La garita parece un espantapájaros de ladrillo y piedra, una extraña presencia entre los farallones rocosos y la vegetación que los rodea. Exhibe un perfil tétrico, entre otras cosas porque hace tiempo que es imposible acceder a ella. Está sola, muda en el paraje; permanece en pie de milagro, como una estantigua, como un icono y a la vez la antesala del lugar al que en su día dio servicio: el destacamento militar encargado del polvorín que durante décadas estuvo operativo en este enclave natural de Hontoria de la Cantera. Se cumplen treinta años desde que el Ministerio de Defensa abandonara para siempre este cuartel, cuya construcción fue ordenada en plena Guerra Civil por el bando sublevado pero ejecutada por presos del bando republicano. Hoy apenas queda el esqueleto fantasmal de los edificios que se levantaron para acoger a la tropa que durante décadas lo ocupó.
Ese armazón devastado por el olvido y el tiempo se asemeja a un herpes que se le hubiera enquistado al singular paraje en el que continúa arruinándose, a los pies del río Carabidas y junto a la pared rocosa tras la que se ocultan cavidades y galerías, aquellas canteras de las que se arrancó piedra para construir catedrales, puentes, monumentos, iglesias, palacios, y que sirvieron también como arsenal e incluso prisión. Oquedades en las que hoy sueñan proyectos turísticos y de ocio, y en las que se guarda ganado a la antigua manera, como apriscos. Sin embargo, ese pasado castrense está presente en las construcciones a medio derruir.
Desde la carretera que conduce de Hontoria a Tornadijo languidece tras las ramas ahora desnudas de los árboles el fantasmagórico complejo. Todavía son legibles las palabras 'Destacamento militar' en el arco de entrada; sin embargo, han desaparecido de su dintel el rojigualdo de la enseña nacional, borrado por un tachonazo morado. Los grafitis sin gracia completan el cuadro. La pasarela que cruza sobre el riachuelo lleva hasta uno de los edificios principales, junto al que hay una caseta sin perro. Es una construcción alargada, de dos plantas; la de arriba, hoy desaparecida, acogió habitaciones. En la de abajo, entre otras estancias, estaba la cantina. De ésta es perfectamente reconocible la barra, de la que no han desaparecido todas las teselas de cerámica que un día la adornaron: aún quedan muchos azulejos en su sitio.
Desolación del tiempo. Aunque hace treinta años que allí no se sirve bebida alguna, hay cristales rotos de botellas en el suelo, y vestigios de ocasionales 'clientes' de la cantina, como latas de cerveza y otros desechos. Restos que pueden encontrarse en todo lugar abandonado que se precie, que parecen ejercer un enorme influjo, una gran atracción entre curiosos de toda índole. Huelga decir que todas las paredes están vandalizadas: no hay rincón libre del omnipresente spray. Sucede lo mismo en los inmuebles que fueron talleres y almacén, hoy desventrados, con escaleras que ya no llevan a ningún sitio porque todo se vino abajo de forma irremediable. El escombro en el interior de los edificios abiertos a la intemperie se acumula por todos los rincones. En el exterior, la maleza ha ido invadiéndolo todo, empujada por la humedad y el tiempo.
Hay, en las traseras del destacamento, una gran grieta abierta en la roca, como un gran silo que dio servicio al complejo militar; quedan, al abrigo de esta gran cueva desde la que se ve el edificio principal, restos de otra construcción vinculada al complejo militar, así como grandes montañas de losetas de piedra y pintadas que hacen referencia, en tono ofensivo, a su pasado como santa Bárbara.Hay quien no quiere que se olvide que allí se guardaba celosamente todo tipo de munición que se emplearía de la única manera posible, esto es, mortíferamente. De la Guerra Civil a la Guerra del Golfo Pérsico, sin ir más lejos. También son visibles restos de algunas fogatas y en algunos puntos son reconocibles restos de algún animalillo muerto hace tiempo. Contra lo que dicen las más recientes leyendas (lugares así están llenos de relaciones esotéricas), nada indica que se hayan llevado a cabo allí extraños rituales relacionados con sacrificios de animales, por más que haya huesos y plumas.
No hay más fantasmas en el antiguo cuartel del Polvorín de Hontoria que el silencio y la ruina, el olvido y la humedad que lo va corroyendo como el ácido. No hay nada más que desolación y abandono. Treinta años después de que salieran de allí los últimos militares, no hay nada en el destacamento. Predio en ruinas, por su maltratada osamenta sólo ulula el viento, se filtran la lluvia y la nieve; crece la maleza como la hierba mala; y, de cuando en cuando, algún curioso merodea por allí, quizás buscando algo que nunca encontrará. Allí, hace ya mucho tiempo, todo es ya devastación y tristeza.