Contra viento y marea, sí. Pero lo cierto es que un buen número de bares resisten en multitud de pueblos de toda la Ribera del Duero. De momento, la comarca está logrando esquivar la pérdida de estos servicios, en peligro de extinción en la mayoría de las zonas rurales que conforman la España Vaciada. Aquí, casi a modo de excepción, cerca de 120 establecimientos abren sus puertas a diario. Al frente está Roa con casi una veintena, le siguen Gumiel de Izán o Sotillo con 4, Vadocondes con 3, Tórtoles con 2 y otros tantos con uno como Haza o Valdeande. De hecho, de las 76 localidades que conforman la Ribera, sin incluir Aranda, sólo seis no cuentan con una taberna.Se trata de Guma, Araúzo de Salce, La Sequera de Haza, Fuentenebro, Brazacorta y Fuentelcésped. No obstante, en los dos últimos, sus ayuntamientos han sacado a licitación este negocio que trasciende lo puramente económico y se erige como un arma contra la soledad.
«La gente me dice que este servicio vale mucho», asegura Nina Alves, la gerente del único bar que se encuentra abierto en Villanueva de Gumiel. Cuenta que los inviernos son «muy duros» y que hay días en los que está «prácticamente sola», pero el resto del año trabaja «muy a gusto». Eso sí, admite que un negocio así requiere de «muchísimas horas» al día. «Vivo aquí, vivo para el bar», remarca. Llegó hace 19 años procedente de Brasil y se muestra más que satisfecha, sobre todo por la relación con los vecinos: «Siempre me han tratado muy bien. Ya los conozco y, según veo que vienen por la esquina, les preparo su café. Sé lo que toma cada uno».
En esta misma línea se pronuncia Mariángeles Martínez, una de las tres hermanas que gestionan el Bar Salceda en Baños de Valdearados. Tras la jubilación de sus padres después de 47 años al pie del cañón, ellas tomaron las riendas en el 2002. «A mis padres les daba pena», dice, por lo que se animaron a continuar con la tradición familiar que inició su abuelo «para que el pueblo no se quedara sin bares».
Nina Alves, con la bandeja lista para servir a los clientes, gestiona el bar de Villanueva de Gumiel. Admite que es «sacrificado» pero «muy bonito». - Foto: Alberto RodrigoTiene claro que en los municipios pequeños una cantina es mucho más que un simple negocio de hostelería. «Es donde se juntan los vecinos. Hay gente que está sola y aquí encuentra compañía. Eso vale mucho, más de lo que parece», subraya. Ahora bien, aguantar detrás de la barra de un bar de pueblo equivale casi a un ejercicio de resistencia. «Y tanto que hay que resistir. Algunos meses es mejor no echar cuentas», reconoce, mientras lamenta que el sector paga los mismos impuestos en los pueblos que en las ciudades, pese a que en las zonas rurales la población es mucho menor. Si a eso se suma el gasto de luz o calefacción, abrir las puertas tiene aún más mérito.
Así también lo defiende Basilio González, al frente del Bar El Palacio junto con su hijo Rubén en Gumiel de Izán. «Vamos tirando, haciendo virguerías», dice, en referencia a que hay meses como marzo que «merecen la pena» porque al coincidir con Semana Santa reciben a muchos más vecinos y visitantes, pero en otros como abril «ganas un sueldo pelado». Así que, sí, «la palabra es resistir», sostiene González. A ello se suma que con la pandemia «ha cambiado mucho la cosa. Los vermús y las tardes de vinos son buenas, pero las noches han muerto. La gente sale muy poco». Pese a lo complicado del panorama, él se queda con el hecho de que la clientela valora la atención que recibe en su establecimiento: «Lo menos que podemos ofrecer es amabilidad y para mí lo gratificante es que lo aprecian».
Precisamente, el alcalde de Zazuar, Agustín Villa, se queda con el papel que juega el bar como «centro neurálgico» del pueblo, donde unos hablan con otros y... «me encanta que tengan el periódico».