suficientemente amplia». Incluía una parte importante de bioinformática, que es justo a lo que se dedica en la actualidad. «Pensaba que iba a estar con el microscopio en la mano y descubrí que podía hacer ciencia de otra manera y una forma era analizar datos con un ordenador», explica. Después estudió un máster en bioinformática y diseño de fármacos en la Universidad Autónoma de Barcelona.
De ahí se lanzó al doctorado en la Universidad Pompeu Fabra, «el sitio con las mejores vistas», como recuerda con cariño. Su tesis giró en torno a la bioinformática y al análisis de datos. Algo que ella explica así: «Cuando vas al hospital y te ponen la pulserita, después todos los análisis y pruebas que te hacen se guardan en una base de datos. Se guardan los de todos los pacientes. Entonces yo lo que hice fue desarrollar herramientas que nos permitían utilizar esos datos que se recogen de forma automática y crear una base de datos que permitiera entender mejor las enfermedades mentales y las adicciones, buscando asociaciones entre genes y estas enfermedades en concreto».
Pues bien, en el último año de tesis a Alba le apetecía hacer una estancia internacional «no muy lejos»... pero acabó en la Universidad de Harvard, en Boston. Después regresó para rematar su tesis. Entre tanto, había montado una empresa con dos compañeros relacionada con la bioinformática. Eso llamó la atención de su jefe en Estados Unidos y un tiempo después recaló allí de nuevo. En principio por un año. Nada más lejos de la realidad: ya lleva seis. Empezó como investigadora postdoctoral y tres años después ascendió al puesto de instructora. Da clases a estudiantes de Medicina y de un máster en informática biomédica. «Me encanta», asegura. También desarrolla herramientas para integrar datos clínicos y genómicos y cómo usarlos de la forma más eficiente para la investigación del autismo.
Subraya que le gustaría «mucho» volver, «pero no a cualquier precio». Al final, dice, «en EEUU las oportunidades son muy buenas y también el reconocimiento y el prestigio de los investigadores».
Adrián Martín | Investigador en ingeniería biomédica
«Analizamos cómo cambian los latidos del corazón en niños que sufren apnea del sueño»
Adrián Martín, ingeniero de telecomunicaciones, se ha doctorado hace apenas un mes en el ámbito de la ingeniería biomédica. Su trabajo en la Universidad de Valladolid se centra en el tratamiento y análisis de señales. Según cuenta, «esto la gente lo suele relacionar principalmente con señales de antenas, señales móviles o wifi». Pero entre ellas también se incluyen las que emite el propio cuerpo humano. A estas últimas se les denomina señales biomédicas. Pues bien, este arandino de 30 años analiza la variabilidad de la secuencia cardíaca. Es decir, cómo cambian los latidos del corazón. En su caso concreto, aplica diversos métodos de ingeniería enfocados a niños diagnosticados con apnea del sueño. «El niño deja de respirar momentáneamente mientras duerme. El cuerpo lo detecta y sin que llegue a despertarse manda una señal al cerebro de que algo está yendo mal», explica, mientras detalla que la fase del sueño se interrumpe y el pequeño afectado no descansa bien. «Eso provoca cambios en los latidos del corazón», añade.
Unas alteraciones que Martín, junto al Grupo de Ingeniería Biomédica de la Universidad de Valladolid en el que trabaja, estudian minuciosamente. Tal como indica, «la idea que hay detrás de todo esto es que para diagnosticar la apnea del sueño ahora mismo lo que se hace es dormir una noche en el hospital». Pues bien, su objetivo es eliminar ese proceso y diagnosticar este trastorno «de una manera simplificada», sin tantos cables ni la incomodidad de tener que pasar la noche en un centro hospitalario. Así, en su equipo trabajan con métodos de inteligencia artificial «para ayudar a los médicos a hacer un diagnóstico más rápido y más sencillo».
Martín admite que «jamás» se le había pasado por la cabeza dedicarse a esto. Pero en el último curso de ingeniería de telecomunicaciones tuvo una asignatura de ingeniería biomédica y le gustó «bastante».
Habló con el profesor y enfocó su trabajo final de grado hacia este tema. Luego cursó un máster de investigación en ingeniería biomédica y después dio el salto al doctorado, que ha enmarcado en la misma área. Al final, reconoce que «lo bueno» es la «colaboración total» entre profesionales de diversos ámbitos, sobre todo médicos. Y con una meta muy clara: mejorar la vida de las personas. De hecho, considera que de aquí a un tiempo el método que desarrollan podría ser «muy útil» para hospitales como el de Aranda, que no tienen unidad del sueño.