Si usted es de los no que madrugan mucho, es posible que cuando lea estos párrafos conozca ya lo que este articulista ignora en el momento de escribirlos: cuál es la decisión que ha tomado Pedro Sánchez después de tener en vilo al país durante cinco días, y si a estas alturas seguimos teniendo o no presidente del Gobierno.
En este pasado tan cercano desde el que uno escribe (apenas nos separan unas horas a usted y a mí) continúa constituyendo un misterio por qué Sánchez, que ha hecho del cálculo político todo un arte, decidió lanzarse el miércoles a lo que tiene toda la pinta de ser una piscina sin agua.
Las razones, desde luego, resultan impenetrables, pues, al fin y al cabo, es uno de los políticos más resistentes de los que hayamos tenido noticia en España, y seguramente el que ha soportado durante años los ataques más desaforados, así que debería tener a estas alturas la piel tan gruesa como la de un elefante: ha sido tachado sin rebozo alguno de dictador, de terrorista y de enemigo de España por articular una mayoría parlamentaria; una presidenta autonómica lo afrentó en el Congreso llamándolo «hijo de puta» y, lejos de ofrecer las debidas disculpas, el partido que lidera la oposición convirtió tan intolerable conducta en una gracieta que hizo fortuna en toda suerte de estrados; sabemos, porque ingenuos del todo no somos, que hay jueces que entregarían gustosamente un dedo a cambio de poder empapelar a cualquiera que forme parte de su entorno más próximo; y nadie negará que en esas alborotadas maquinarias de propaganda ultraderechista disfrazadas de periodismo, en las que la verdad rige como la última de las exigencias, se da pábulo a las hipótesis más delirantes, incluida la bufa especie de que la esposa del presidente era un tío con barba antes de someterse a una operación de cambio de sexo.
Puede que la razón asista al cabo a quienes lo acusan de chantajismo emocional y de conducirse como un contumaz manipulador, y ya se haya sacado de la chistera un nuevo truco para seguir amarrado al mástil del poder; o acaso todo lo haya hecho por amor, como quieren los corazones más sensibles, y anuncie hoy que se retira del mundanal ruido a susurrar madrigales al oído de la luz de sus días.
Usted, a diferencia de mí, ya está al tanto de lo que ha pasado, así que haga el favor de contármelo dentro de un rato.