Los oncólogos suelen negarse a ponerle cifras al cáncer. Argumentan, y con razón, que sus pacientes son personas y no números. Y que es una enfermedad tan amplia que no se puede reducir a estadísticas. Sin embargo, hay decenas de informes que reflejan un hecho objetivo: hay un aumento de diagnósticos y de enfermos.
En Burgos, por ejemplo, el volumen de primeras citas en el HUBU a causa de un tumor recién diagnosticado aumentó en algo más de un 60% entre 2018 y 2022; la actividad en el hospital de día oncohematológico pasó de 33.274 a 40.900 tratamientos en el mismo período; Sacyl ha pedido al HUBU que abra un tercer búnker en Radioterapia para cambiar los dos aceleradores lineales y preparar a la vez las instalaciones por si, en un futuro, hiciera falta un tercer equipo... Con una población cada vez más envejecida es comprensible el alza de la incidencia del cáncer, pero hay otros factores en el hecho -patente aunque todavía carente de cifras- de que el alza también atañe a jóvenes.
Pero más allá del cuánto, la pregunta es por qué. Y los primeros interesados en la respuesta deberían ser las autoridades sanitarias, porque parece mucho más lógico, eficiente y saludable prevenir que curar. Y, ahí, ya, no todos apuntan en la misma dirección. Lo vemos cuando el exdirector del Instituto de Salud Carlos III, el también oncólogo Cristóbal Belda, pide -sin éxito- medidas con respecto a los ultraprocesados: no puede ser más económico comer mal, con productos que está demostrado que dañan la salud, que hacerlo bien, con alimentos. No puede ser que respiremos un aire tan contaminado cuando solo un pequeño esfuerzo individual y colectivo puede limpiarlo. No puede ser que se permita envenenar con químicos la tierra y los ríos, como si nada estuviera ocurriendo. Porque sí pasa. Y alguien, en algún momento, tendrá que plantearse el porqué.