Hablar de Jesús de Andrés es hablar de Campillo. Hablar de Campillo es hablar de amor por la Arandina. Figuras como la suya llevaron al club a otro nivel. De brillar como jugador comodín, a presidir el club de manera valiente y desinteresada cuando la Provincial acechaba. Un sentimiento tan puro como noble que le ha permitido ganarse el corazón de todos aquellos que algún día han sentido el orgullo que supone hablar de la Arandina.
Su historia de idilio con la Arandina arrancó en 1987. Por aquel entonces, un joven de Campillo buscaba un hueco en el equipo de su otro pueblo tras un año de parón futbolístico por servicio militar. Y ese mismo verano recibió su primer gran consejo como futbolista. Antonio de Santiago le recomendó firmar por el CD Rauda en vistas a adquirir un rodaje de minutos que un año más tarde conllevaría su regreso a El Montecillo. Máximo goleador, «su mejor año futbolístico» y vuelta a casa.
No necesita buscar recortes para recordar el día de su debut con la Arandina en esa campaña posterior. «31 de diciembre del 88. Perdimos 4-0 en el Reino de León contra la Cultural», detalla con la sonrisa de ese joven que siempre soñó en triunfar en El Montecillo, pero que nunca se imaginó convertirse en leyenda blanquiazul. Y esa misma sonrisa se torna más emotiva al recordar de la mano de con quién lo hizo: Mariano García. «Fue mi segundo padre. En lo futbolístico era un gran entrenador, pero en lo personal me ayudó mucho a mejorar cuando pasé malos momentos».
Jesús de Andrés se enfundó la elástica blanquiazul durante once temporadas, en las que terminó convirtiéndose en el tercer jugador con más partidos de la historia del club superado únicamente por Camarero y Manu. - Foto: Florentino LaraCon 19-20 años paseaba por el campo y pensaba: yo tengo que triunfar aquí como sea"
Desde entonces, 320 partidos más con la elástica de la Arandina. 304 más en Tercera. Llevado a la literatura, el tercer jugador con más partidos de la historia del club y el que más choques ha disputado en Tercera. Un sueño que nació bajo soñadoras miradas. «Paseaba por este campo con 19 años y pensaba, yo tengo que triunfar aquí como sea. Por eso, entrenaba como un profesional día a día para disfrutar el domingo. El día que perdía no era capaz de hablar a nadie. Me dolía a mí, pero más por la afición», confiesa.
Entre tanto, millones de anécdotas y cientos de nombres. Desde jugar en Zorrilla contra Amavisca, a la huella de ser entrenado por Miguel Ángel Portugal, recibir ofertas del Palencia o Uxama, las discusiones (y abrazos posteriores) con Pablo Bernedo en la banda, un descenso o ser el comodín que todo entrenador desea, o como decían las viejas lenguas del vestuario, 'Campillo y diez más'.
Campillo presidió el club ocho años. - Foto: Paco SantamaríaLa aventura acabó después de once temporadas. Las piernas respondían, pero la motivación comenzaba a menguar. Y de ahí una conversación con el por entonces técnico Pablo Rasero. «¿Me necesitas? Si quieres que esté aquí cuenta conmigo. Voy a entrenar el que más. Si no juego, no pasa nada. Yo lo que quiero es que la Arandina gane». Y tras esa charla, Campillo decidió dejar el verde... pero nunca el club. No sin antes recordar esa espina que quedó clavada: «No jugar una fase de ascenso a 2ªB».
Mi única espina de mi etapa como jugador fue no jugar una fase de ascenso a Segunda B"
Y sin tiempo para descanso, ese mismo año se incorporó al organigrama interno dentro del cuerpo técnico del juvenil B. Sí, el fútbol es de esos amores tan bonitos como difíciles de olvidar. Ese fue el primero de las decenas de cargos que acogió con el corazón durante las siguientes dos décadas. Precisamente al final de la temporada, decidió dar un paso adelante en 2002. «Alguien tenía que coger el club. Iba a bajar a Provincial. Hablé con Trova y le pedí ayuda y asesoramiento. De dirección no sabía nada». Y en un auditorio de Caja Burgos, acompañado del técnico Aurelio García, dejó clara su promesa. «No vengo a quedar el décimo o a pasar el rato. Vengo a hacer algo». Y así fue.
Ascenso a Tercera, un año de sufrimiento, y llegó Carlos Rivero. Hasta en dos épocas. La segunda con una histórica fase de ascenso incluida ante el Sant Andreu. «Rivero puso las primeras piedras y cambió el rumbo del club. Te volvía loco, pero marcó nuestro futuro». Le sucedió Chino Zapatera, alguien que supo mantener el camino, y que se convirtió en la cara visible del mejor momento personal como blanquiazul de Campillo, y de todo el club. «Fue lo más. Ascenso a 2ªB ante el Alcobendas. La ciudad entregada... Una maravilla».
La clave del buen funcionamiento del club fue rodearme de buena gente, fiel y que cuando les llamabas, estaban ahí"
En el transcurso entre Rivero y Zapatera, Campillo decidió ceder el testigo a Pedro García y mantenerse como mano derecha. Como vicepresidente. Algo que tampoco cambió su implicación. «Seguí trabajando igual o más. Daba igual la forma o el qué. Las empresas o instituciones me llamaban a mí. Nos ganamos la confianza de la gente a base de trabajo. Defendíamos algo más que un nombre y me encantaba».
Durante la siguiente década, sus manos no cesaron su entrega por la Arandina. Harían falta varias páginas para etiquetar los diferentes oficios que acogió temporalmente o no a lo largo de esos diez años. «En este club he hecho de todo. Además de jugador, presidente, vicepresidente, técnico de la base, vender rifas, estar en el bar, limpiar los carteles del estadio... y así podría seguir mucho tiempo. Hasta mis hijos ponían sellos de las rifas».
Mi vida ha sido la Arandina y no cierro la puerta a volver siempre y cuando sea desde la estabilidad"
Y en 2018 llegó el cierre a esta etapa. Una despedida, que quien conoce la historia, sabe que el fútbol no fue justo. Junto a otros dos directivos, el club optó por apartarlos y expulsarlos. ¿El motivo? Una incógnita sin probatura a día de hoy. Un pedacito de la Arandina se fue en 2018. El fútbol volvió a demostrar que tiene poca memoria, pero su legado queda imborrable, e incluso, quién sabe, si el nombre de Campillo podría volver a lucir en un futuro. «Mi vida era la Arandina y luego el resto. Lo que he discutido en casa por ella, no está ni escrito. En 16 años no bajé el pistón. No cierro la puerta a volver, siempre y cuando sea desde la estabilidad».