El undécimo mes del año, el menos atractivo para mí y quizás para algunos lectores. El otoño tiene encanto natural, con su paleta de colores verdes y marrones, pero me entristece.
El inicio del mes ya presenta el cambio al horario de invierno, con opiniones opuestas sobre su conveniencia por parte de los expertos, y pendiente de revisión por parte del Parlamento Europeo. Esta variación de horario nos introduce en la oscuridad de la noche, en plena tarde de nuestro ritmo de vida español.
El cambio puede originar alteraciones en el sueño, cansancio, falta de concentración… en general de carácter leve y con una adaptación rápida al nuevo horario. La vuelta al horario de verano puede originar más dificultades, al perder una hora de sueño, pero de forma positiva se gana una hora de luz en nuestro día, y esa es la esencia de la tristeza del otoño: la disminución de la luz.
Hay una relación directa entre el estímulo lumínico y el ánimo; a menos horas de luz, hay más tendencia a la tristeza, la apatía, la somnolencia, el cansancio, la desgana, y mayor dificultad para la concentración.
La luz penetra a través de la pupila y estimula la retina, genera una activación nerviosa que informa al cerebro de las variaciones luz-oscuridad. Son los ritmos circadianos, variaciones en la fisiología del cuerpo relacionados con el ciclo día-noche, y que producen modificaciones en nuestra actividad física y mental.
La oscuridad está relacionada con la secreción de melatonina por la glándula pineal del cerebro. La melatonina regula el estado vigilia-sueño, y es fundamental para conciliar el sueño. Cuanto menor es el estímulo lumínico, menor secreción de melatonina, y a la inversa, la oscuridad incrementa su producción. Es fácil comprender por este proceso, que en otoño la somnolencia y el cansancio propio del final del día, se inicien a horas más tempranas.
En la situación opuesta se encuentra la serotonina, la denominada hormona de la felicidad, estimulada su secreción por la luz solar, por lo que en otoño presenta valores más bajos. Los niveles bajos de serotonina afectan a la inducción del sueño y al estado anímico, así como al aprendizaje y la memoria.
Si a la falta de luz, se une el descenso de la temperatura exterior, el escenario es más sombrío. Existen estudios sobre el impacto de las condiciones meteorológicas en el estado anímico, el frío disminuye la energía y la excesiva humedad baja el ánimo.
Resulta admirable la capacidad de adaptación de la mente al entorno: Finlandia con sus 7-8 horas de luz en noviembre vuelve a proclamarse el país más feliz del mundo, y el resto de los países nórdicos se sitúan también en los primeros puestos de la lista. Y lo logran a través de un estilo de vida en el que promueven el optimismo, el contacto con la naturaleza y refuerzan algo tan mediterráneo como son las relaciones sociales.
Para reflexionar: España se encuentra en el número 32 de esta lista. Despertadme en diciembre con las luces navideñas.