Hace cuatro domingos, en esta sección repasamos el origen del 'fenómeno ovni' en Estados Unidos durante el verano de 1947. Como adelantábamos en ese artículo, el afán por recibir visitas de los extraterrestres ha vuelto a tomar fuerza desde 2017, y casualmente (o no) en el mismo país: el 16 de diciembre de ese año, un artículo publicado en The New York Times mantenía que el Departamento de Defensa había comenzado a investigar los ovnis, dada la frecuencia con la que se estaban avistando durante los últimos tiempos.
Sin embargo, esa noticia era falsa: el Pentágono no había tomado tal iniciativa, ni algo así se había planteado en otras instituciones del gobierno norteamericano. En cualquier caso, la realidad era menos importante que el titular de 'la noticia'… y a partir de este momento los ufólogos y expertos en abducciones desempolvaron sus viejos álbumes de fotos y pusieron toda su experiencia alienígena a disposición de la causa.
Cuatro años más tarde se decidió un cambio de nomenclatura para intentar ser más neutral y de paso modernizar el tema. Desde entonces, lo que algunos ven ya no se llaman OVNIs, objetos volantes no identificados (o en inglés UFOs, unidentified flying objects), sino FANIs, fenónemos aéreos no identificados (UAPs, unidentified aerial phenomena). En español, para los FANIs usamos el acrónimo porque esta palabra aún no ha sido aceptada por la RAE, a diferencia de los ovnis de toda la vida.
Pues bien, en el mundo post-pandémico y turbulento que vivimos, los FANIs han vuelto a los cielos del país donde nacieron los ovnis. En 2022, el Pentágono (esta vez sí) publicó un informe indicando que ese año se habían observado allí 366 de estos fenómenos, aunque más de la mitad eran drones, globos sonda, aviones, nubes… e incluso bolsas de plástico movidas por el viento. Pero para 171 FANIs aún no se ha encontrado una causa y se siguen investigando. Un buen motivo para que la ciencia despliegue todo su potencial, ya que la experiencia previa indica que acabarán siendo objetos construidos por los humanos o fenómenos atmosféricos. Porque 'no identificado' o 'inexplicado' no significa inexplicable, ni menos aún extraterrestre.
Pero la bola de nieve ha seguido creciendo. En febrero de este año, cuatro objetos volantes que sobrevolaban el espacio aéreo de Estados Unidos o Canadá fueron derribados por aviones de combate de ambos países. Se trataba de globos espía chinos, aunque el ocultismo que rodeó las operaciones sirvió para alimentar las conspiraciones alienígenas. Y la invasión no acabó ahí: a finales de julio, tres militares retirados declararon en el Congreso de ese país (bajo juramento, por cierto) que el ejército norteamericano está en posesión de aeronaves de origen no-humano, y que se han recuperado restos biológicos de seres extraterrestres. Nada menos. No se mostraron ni se ofrecieron para ser analizados. Seguimos a la espera.
Aprovechando esa nueva moda, hace ahora dos meses el periodista y ufólogo Jaime Maussan exhibió en el Congreso de México dos de las momias de Nazca supuestamente halladas en Cuzco (Perú) en 2017… aunque sospechosamente parecidas al ET de Steven Spielberg. Un intento de llamar la atención poco original, porque hace unos años el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Perú ya las había analizado y dictaminó que no era alienígenas, sino creaciones fabricadas con huesos humanos y de animales, unidos con pegamento sintético y cubiertos por una mezcla de fibras vegetales y adhesivos sintéticos para simular un tipo de piel.
Casualmente (o no) el día siguiente estaba previsto que la NASA anunciara los resultados de una investigación realizada durante un año por un grupo de trabajo interdisciplinar. Su informe, de 36 páginas, indica que entre todas las imágenes de los FANIs muy pocas tienen la calidad suficiente para ser estudiadas, y que, como era esperable, no hay pruebas concluyentes que sugieran un origen extraterrestre para ellos.
En estos tiempos convulsos, parece evidente que esta vuelta de los viejos ovnis tiene un objetivo político: desviar la atención de los problemas reales que acosan a los distintos países y la sociedad mundial en su conjunto. Pero no nos dejemos engañar: así como la ciencia y la tecnología nos permiten investigar sobre la posibilidad de que exista vida extraterrestre, o la literatura y el cine de ficción nos invitan a soñar con ella, insistir (sin mostrar pruebas contrastables) en que los extraterrestres están llegando a nuestro planeta es una absurda pérdida de tiempo.