Las autovías logran acortar los tiempos de viaje, sus usuarios ganan en comodidad y confort pero la principal contribución de las grandes infraestructuras viarias es a la seguridad, pues su puesta en marcha se traduce, de forma automática, en una reducción de la siniestralidad, sobre todo de la siniestralidad grave. De modo que cuando la construcción de una doble vía se eterniza y hay que seguir utilizando una carretera convencional para desplazarse esa demora no solo se mide en tiempo, sino en vidas truncadas, en familias rotas, en víctimas con discapacidad. Y con el retraso en la ejecución de la A-73 pueden hacerse esas cuentas, cuyo resultado es muy negro, pues circular a diario por la N-627 es un peligro.
Lo demuestran los datos. Es verdad que las cifras de fallecidos no son las de la N-I de antes de la liberación de la autopista, pero es que soporta bastante menos tráfico del que iba por aquella carretera antes de diciembre de 2018. No obstante, desde 2002 -año en que el Ministerio de Fomento de entonces empezó a impulsar la A-73 con los estudios informativos- la carretera de Aguilar se ha cobrado la vida de una veintena de personas y se han registrado un total de 44 heridos graves, según los datos que ha aportado la Subdelegación del Gobierno a este periódico. En total, en estas dos últimas décadas ha habido que lamentar 162 accidentes con víctimas.
Mientras tanto, las obras de la autovía avanzan al paso de la tortuga, en buena medida debido al parón del año 2010, cuando el ministro socialista José Blanco incluyó esta autovía en la nómina de infraestructuras que se paralizarían como consecuencia de los recortes de la crisis. Después, ningún gobierno ha concedido un impulso decidido a su finalización.
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