Hay quien plantea su vida, personal y profesional -a veces no precisamente por ese orden-, como un viaje. En el caso de Mikel no es por falta de arraigo, su ancla está en su casa de Mallorca; ni de raíces, pues sus sueños zarpan del puerto viejo de Algorta. La brújula ayuda a navegar, pero para nada marca el rumbo. Si el capitán en esas profundas noches de reflexión sobre el puente divisa una estrella por la que se siente irremediablemente atraído enfila hacia ella. Hasta que la alcanza. Y a por la próxima.
La última luz que ha seguido Mikel Quesada ha sido la de Los Faroles. Un artículo de este periódico le puso sobre la pista y embocó hacia un nuevo destino: Huérmeces, el primero sin olor a sal en muchos años. Aunque no sea marítima, ha llegado con una carta y a ella se lo juega todo. «Vi la noticia de casualidad en Diario de Burgos y me pareció una posibilidad. Por curiosear, voy a ver si es interesante, el entorno, las opciones...», explica para reconocer que carecía de referencias sobre el Valle de Santibáñez. «Antes de venir estuve viendo los pueblos de alrededor, que posibilidades había, el hotel… Y me pareció un sitio interesante, sobre todo para senderismo, excursiones, bici, mountain bike… El turismo rural está en alza después del problema de la pandemia, la gente está tirando a irse a los pueblos. Me parecía una opción», explica este cocinero de 40 años.
Así que presentó una plica y cuando se supo ganador se despidió del proyecto que un año antes había emprendido en el Maremondo, el antiguo Rhin de la playa del Sardinero de Santander, inscribió al pequeño Eiden en el colegio de Santibáñez Zarzaguda y emprendió con su mujer, Catalina, lo que ve como un proyecto de vida, «una oportunidad con la familia».
(El reportaje completo, en la edición de papel de hoy de Diario de Burgos)